martes, 31 de diciembre de 2013

Sesenta y Siete: Aprender Perdiendo

Yo no me había dado cuenta. O tal vez no lo había dimensionado de la manera correcta. Pero el fin de semana visualicé claramente que para Darío "competir" es un concepto nítido. Y "ganar", una cuestión prácticamente intransable.

No sé exactamente desde qué situaciones extrajo esta mirada. Solo sé que un porcentaje de la responsabilidad me corresponde (y me la endoso casi en exclusiva, exculpando a la Andrea), al buscar inconscientemente el cumplimiento de objetivos en torno a una suerte de "carrera". Eso de "¿Quién llega primero a lavarse los dientes? o ¿Quién encuentra primero a la mamá en el Centro Comercial?, parece inocente, pero va dibujando lentamente un paisaje. Uno que, por lo menos yo, no quiero para él.
Todo ocurrió en un salón de juegos, con una pista de carreras de verdad, en que elegimos un auto, al mismo tiempo que dos niñas hacían lo mismo en sus respectivas pistas. A dos vueltas de comenzar, Darío empezó  a decir "Yo voy ganando", aun cuando no identificaba el orden de los autos claramente. En la práctica, las niñas lideraban la carrera, y empezaron a contradecirlo abiertamente, despertando su enojo.

Perdimos y, aunque habría sido lo más fácil mentirle diciéndoles que ganamos, le dije la verdad. Y él no podía creerlo, tanto así que unas lágrimas rodaron por sus mejillas..."Esto no puede ser sino una oportunidad inmensa para mí", pensé.
Y conversamos. Largamente, conversamos. A veces me abrazaba fuerte, ayudándose a entender la explicación, mediante la cual creo haber sido muy preciso: "Hijo, no siempre se puede ganar. Muchas veces perdemos, pero la vida da oportunidades para volver a hacer un esfuerzo. Ganar o perder es una circunstancia, lo importante es ser feliz".
Quedó más tranquilo y nos fuimos por la revancha a las carreras, donde competimos con un niño y su padre también. Esa vez yo también pedí un auto para mí...con el que salí último...
Nos fuimos a comer algo, mientras yo le explicaba lo bien que lo había pasado a pesar de haber perdido. "Yo he perdido muchas veces", le expliqué...y en mi cabeza aparecieron ipso facto, cientos de situaciones en las que me vi derrotado...Algunas, prácticamente sin esperanza...
Recordé las dificultades de mi historia con la Andrea, a pesar de que ella odia que lo haga...Puede que otra persona hubiera tirado la toalla en algún momento. Yo creía tanto en lo nuestro, que verdaderamente luché por obtenerlo. Hoy recuerdo algunas de esas lágrimas con cariño, pues representan la fuerza de mi voluntad, en situaciones que requerían lo mejor de mí.
Con el tiempo no puedo sino valorar cada vez más las derrotas. Y es que de las victorias poco me acuerdo, por lo efímeras, por lo escasas...y porque no aprendí demasiado de ellas. Como que hoy, con la luminosidad que me han regalado los años, tengo muy clara la importancia de aprender perdiendo.

martes, 10 de diciembre de 2013

Sesenta y Seis: La Mirada de los Otros

Nos pasa frecuentemente con la Andrea, que comentamos en privado, mucho de lo que ocurre con las personas que nos rodean. Creo que es inevitable para todos hacerlo (más allá de la mala intención que alguna vez se apodere de nosotros), pues hay situaciones que nos ha tocado enfrentar, o esperamos nos corresponda hacerlo con el tiempo.

Pasa con la crianza, pues todos los padres estamos “en vitrina”, respecto de nuestras decisiones sobre los niños. Sabemos que nuestras opciones irán marcando un estilo, que a algunos podrán gustarles (e incluso, replicar algunas con sus niños) y a otros provocará escozor.

Yo inicio estos análisis pensando siempre que no hay “maneras correctas o erróneas” de criar un hijo. Que no es mejor quien saca el bebé de la habitación a la noche siguiente del parto, que el que duerme con él hasta que cumple dos años. Claro, la elección nos marca, porque establece un precedente del cual nos debemos ir haciendo cargo, para mostrar una mano más o menos “coherente” durante nuestra labor de padres.

Nadie está libre de sentirse equivocado, especialmente cuando ve que ciertas cosas no se fueron dando de la manera esperada. Los niños son también una fuerza incontrarrestable, estamos mostrándoles caminos, pero es muy probable que ellos descubran unos nuevos, en los que no esperábamos que transitaran…

Sobre cómo lo está haciendo el resto de los padres, a mi parecer, es mejor guardarse la opinión. “Yo lo habría hecho de tal o cual manera”; “Me parece que están cometiendo un error al permitir esto”…son frases que hablan desde nuestra propia estructura mental, desde nuestros prejuicios y paradigmas.

¿Quién dice que cuando Darío esté por entrar a la universidad, voy a hacer eso que pensé durante esta semana? ¡Faltan 13 años! ¿Quién dice que nuestro pequeño irá a la universidad? ¿Es acaso ése el único camino? Al parecer, es el único que vemos más fácil en el horizonte.


Los niños cambian. Nosotros cambiamos. Ante ambas evidencias, prefiero pisar con cuidado el terreno de la paternidad. Y como digo siempre, más que “dar lecciones de mis éxitos”, seguir compartiendo con el mundo mis experiencias…Peores o mejores, depende siempre de la mirada de cada uno.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Setenta y Cinco: Inspiración de Navidad

Sé que a muchos los tengo aburridos con mis cuentas regresivas cada vez que se acerca Navidad. ¡No puedo negarlo, es mi época favorita del año! Y creo que gran parte del encanto que tiene para mí, pasa por esos fines de año en que mis padres se encargaban de poner magia en cada detalle, de manera que para nosotros (mi hermana y yo), siempre fuese inolvidable.

