miércoles, 22 de marzo de 2017

Noventa y Cinco: Padres y Apoderados

A cierta edad, cuando descubrimos diferencias notorias entre lo que pensamos y lo que piensan los demás, vamos estableciendo afinidades y cercanías mucho más profundas con las personas. Nos damos cuenta también de que existen ciertos círculos de relación en que estamos imposibilitados de elegir con quienes nos vinculamos, como pueden ser la universidad, el trabajo y, especialmente, al interior de la familia.

En la elección de nuestras acciones y reuniones con otros, va apareciendo un juicio a veces inconsciente, respecto de aquellos con quienes mejor nos sentimos. Y quienes más creemos que aportan a nuestra sensación de felicidad.

Durante la infancia, y hasta bien entrada la pubertad, ese tipo de juicios no existen. Ni menos, existen los prejuicios respecto de los otros. Eso hace que los niños vivan de manera genuina y completa la alegría de compartir con personas que puede que algún día sean completamente diferentes, en todo ámbito de cosas. Son capaces de adaptarse con tal facilidad que sus “amigos de juego” varían de uno a u otro día, sin que exista percepción alguna de traición o de fidelidad.

Para los papás que tenemos a un hijo en edad escolar, aparece para quedarse un nuevo círculo de personas que nos acompañarán un buen rato en la vida. Esas personas que acá en Chile llamamos “Padres y apoderados”, y que son nuestros pares conformando un colectivo complementario en la educación de los niños, el cual se suma a Profesores, Directivos, Funcionarios y Alumnos del establecimiento que hemos elegido.

¿Cuál es nuestro papel en las interacciones que se generan junto a los otros padres del curso? ¿Es esta relación una “obligación”, más que una “oportunidad”, para muchos de nosotros? Estamos en una edad compleja, hemos definido una manera de ver el mundo más o menos estable y relacionarnos exitosamente con gente nueva representa un desafío mayor.

En encuentros de padres, hasta acá, me ha tocado ver de todo: personas que toman palco sobre lo que pasa; personas que buscan espacios de participación activa; personas que van al choque porque tienen la tendencia a imponer ideas; personas que durante todo un año, prefieren abstenerse de dar una opinión. Todas las actitudes son legítimas, por cierto, aunque unas más que otras, redundan en consecuencias positivas para nuestros niños.

Podemos ser actores relevantes del aprendizaje de los pequeños, si encontramos el lugar correcto para aportar con nuestras experticias. Y si entendemos que las diferencias son parte de la vida, así como también lo es la adaptación a los contextos. Nos irá bien, de seguro, si comprendemos que nuestras ideas son buenas, aunque no sean las mejores; que no vamos a una reunión de padres a convencer a los demás, sino a establecer acuerdos; que dentro del círculo de pares, es altamente posible que encontremos personas con mucha afinidad, con quienes podamos compartir nuevas y enriquecedoras experiencias en 12 años de escolaridad.

Esta columna no pretende dar una lección, sino extender una invitación. Podemos ser felices en un ambiente en que no todos nos van a “gustar” como personas; pero en donde todos, sin excepción, perseguimos un bien común, que se trasunta en la alegría y los logros de nuestros niños. Estamos para ser catalizadores, no para ser obstáculos, y es bueno recordarlo cuando llegue el milésimo mensaje de un grupo de Whatsapp que un padre del curso abrió para compartir información relevante, poniendo a prueba nuestra paciencia…