Y de veras, lo ha sido, pues repetir el rito cada diciembre, para mí tiene mucho de remembranzas personales, familiares. Armar el árbol de Navidad, por ejemplo, implicaba entonces el comienzo de una ansiedad que solo culminaba el día 24, con esa maratón de películas emocionantes (sobre todo las marionetas de Rankin/Bass), que nos recordaban que no era el “cumpleaños del Viejo Pascuero/Santa Claus”, sino de una persona todavía más importante.

Darío ha preguntado por la Navidad, constantemente, durante los últimos 3 meses. ¡Y nos contagiamos con su entusiasmo! Con la Andrea decidimos armar y decorar la casa apenas pasara la noche de Halloween…así que llevamos varias semanas de rojo y verde, con luces y bolas de agua y nieve, con las que nuestro pequeño disfruta su primera espera navideña “lúcida”.

Ya con cuatro años, para él todo tiene mucho más sentido. Sabe que Santa solamente trae regalos a aquellos niños que se portan bien. Y muy importante: entiende también que hay muchos niños que lo están esperando. Algunos, con bastantes más necesidades que nosotros.

Sabe que tanto Jesús como José eran carpinteros, y que este nacimiento -tan relevante que lo celebramos en todo el mundo- ocurrió en un sencillo pesebre, rodeado de animales y gente sencilla…

“La Navidad es de los Niños”, repetimos como pericos los adultos, poniendo énfasis en algo que es bastante obvio, pero que excluye nuestra propia experiencia frente a una fecha en las que independiente de nuestras creencias, tenemos la oportunidad de pensar en eso que estamos haciendo para convertir el mundo en algo distinto.

Personajes negados por algunos y amados por otro montón, Jesús y Santa Claus siguen representando entrega desinteresada, generosidad y la oportunidad de ser felices compartiendo…¿Qué mejor mensaje para los niños?

¡Ah! Y para aquellos que critican esta celebración por el consumismo que desata, les recuerdo que tales impulsos pueden ser voluntariamente contenidos por cada uno de nosotros.  ¡Hacer un buen regalo es un arte!  Es el arte de ser creativos y darnos la oportunidad de conocer más a las personas que tenemos al lado, saber lo que les gusta, los sueños que hoy los impulsan…

Seguro a algunos les gustaría que todos siguiéramos escribiendo cartas, como en nuestra infancia…pero la verdad es que nunca volvemos a tener tan claro lo que queremos, como cuando somos niños…


lunes, 11 de noviembre de 2013

Setenta y Cuatro: Tiempo al Tiempo

“¿Qué día es hoy?” me dice Darío, al despertar y, acto seguido, me pregunta “¿Tenemos que ir al jardín?”. Su relación con el tiempo es todavía precaria, pues solamente distingue el día de la noche (y solo porque cuando oscurece llega el tiempo de ponerse el pijama).

Sé que hay niños que a su edad ya reconocen relojes y calendarios. No me preocupa mayormente…Darío conoce los nombres de los meses y los días de la semana…simplemente, no le hemos enseñado a ubicarse temporalmente.

Para él son todavía difusos el hoy, el mañana, el ayer…y personalmente, me encantaría alargar ese desconocimiento lo más posible. ¿Por qué? Simplemente porque tiene años por delante durante los cuales el tiempo será una suerte de “calabozo obligatorio”, que no nos priva de libertades, salvo que dejemos que ocurra. ¿Me explico?

Muchas veces he pensado en lo maravilloso de “dejarse llevar”, como hacen los niños, proyectando sus sueños solamente en esencia, sin plazos, ni límites. Y cómo a nosotros los adultos, el tiempo nos tortura sin querer, cuando no alcanzamos a hacer todo eso que teníamos presupuestado concretar.

La Andrea ya no quiere mantener a Darío en esta situación. Dice que la falta de certezas en el tiempo, le va generando ansiedad. Y puede que tenga razón, aunque yo diría que ocurre solamente en aquellas cosas que el quiere realizar lo antes posible: ir a visitar a los tatas; ir al cine; que venga a verlo su tía Macarena…

Cuando le “adelantamos” situaciones que sabemos lo harán feliz en extremo, tenemos cuidado de acotar lo máximo posible las condiciones en que ello se dará, de manera de no generar expectativas desmedidas en su infinita imaginación. Aun así, si le digo que mañana iremos a ver una película, me contesta, cambiando el tono: “Ya pasó el mañana, ya pasaron los minutos…”


Probablemente, soy yo quien debo asumir que se termina una época y que debo ceder para generar un Darío más consciente del tiempo. Estoy dispuesto a hacerlo, con la satisfacción de haber regalado a nuestro hijo unos años inolvidables, en los que solo importó lo que pasaba y él podía percibir. Años en los que cinco minutos, eran lo mismo que 5 semanas…porque solo importaba el AHORA...

viernes, 18 de octubre de 2013

Setenta y Tres: ¡No Más Resultados! (Segunda Parte)

Me quedé un poco “pegado” en eso de la competencia (¡y lo mal que lo estamos pasando como parte de ella!) y quise prolongarlo en esta entrega, compartiendo con ustedes una historia de cuando tenía 9 años y cursaba cuarto básico en un colegio cercano a mi casa.

Era un establecimiento católico, con sacerdotes y misas por todos lados y a toda hora (hoy no repetiría ese escenario para mi hijo, por razones que comentaré en otra ocasión), pero con mucho prestigio en el sector. Para ser justos, tenía muy buenos profesores, que recuerdo todavía con mucho cariño, por lo entregados que eran en su labor.

Debe haber sido agosto de 1987 y sentíamos que estábamos un poco “más grandes”, como para hacer cosas diferentes. Pasábamos los recreos jugando partidos de fútbol masivos, con 22 jugadores por cada equipo y una pelota que paseaba por todo el patio (“todo es cancha”, decíamos).

Cierto grupo de padres, en reunión de apoderados, se entusiasmó con la idea de aprovechar nuestro ánimo y energía para organizar el primer campeonato de Baby Fútbol para nuestro nivel, a jugarse todos los días sábado durante la mañana. ¡Grandioso! Pensamos nosotros…será increíble tener nuestros propios clubes, goleadores, jugar con una motivación especial…

Ese grupo de padres, hay que decirlo, también era especial. Fanáticos del fútbol todos, estaban liderados por dos que eran particularmente extremos en su visión de lo que tenía que ser este campeonato. En su ímpetu que rayaba casi en el delirio, definieron la creación de tres equipos por cada curso…uno “bueno” (en el que cada uno puso a su hijo), uno “más o menos” y uno con los “más malos”…conformando un torneo en el que 9 “clubes”, cada cual con sus limitaciones, intentaría buscar la copa…

¿Perverso? No cabe duda…Es increíble cómo los años me permiten ver con tanta claridad algo que entonces parecía tan normal…Yo, por supuesto, pasé a formar parte del “peor equipo” del Cuarto B. La organización nos llamó “Los Pumas”, nos entregó unas hermosas camisetas celestes (la mía la conservé por años)  y nos entregó la programación del primer fin de semana.

Nos miramos las caras, conscientes de quiénes éramos jugando a la pelota. Pero aún así, nos miramos con la convicción de que podíamos hacer algo mejor de que lo que todos esperaban. Algunos, comenzaron inmediatamente las gestiones para cambiar de equipo…varios lo lograron. Yo no moví un dedo, me puse en ese instante la camiseta encima del uniforme y de mis lentes, gruesos como el fondo de una botella, por mi hipermetropía de 6 grados.

No fuimos campeones, por cierto, pero recuerdo nítidamente dos hechos ocurridos durante esos cuatro meses…el primero, un viernes en que viajaríamos a Chillán con mi familia, y mi preocupación era encontrar a alguien que fuese a jugar en mi reemplazo…Hablé toda esa mañana con mi amigo Rodrigo, tratando de convencerlo (no acostumbraba jugar ni en el recreo), hasta que me dijo que sí.

El lunes no quiso hablarme, el martes tampoco. Recién el miércoles me contó, con mucha rabia, que el sábado fue a jugar con su papá y que los “entrenadores”  (esos mismos papás fanáticos) no lo dejaron jugar…Yo me quedé helado, no lo podía creer...¿Qué podía hacer al respecto? La amistad con Rodrigo se rompió esa vez (hablo en serio) e, incluso, generó que él hablara muy mal de mí frente a todo el curso…No sé si era merecido, pero era muy entendible.

Segundo hito, quizá con una lectura algo más “positiva”…el partido que “Los Pumas” disputamos frente a “Los Magníficos”, el mejor equipo del Cuarto A y punteros del campeonato. Con padres, madres y hermanos de jugadores en las tribunas y una expectación total por parte de los mejores de nuestro curso, que esperaban les diéramos una mano…¡Y se la dimos! Fue empate a cuatro goles, tres de los cuales marqué yo, con mis lentes a cuestas y la algarabía de un montón de gente que me abrazó y me levantó al final del encuentro…Una postal inolvidable…con la que sigo soñando incluso en noches recientes, a los 35 años…


Esa mañana significó mucho para mí, pero con la distancia y la sabiduría que dan los años, con gusto cambiaría esos goles por un nuevo campeonato…uno en el que los niños tuviéramos algo que decir…uno en el que todos hubiésemos sido felices por igual…cuando apenas teníamos 9 años, y no sabíamos que la “competencia” ni siquiera había comenzado…

viernes, 11 de octubre de 2013

Setenta y Dos: ¡No más resultados!

Esta semana se rindió en Chile lo que llamamos SIMCE, una prueba que pretende medir la calidad de la educación que se entrega en el país. Una prueba objetiva, de preguntas y respuestas, que espera que sus participantes manejen una cierta cantidad de información, para concluir si se está o no cumpliendo con el programa proyectado.

No es una prueba que incluya ética ni raciocinio filosófico; tampoco capacidad de discernir y tomar decisiones; menos, sobre creencias y dogmas…Desde mi perspectiva, nunca ha sido una prueba lo suficientemente buena como para “medir” integralmente los aprendizajes de un niño. Lo peor de todo es que no a muchos les importa, porque entienden la lógica de la prueba y les parece coherente con la manera en que funciona el mundo hoy. Ven números, y los números son suficientes.

Me he encontrado con muchos papás que sueñan con lugares que sean capaces de hacer que sus niños estén preparados para ese mundo más de indicadores y cumplimientos que de personas (¡y no para cambiarlo!). Que compitan, que luchen, que derroten a otros al conseguir objetivos y sobre todo, que siempre, siempre, obtengan resultados. Un resultado que siempre es sinónimo del primer lugar…como si perder no entregara excelentes lecciones.

“Quiero ponerlo en tal colegio…porque tendrá una red de contactos de lo mejor, tú sabes que ahí van las personas que bla bla bla”…¿Qué esperamos de un colegio? Pareciera que cada vez más, esperamos que haga gran parte de nuestra labor de padres y la de nuestros hijos…Desde mi humilde perspectiva, los “contactos” se hacen en cualquier lugar, los hacen las personas que son buenas, éticas, porque uno siempre quiere hacer algo por ellos (bueno, también lo logran los tramposos, pero estamos de acuerdo que ellos no son felices, ¿no?)

Si el pequeño empieza a “bajar las notas/calificaciones”, la señora lo comenta con su amiga, quien le recomienda al mejor profesor particular, y termina pagando dos “mensualidades” por su educación. En mis tiempos, mi madre se sentaba a mi lado y me preguntaba la materia hasta que ambos quedábamos satisfechos de que ya la había aprendido.

Si tiene 3 años y no habla bien, lo llevan al mejor fonoaudiólogo, para acelerar sus procesos, porque es preocupante que “a estas alturas”, no pronuncie bien ciertas palabras…¡3 años! ¿Será posible que desde tan temprano busquemos traspasarles la ansiedad que hoy nos embarga?

Para mí, la única competencia que debe ganar Darío es consigo mismo. Ni a la Andrea ni a mí nos preocupa que sea “el primero del curso”; ni el campeón deportivo…queremos que sea feliz, que gane a veces y que pierda bastantes (y que aprenda mucho de esas derrotas, en las que estaremos con él)…que conozca la diversidad y esté preocupado de que sus decisiones no afecten a los demás…

En este rato, queremos que Darío juegue, juegue todo lo posible…Llegará un momento en que tendrá que enfrentarse a circunstancias diferentes, pero independiente de lo mucho que falta, esperamos que cuando sea el momento, mire con ojo crítico lo que sucede. Y si así lo cree, se la juegue por cambiarlo…


viernes, 27 de septiembre de 2013

Setenta y Uno: Usted, usted y usted también...¡todos fuimos niños!


Leí hace muy poquito que algunas aerolíneas han implementado distintas estrategias para que viajar con niños no sea una "tortura" para los padres u otros pasajeros que vayan en el mismo vuelo.

“Tortura” decía, textualmente, el artículo periodístico. Desde que terminé de leerlo, hasta ahora, me estuve preguntando: ¿por qué debería ser una tortura para los papás, viajar con quienes forman parte indisoluble de sus vidas (bueno, al menos, hasta que sepan valerse por sí mismos)?

Salvo para quienes la paternidad fue una sorpresa, diría que todos quienes tenemos la felicidad de tener niños, construimos una nueva vida junto a ellos, en la que compartimos la mayor parte de las cosas. Hay algunas, por supuesto, que pertenecen al terreno de “pareja” y con la Andrea cuidamos su mantención y cuidado…ahí está nuestra historia de amor, nuestra intimidad y la sana “aventura” que mantiene viva la pasión…

Irse de vacaciones, entra en el ámbito de lo familiar y, en consecuencia, planificamos siempre para nosotros tres. Si existe un viaje proyectado, lo mismo. Pasajes para los tres, asientos para los tres (por una cuestión de comodidad) y juegos y actividades que nos mantengan entretenidos (¡no solo al pequeño, sino a los tres!).

¿Es una posibilidad que Darío se comporte de mala manera y nos haga difícil el viaje? Por supuesto, y más aún cuando solo era un bebé. Es una opción que está considerada por nosotros y es parte del paisaje del que debemos hacernos cargo como padres.  Podemos minimizar sus efectos, independiente de que algunos de esos efectos terminen afectando a quienes van en el bus, avión o tren…

Hay personas a las que siempre les va a molestar la presencia “dinámica” de un niño. Siento que es inevitable…alguien reclamaba el otro día en una red social sobre una mamá que subía muy lento en la escalera de la mano con su hija…otro clamaba por un supermercado sin niños en los pasillos…

Va a sonar a obviedad, pero ¡Todos hemos sido niños! ¿En qué momento perdimos la memoria? ¿Puede ser que no tengamos paciencia para aceptar el desarrollo de personas que, como nosotros, también están aprendiendo de peligros, diversiones y demases?

Poner a los niños al nivel del “humo de cigarro” (un tema de salud colectiva), no solo me parece una exageración, sino una pérdida de consciencia masiva, respecto de lo que somos y lo que estamos dispuestos a tolerar…A mí, por lo menos, pónganme siempre en el mismo carro que los niños, porque ellos son la vida misma…¡y me encanta vivirla!

martes, 17 de septiembre de 2013

Setenta: Momento Kodak

Esta semana se celebra un nuevo aniversario de la gesta independentista de Chile. Más allá de las celebraciones, los festejos, la comida y la fiesta, en general, para los que somos padres de niños pequeños, es la oportunidad de verles demostrando su talento, en los actos escolares (y preescolares) preparados especialmente para la ocasión.

El año pasado había sido algo complejo. Darío vestido de chilote (zona sur de Chile) lloraba a un costado del escenario, porque no quería estar ahí y tampoco quería mover un solo dedo. Su llanto era verdadero, originado quizá, por la angustia por sentirse incómodo y observado. Aquella ocasión tuve que negociar durante toda la presentación, para lograr que se sumara, al menos, al final de la misma. Le ofrecí chocolates, paseos, hasta que lo convencí con una invitación al cine, su panorama favorito.

Durante esos largos minutos, y de forma consistente, me di a la tarea de hacerle sentir acogido, de hacerle ver que mamá y yo estábamos ahí con él, para decirle que lo iba a hacer muy bien. Y que estaba entre gente conocida, en un ambiente de cariño. Mi voz en su oído, al abrazarlo de cerca, iba generando la recuperación de la confianza perdida. Y una certeza cada vez más grande, de que todo era posible.

Este año ya nada de eso fue necesario. Darío estuvo casi un mes ensayando concienzudamente su rol en "La Pérgola de las Flores", una de las obras de teatro musical más tradicionales del repertorio chileno. Algunas cosas, las comentaba en los ratos junto a nosotros, y se le notaba entusiasmado en torno al objetivo.

Lo hizo genial. En su estilo, recordó pasos y canciones, algunas mejor que otras...pero todas con una pasión tremenda. Se adivinaban en su expresión las ganas de seguir las indicaciones que tanto trabajo había costado a sus tías y hacerlo lo mejor posible.

Con mi cámara en mano, apostando por capturar toda la magnitud del evento, las cosas adquirieron otro cariz. ¿Cuántos momentos de este tipo se repetirán de aquí en adelante?, me preguntaba, y no sabía sino responder desde la emoción. La conciencia de la finitud, paradójicamente, me regaló felicidad. Una enorme felicidad.

Hoy no me importa cuántos "momentos Kodak" puedo acumular de aquí hasta el tiempo en que esté en otro. Al revés: todo lo que hacemos con la Andrea y con Darío puede llegar a convertirse en una historia inolvidable. Basta, simplemente, con quererlo.



lunes, 2 de septiembre de 2013

Sesenta y Nueve: Problemas

Mi hijo mezcla fantasía con realidad. Lo hace todo el tiempo, como cualquier niña o niño de cuatro años. Así también lo hacía yo en su momento, proyectando e inventando mundos en que los problemas no existían, o eran resueltos rápidamente por fuerzas sobrenaturales. Muy probablemente, gracias al altruismo y compromiso de algún superhéroe.

Los años nos hacen más vulnerables a las dificultades. Y cada vez menos conscientes de que nos “ahogamos en vasos de agua”, de que asumimos una actitud naturalmente negativa frente a lo que nos ocurre, antes siquiera de analizar sus alcances.

“Papi, me mojé”, me dice Darío desde el asiento de atrás del auto, pues el jugo que iba tomando, le chorreó por la polera…Antes de que yo pueda esbozar un lamento, me mira y agrega: “No importa, papi, espera a que se seque”.

Complicación sencilla, solución sencilla. ¿En qué momento nos vamos enredando tanto? ¿En qué momento perdemos esa infalible lógica infantil que nos permitía disfrutar mucho más de cada momento?

Cierto, comparto muchas cosas de este mundo con Darío, me esfuerzo porque comprenda los contextos y tome decisiones en base al conocimiento que va adquiriendo. Pero es impresionante el impacto que tiene en mí la retroalimentación que me da con sus preguntas y con sus acciones, tan despojadas de paradigmas y prejuicios.

“Dios es más grande que tu problema”, suelen decir algunos adhesivos y souvenirs de diferentes religiones. La lección cotidiana de Darío hacia mí, es que siempre hay conceptos o ideas que sobreponer a aquello que llamamos, a priori, “problemas”, independiente de si somos creyentes o no.

Nadie decide enfrentar dificultades. Pero sí tenemos la opción de elegir cómo salir de ellas. Parece una declaración de tal sencillez que asombra, mas no tenemos demasiado tiempo para incorporarla a la rueda de lo cotidiano. O no tenemos demasiadas ganas de hacerlo.

Sentirme cómodo en la complicación, es algo en cuyo escape estoy trabajando de manera constante. Darío me ayuda con sus ideas. ¡Son tan parecidas a las que alguna vez tuve!


viernes, 16 de agosto de 2013

Sesenta y Ocho: Otro Sueño Se Hace Realidad

El martes se lanzará oficialmente el libro “Papá en Rodaje: La Aventura de Ser un Padre Comprometido”. Todavía parece un sueño que esta loca idea se haya convertido en mucho más que eso, a estas alturas.
Independiente de la difusión y repercusión que ha tenido este logro (y que espero poder mantener), quisiera compartir con ustedes algunas reflexiones de estos días (en esos momentos en que he tenido tiempo):

        1) Un libro siempre será un libro: parece de Perogrullo decirlo, pero un libro nunca dejará de tener para mí la magia que ha tenido siempre, desde que Gutenberg imprimió la primera copia en serie de la Biblia. Los libros en mi casa son sagrados, hay un espacio inmenso en ella para albergarlos y disfrutarlos con cariño. Jamás se ha subrayado un libro en casa y no me molesta prestarlos…aunque no vuelvan, enriquecen una nueva alma, o varias. Puede ser que en cinco o diez años más ya no se publiquen libros impresos (¡qué miedo!), lo que vuelve más significativo este momento

2)     El logro de alguien cercano, nos motiva: muchas de las personas que se han alegrado por este lanzamiento, me han dicho que saber de esto les ha llevado a retomar viejos proyectos almacenados…algunos han desempolvado escritos propios, para ver si los comparten a través de la web. Me lo han comentado con una enorme sonrisa y un ímpetu que representa para mí el más importante retorno de estos días. Y que quedará en mí por siempre.

3)     Hay que pensar en grande: cuando esta historia se inició, lo hizo humildemente, sin pretensiones. Eso sí, con la secreta esperanza de que, algún día, se convirtiera en algo importante para mí, en términos de su repercusión. Así ocurrió y dentro de lo más valorable de este suceso, creo que está la misma historia que termina con la publicación del libro: una historia que se construyó paso a paso, sobre el mérito. ¡Las cosas pasaron porque esa mañana de mi cumpleaños n°33 decidí empujarlas con vehemencia y pasión!

4)     Las dedicatorias son para quienes queremos: hay personas que relacionan los logros con un “tapabocas”, para todos aquellos que impidieron o minimizaron sus posibilidades de éxito. Hay futbolistas o hinchas que le “dedican” goles y triunfos al rival, como si eso engrandeciera sus victorias. Me gustaría compartir esta felicidad de hoy con todos los que en algún momento creyeron en mis proyecciones absurdas y mi construcción permanente de castillos en el aire. Quienes me cerraron puertas o me ignoraron, estarán en otra cosa, y espero les vaya bien. De veras.

5)     La envidia no existe: esto lo digo sinceramente…¡llevo dos semanas recibiendo solo cariño! Dicen que somos chaqueteros, que no nos gustan los logros de los demás, que siempre estamos opacándolos. Lo cierto es que sigo sin percibir alguna mala vibra de mi entorno.  Todo lo contrario, tengo un cerro de mensajes que atesoraré incluso con más cariño que las entrevistas que me han hecho en los medios de comunicación.

6)     Es el momento de los contenidos: algunos dicen que la compra del Washington Post es cuestión de “gustito de millonario”. A mí me parece que está en coherencia con algo en lo que llevo creyendo más de 10 años…¡es tiempo de contenidos! Los medios están convertidos, cada vez más, en un accesorio y las historias –además de los que son buenos contándolas- tienen un espacio creativo tremendo para crecer…la TV y Radio Digital hará que esto sea todavía más evidente…

El martes pondré la piedra simbólica a este momento de mi vida, como para sacar lindas fotos y grabar buenos videos. Pero lo concreto ya se hizo y tiene que ver con un sueño que pasa desde la imaginación a la realidad pero, más importante aún, con la capacidad de la gente que quiero de hacerse parte de ese mismo sueño y disfrutarlo conmigo tal como lo haría mi hijo: ¡como un niño!

sábado, 3 de agosto de 2013

Sesenta y Siete: Nuestro Futuro

"Está bien papá, lo haré", me dice Darío cada vez que cambio el tono de mi voz, buscando que modifique algún comportamiento, o que lleve a cabo una orden. Una respuesta en estructura gramatical perfecta, probablemente extraída de una de sus películas favoritas (más que las series, ama el concepto “cine”) y que rompe con el uso tradicional que tenemos los chilenos de las formas verbales en futuro.

Es increíble lo que dice el lenguaje (aunque suene obvio), respecto de una cultura, o de la idiosincrasia de una nación. La verdad es que nadie en Chile dice “lo haré”…siempre decimos “voy a hacerlo”…siempre es “voy a salir de vacaciones”, en vez de la más breve “saldré de vacaciones”…

Inconscientemente, estamos poniendo un paso intermedio entre la intención y la acción…todo el tiempo. ¿Por qué? De repente pienso que nos gusta pisar sobre seguro, y cuidamos de no declarar nada en términos definitivos, como si en cualquier momento pudiese cambiar. También pienso que tenemos una tendencia natural y permanente a procrastinar (me encanta esta palabra, significa “postergar”).

Amamos –me incluyo- eso de “dejar para mañana lo que podríamos haber hecho hoy”. Es parte de nuestra esencia estar desenfocados y dispersos, distraídos por lo puntual en perjuicio de nuestros planes futuros. ¿Cómo avanzamos, entonces? Bueno, precisamente, cuando tomamos consciencia y nos hacemos cargo de la acumulación de sueños e intenciones.

Desde otro punto de vista, podría decirse que gozamos profundamente del presente, tanto como para modificar al instante nuestros planes futuros…


Darío, ajeno a mis elucubraciones, me sorprende todos los días en su relación con el lenguaje. Y me encanta su esfuerzo permanente por expresarse de la mejor manera. Solo espero que los años no perviertan de manera irreversible sus expresiones de hoy…como nos va pasando a todos en la medida que nos vamos haciendo adultos.

viernes, 12 de julio de 2013

Sesenta y Seis: Los Juegos de Antes

Anoche veía en televisión un reportaje sobre los juegos infantiles que han ido cayendo en el olvido, en beneficio de nuevos estímulos, “más modernos” o “más tecnológicos”. El periodista hacía la prueba de exponer a niños de hoy a los juegos de antes, como saltar la cuerda; el run run (botón que giraba gracias a un cáñamo) o el nunca bien ponderado trompo.

Inicialmente, desconocían el objetivo de cada juego, pero ante la invitación a probar, accedían de buena gana al “ensayo y error”, para entender su funcionamiento. Y lo más llamativo de todo: terminaban participando entusiasmados y en grupo.

¿Es la infinidad de estímulos que existen hoy para los niños, la causa de que ellos ya no jueguen como nosotros lo hacíamos antes? Es simple responsabilizar a lo que nos rodea, por el camino que siguen nuestros hijos, o las preferencias que van teniendo en la vida. Ya he comentado en este espacio lo relevante de nuestro rol más allá del cuidado básico…generando contextos y paisajes en que ellos puedan desenvolverse.

Toda decisión que tomamos en cuanto al acceso de los niños a diversas experiencias, tiene una ganancia y un costo. Encender el televisor, por ejemplo, nos presenta siempre esa disyuntiva ¿Será bueno que vea tanta tele? ¿Será bueno este programa para él? ¿Lo premio porque se ha portado muy bien?

Querámoslo o no, hay que reconocer que como padres hemos utilizado la tele más de alguna vez para generarnos espacios de tranquilidad: en alguna reunión de amigos; en algún espacio de trabajo desde casa o, simplemente, en la búsqueda de intimidad…

La tentación, a partir de esos resultados, es grande. Y hoy a la tele se han sumado herramientas como el computador, las consolas, los celulares…Los esfuerzos que hacemos con la Andrea, siguen orientados a no perder el control ni la autocrítica. No abusar de los recursos y apelar a ellos cuando sea absolutamente necesario. Y también, a postergar lo más posible el encuentro de Darío con una Wii, Xbox o PlayStation…

¿Por qué los niños del reportaje no conocían los juegos tradicionales de “calle”? No es porque prefieran una consola…Más bien fueron sus padres los que escogieron por ellos.

Lo hicieron al no dedicar tiempo a la transferencia de su propia experiencia infantil (voluntaria o inconscientemente); al no estimular el gusto por jugar con los amigos cara a cara, cansarse y llegar todo sudado y sucio a casa, para recibir un reto de mamá…Al no sentarse en casa con los niños para jugar una hora de Monopoly, reír y comer papas fritas…

Uso y valoro diversas herramientas tecnológicas. Y reconozco que muchas veces he caído en la perversión del tecleo mientras comparto con la Andrea y mi hijo…pero aún no me he rendido a la locura. Sigo teniendo claro la trascendencia de estar piel con piel con mi mujer, de reír dibujando y corriendo con mi hijo en casa…Y tantas otras opciones gratuitas y tanto o más trascendentes que aquello que en ocasiones nos quita el sueño.

sábado, 29 de junio de 2013

Sesenta y Cinco: No Me Importa Dormir

A través de las redes sociales, me he enterado de la masiva devoción que por estos días, existe por dormir. Y, más específicamente, por dormir hasta tarde.

En lo personal, tengo algunas mañanas más complicadas que otras, a la hora de despertar. Pero esas fluctuaciones pasan más por la proyección mental que hago del día que comienza, que por horas de sueño que me hayan quedado pendientes.

Hoy, más que siempre, siento que duermo lo justo y necesario (entre seis y siete horas) y que no demoro demasiado en asumir una mirada optimista y positiva de lo que está por venir. Más todavía, si se trata de un sábado o un domingo…Y no porque no me guste mi trabajo…Solo que me gusta más mi familia…

¿Siestas? Ya ni recuerdo lo que son…la Andrea las había eliminado mucho antes de llegar Darío, por esa obsesión que tiene de estar siempre haciendo algo. Si me ve tranquilo, pensando en la nada misma…deberé atenerme a las consecuencias.

Hace años –desde que nació nuestro hijo- que no tengo la oportunidad de dormir hasta tarde durante un fin de semana. Y hablo muy en serio cuando les digo que no lo echo de menos (algo que, claramente, no comparte la Andrea, que siempre ha tenido una relación especial con las sábanas).

Darío es de los que despierta a la misma hora de lunes a lunes. Y me ha transmitido esa costumbre casi religiosamente.  Y es así que tanto el sábado, como el domingo, me encuentro cerca de las 7.30 al pie del cañón, duchado, vestido y disponible para hacerme cargo de los pendientes “hogareños”, comenzando por el desayuno.

“Ya habrá tiempo para dormir, cuando muera”, suelo repetirle a la Andrea, citando una frase que leí no sé donde, ni cuándo, pero que me identifica en esta etapa de la vida. Más que en cualquier momento, hoy siento que si duermo, me estaré perdiendo de algo importante.


Otra cosa que agradecer a mi hijo…la valoración permanente del tiempo. Su consideración como un tesoro, imposible de desperdiciar y la consciencia profunda de que cada decisión es importante, porque involucra segundos…minutos…horas…

viernes, 14 de junio de 2013

Sesenta y Cuatro: El Día del Padre

Las madres son expertas integrales en su labor y está bien que así sea. Saben qué hacer en los casos más extremos y más aún, son capaces de anticipar posibles problemas o dificultades respecto de sus hijos y darse maña para no perder de vista a su pareja (aunque está claro con quien acudirán en caso de priorizar)

Su regazo nos recibe sin condiciones cada vez que nos sentimos abatidos, o cuando simplemente, requerimos que nos mimen con el plato de comida que más nos gusta, o con esa frase que huele a “mentira blanca”, para darnos a entender que todo está bien. O que todo mejorará.

La paternidad, a la luz de la descripción anterior, asoma como algo bastante más caótico e intuitivo. Eso, por lo menos, desde mi humilde experiencia de cuatro años en este “trabajo”.

Creo que sigo buscando una “identidad” paternal, frente a Darío. Y así como adherí a cierto estilo el primer o segundo año de su vida, hoy busco nueva maneras de vincularme con él, y adivinar la manera en cómo me ve dentro de nuestra casa…¿Soy la autoridad, como lo fue mi viejo? ¿Soy el que acoge y la Andrea es la “policía”? ¿Soy un amigo…un compañero de juegos?

Puede que nuestra presencia y aporte de padres no sean tan visibles ante la opinión y tradición pública. Pero no es menos cierto que cada vez que se acerca un nuevo día del padre, caemos en la cuenta de lo especial que es la relación que hemos establecido con nuestro progenitor; de cómo gran parte de lo que somos tiene que ver con lo que ellos nos entregaron (muchas veces, indirectamente) y cómo pasaron para nosotros de ser héroes con grandes poderes, a personas de carne y hueso, capaces de tomar grandes decisiones. Trascendentales decisiones.

Me cuesta ver muchas cosas que el ojo femenino logra apreciar milimétricamente. Principalmente, eso que llamamos el ahora…la realidad tangible. Como papá, estoy más pendiente de soñar, de alucinar con las posibilidades de aprendizaje que están al alcance de Darío, de visualizar todo lo que lo está a su alcance, en términos de influencia.

Espero no estarles confundiendo. No es mi idea de padre pensar en Darío en una vía para satisfacer mis propias ilusiones truncadas (aunque el ego nos empuje permanentemente hacia ello). En realidad, me hago cargo de una vieja frase que leí alguna vez, y que me identifica plenamente en esta búsqueda: la mente de Darío no es un recipiente para llenar, sino una lámpara para iluminar…


Hoy siento que cambié todas esas ilusiones iniciales, por una sola ilusión: la de que logre ser una gran persona (bajo su propio análisis!!) y que en ese camino mi recompensa sea la emoción. ¡Porque desde que soy esposo y padre, a esa emoción permanente, le llamo “vida”!

martes, 28 de mayo de 2013

Sesenta y Tres: Cuatro Años

Son 48 meses, pero parece que hubiese sido mucho menos. ¿Qué representa, en la práctica, cuatro años en la vida de una persona? En Chile, por ejemplo, es lo que dura un período presidencial…En el deporte, es la distancia entre unos Juegos Olímpicos y los que siguen…y más aún, entre una Copa del Mundo y su sucesora…

Es un lapso breve, ahora no me cabe duda. Y se vuelve aún más efímero cuando se trata de afectos, de cariño…de acumulación de momentos inolvidables.

Darío cumplió cuatro. Y ese hito me deja algo atónito, pues en el ejercicio de la memoria, me doy cuenta que no domino completamente todo lo que ha pasado en este tiempo. Al menos, no como lo hacía cuando había cumplido la mitad de esa edad.

Me estoy poniendo viejo, también, no cabe duda. Viejo, pero también profundamente consciente de la finitud de la experiencia. La de vivir claro, pero más específicamente, la de ser padre.

No terminamos nunca de ejercer como papás, pero sí tengo claro que ésta es la época más intensa del trabajo. Darío cuenta conmigo para todo y me lo hace saber en su tono de voz, en la actitud que asume en la interacción con la Andrea o conmigo.

Es dependencia, seguro. Pero una que, a estas alturas, nace desde la propia decisión y no de la indefensión de un lactante. Hoy, es él quien prefiere y nos exige permanecer a su lado; él, quien sufre con la separación cada mañana que nos vamos a trabajar, a pesar de que parece entenderlo perfectamente.

El otro día se me ocurrió pasar a la casa a verlo, aprovechando que andaba cerca. Cuando le dije que debía volver al trabajo, me abrazó las piernas, con lágrimas en los ojos y me dijo: “Papá, quédate en casita, acá estás a salvo”.

Tuve que tragarme la emoción. O, más bien, utilizarla a mi favor, para salir a devorarme el mundo, en el afán por encontrar maneras que disfrutar más de ese tiempo compartido. De dedicarme todavía más a mi familia.

¡Cuánta razón contenía su frase! Cada vez más en casa me siento protegido, a salvo, ajeno a tantas de las situaciones que me toca enfrentar y resolver, todavía con bastante miedo, a pesar de la experiencia. En casa está lo que me importa de manera verdadera, cuando dejo de pensar en problemas ficticios, fruto de una existencia en que acepto exigencias cotidianas solamente por convención.


En estos cuatro años, mi aprendizaje ha ido de la mano con el de Darío. Lentamente, he retrocedido hasta sus años, para dejar todavía más atrás cualquier intención de ser absorbido por la Matrix…y en ese esfuerzo, debo decirlo con todas sus letras…he sido el hombre más feliz del mundo.

lunes, 13 de mayo de 2013

Sesenta y Dos: Eso de ser mamá


La maternidad es, en sí misma, un universo. Por estos días, en que estamos dejando atrás una nueva celebración para todas esas mujeres que han sido madres (por la vía biológica, administrativa o alternativa), me puse a pensar otra vez en lo incomparable de ese vínculo.

Ya lo he dicho muchas veces en este espacio: el rol que podemos asumir como padres, tiene otras características, variables y alcances, que están en un nivel distinto, en cuanto a profundidad, con respecto a las mujeres. Aunque no sea, por eso, menos relevante.

Las mamás, por eso de ser mujeres, tienen una capacidad que a veces, llega a asustar. Ellas le llaman “sexto sentido”, y les permite anticipar situaciones que desconocen, pero que saben están ahí, latentes.  Por eso resulta tan infructuoso ocultarles información…Yo, por lo menos, ya cedí en ese “tira y afloja” y prefiero compartir con ella lo que está ocurriendo.

Esa sensibilidad de madre es también una terrible compañía para ellas, pues toma las formas de la angustia; la preocupación y la ansiedad. Les obliga a estar siempre atentas “a la jugada” y negadas a la posibilidad de un verdadero relajo, entendiendo que siempre están proyectando lo que está por venir.

Pero, en la práctica, tienen las competencias para sobrevivir a este desafío permanente, de la mejor manera. Es así que se dan maña para apoyar nuestras necesidades y para ser las primeras en acoger cuando lo estamos pasando mal.

Como padre de Darío, la diferencia ha pasado por el ángulo de mi mirada. Durante décadas fui –y sigo siendo- el destinatario de las atenciones de una madre dedicada y cariñosa. Hoy, además de eso, soy testigo presencial y directo de la labor maternal de mi mujer, traducida en innumerables gestos cotidianos que hacen de mi vida una experiencia alucinante.

Y, desde la testosterona y la tradición masculina más ancestral, creo estar en condiciones de declarar con certeza que la Andrea es “la mujer que yo quería como madre de mis hijos”.

No estoy muy seguro si alguien del género, conscientemente, busca una mujer con tales o cuales características que apunten a ese objetivo. Lo que sí me queda claro, es que llega un punto en que de manera natural, admiramos el esfuerzo de ellas en cuanto madres. Y, mejor aún en mi caso, alucinamos al apreciar esa notable capacidad de decidir rápido y certeramente, lo que es más adecuado para nuestros niños. 

Eso, mientras nosotros seguimos pensando y pensando…

viernes, 26 de abril de 2013

Setenta y Uno: Perrito



Todos tuvimos algún objeto de devoción al cual aferrarnos en los momentos de mayor vulnerabilidad de nuestra infancia. Ni siquiera sabíamos qué significaba “ser vulnerable”; más bien actuábamos orientados por el instinto, que nos decía que “algo podía andar mal” si no nos protegíamos.

En lo personal, mi “tabla de salvación” era la almohada que yo llamaba “tuto” y que no podía faltar a la hora de dormir. De lo contrario, la ansiedad comenzaba a consumirme y la expresaba a través de la rabia y el llanto, con la consiguiente desesperación de mis padres.

Recuerdo una vez, un viaje a Chillán (a 400 kms. de Santiago, donde vivíamos), en que mis padres lastimosamente olvidaron el mencionado adminículo, cuya ausencia solo tomó preponderancia en la noche, cuando llegó el momento de acostarme. No había caso, me negué a todas las alternativas posibles, incluyendo una nueva almohada, que cosieron para la ocasión, pero que alegué que “no tenía el mismo olor”.

¿Caprichos de niño? Yo creo que más bien pasa por eso que mencionaba en el primer párrafo: la ligazón tan íntima entre la niñez y el instinto. Y cómo ese vínculo hace que relacionemos nuestra seguridad con los ruidos, olores, texturas que son conocidas y están validadas por nuestro corazón (¿dije corazón? Cerebro…cerebro)

Darío no podía ser menos y desde hace más de dos años que cuida y duerme con un ejemplar de la especia canina, al que llama, simplemente: “Perrito”. Es un peluche de tela de toalla, que llegó en brazos de su Nona (la mamá de la Andrea), quien se le llevó de regalo en una visita cualquiera, a propósito de nada.

Estábamos lejos de adivinar la relación que iban a establecer ambos con el tiempo. Creo que el lazo es extremadamente profundo, aunque con características diferentes al de Lynus y su “mantita” (“Peanuts”)…o al de Andy con Woody (“Toy Story”)…o la maravillosa amistad de Calvin y su tigre Hobbes.

Darío no juega con Perrito en todo el día, pero sabe que llegada la hora de dormir, estará para acompañarlo. Hay incondicionalidad, y reciprocidad, pues el desayuno es junto a él, en la cama, compartiendo cereales. Y existe también la preocupación por saber que está cerca, acompañándolo. Por eso, aunque en el Jardín los niños no lleven juguetes, él se permite tener a Perrito en su mochila, sabiendo que en cualquier momento podrá acudir en su ayuda, si algún problema se presenta.

Ni les cuento que Perrito está al borde de la desaparición, luego de varios lavados (no tantos, por el miedo a que se desarme). Hay altas probabilidades de que en algún momento colapse, aunque hemos mantenido el máximo de cuidado sobre su ya desvencijado cuerpo. Ha sobrevivido a olvidos; caídas en la calles; minutos abandonado en la vereda…y sigue con nosotros. Su historia de vida es tan alucinante, que estoy comenzando a creer que su llegada nada tiene que ver con la casualidad. En realidad ¿Algo lo tiene?