martes, 21 de noviembre de 2017

Ciento Uno: El Pelao y el Nico

Al Pelao lo conocí hace casi dos años, por una cuestión bien circunstancial. Lo contacté para aportar a un festival de hip-hop que estaba organizando junto a un grupo de jóvenes de Lo Hermida (aquella histórica población de esfuerzo en Peñalolén). Pasé a dejarle algunas cosas, me recibió con cariño (y mucho respeto), me presentó al equipo y me contó con entusiasmo las iniciativas que estaban empujando como comunidad.

Había en el ambiente una energía que contagiaba, una efervescencia que me encantaría ver en tantos jóvenes que hoy veo demasiado enfocados en cuestiones pasajeras, por sobre aquello que conlleva una promesa implícita de trascendencia. Esas acciones que dejan huella.

Quedamos contactados por Facebook aquella vez y me gustaba enterarme de las cosas que seguía haciendo por las personas, por la cultura, por cambiar el mundo. Me encantaba leer que había un festival tras otro; que había una peña tras otra; que había gente como él, haciendo cosas por pintar este paisaje con colores diferentes.

Hace algunas semanas, en la revisión cotidiana de posteos, fui viendo aparecer lamentables señales de despedida por parte de sus amigos en la red, los cuales me convencieron de la triste noticia de su partida. A mí, en lo personal, me costó caer en la cuenta de que ya no estará más. Todavía me cuesta.

El Pelao era un cabro bueno, alegre, le daba esperanza a muchos a su alrededor, y seguro su repentina y definitiva ausencia les tocó en lo más profundo. Por lo que he seguido leyendo a través de Facebook, estoy seguro de que esos amigos y cercanos tomarán en cuenta lo que compartieron con él para seguir impulsando con fuerza su música, su baile, sus rimas, cualquiera sea su arte...Espero que el Pelao, desde el lugar del universo en que está, siga siendo inspiración para todos ellos.

Desde que esto ocurrió–y con genuino dolor- le he dado vueltas a este final inesperado, pensando en qué pudimos haber hecho, en qué se pudo haber hecho para que el camino fuera diferente, para que las cosas siguieran otro curso. Para que el Pelao se mantuviera entre nosotros, modificando luminosamente las vidas de tantos.

Fue inevitable pensar en Nicolás Scheel (alumno del Colegio Alianza Francesa, fallecido tras una serie de decisiones apresuradas tomadas por parte de su entorno escolar inmediato), porque desde una realidad socioeconómica completamente diferente, él también estaba cambiando el mundo, volcando su veta social con quienes lo necesitaban y enseñando a quienes venían detrás de él. Quienes no lo conocíamos, nos enteramos sobre su compromiso al leer diversos perfiles de su vida publicados tras su suicidio y la –necesaria- polémica que su absurda muerte trajo consigo.

Nicolás, como muchos niños de su edad (17), era frágil, vulnerable, en una sociedad exigente y en un espacio social cuyas características lo eran especialmente, por cuestiones ligadas a la tradición y la clase social. A raíz de una reacción totalmente desmedida de su establecimiento para una falta menor (porte de una cantidad ínfima de marihuana), los miedos latentes en el muchacho fueron dando paso, lamentablemente, a una decisión irreversible. Una que cambió para siempre las vidas dentro de su familia y, por cierto, dentro de su colegio, que no volverá a ser el mismo.

Mientras todo esto ocurre, continuamos corriendo de un lugar a otro, en la vorágine sin pausa de nuestra agenda cotidiana. Nos tomamos la cabeza al enterarnos de hechos como éstos, pero al día siguiente, seguimos con lo nuestro, ignorando la oportunidad de parar la máquina y reflexionar sobre lo ocurrido. ¿Tenemos algo que ver con lo que pasa a nuestro alrededor? De alguna forma, llevamos décadas aislándonos, cortando los lazos que nos unen a los demás. Las redes sociales nos han ayudado a “mantener el contacto”, para refugiarnos en nuestra individualidad, nuestro espacio, que protegemos de manera tan férrea e inconsciente.

¿En qué momento llegamos a desconectarnos a tal nivel, que no nos enteramos que hay personas cerca de nosotros que nos necesitan? ¿En qué momento asumimos que “estar bien”, pasaba necesariamente por un buen sueldo, una buena casa o un buen auto? Sigue habiendo vida más allá de las posesiones materiales, por más que el escenario intente convencernos de lo contrario.


Hoy ni el Pelao ni el Nico están y este mundo -muchas personas en este mundo- extrañarán su presencia. La vida sigue, dicen, pero es lindo que, no importa cuán pocos seamos, nos detengamos a pensar en eso que como sociedad nos falta para cuidar a los Pelaos o a los Nicolás de manera que se sientan acogidos, queridos, protegidos...para que nos entregaran más de su enorme corazón por muchos años. Para que dejemos de farrearnos aquello que deja huella.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Cien: (La Nueva) Paternidad

Cuando comencé a escribir bajo el rótulo de Papá en Rodaje (hace más de 6 años), lo hice desde la más absoluta convicción de que el camino hacia convertirme en padre consistía en un aprendizaje sin fin. El tiempo me sigue confirmando aquello, poniéndome a prueba cada día, con desafíos de diversa magnitud y características cambiantes.

Aprendo y busco aprender de manera consistente sobre esas ideas que en algún momento levanté desde el sentido común: desde la lógica de un hombre que entiende la PATERNIDAD como una forma de vida, y también desde el prisma de un hijo que admira –todavía- muchos aspectos del estilo de mi propio papá (quien casualmente, hoy cumple un año más. Te quiero, viejo).

Sin saber sobre Igualdad de Género, quise instalar ideas frescas en el mundo de las masculinidades; derribar mitos; romper con ciertos moldes que se han ido traspasando con demasiada precisión entre generaciones. En ese esfuerzo seguiré hasta que me quede suficiente energía, pues quedan muchos pasos por avanzar hacia una crianza equilibrada, en que la corresponsabilidad de madres y padres se vuelva una realidad.

Lo dije en columnas, en entrevistas, en libros: “los hombres no somos ayudantes, somos pares”. En Chile, sin embargo, resta mucho para tomar conciencia de esa paridad. Casi la totalidad de mujeres que trabajan de forma remunerada deben tomar en consideración que la sociedad las considera las primeras responsables de los niños e, incluso, de los familiares enfermos y dependientes.

“¿Y tu señora no puede llevarlo al médico?”, le pregunta un jefe cada día a un colaborador hombre que desea permiso para llevar a su hijo a un control. “¿No los baña tu señora?”, le dice un amigo a otro que le cuenta que está apurado por llegar a su casa para estar con sus hijos. Hemos normalizado –y lo seguimos haciendo- los roles a tal punto que hay mujeres que asumen un alto nivel de carga personal porque están convencidas “que lo hacen mejor con los niños”.

Y tenemos, por supuesto, un alto porcentaje de hombres que aprovechan de manera egoísta este escenario. Lo hacen aquellos casados o en pareja, como también aquellos divorciados o solteros con hijos pequeños. “Lo vi la semana pasada…”, piensa en algún lugar un papá separado, mientras deshace un compromiso con su pequeño, para privilegiar algún espacio personal, tan legítimo como reagendable.

¿Estamos los hombres a la altura de lo que la paternidad nos pide? ¿Lo hemos estado históricamente, acaso? Niñas y niños esperan de nosotros un nivel de cariño y atención alto y permanente, tal como el que les entregan sus madres (o al menos, la gran mayoría de ellas).

Somos y podemos ser más que solo una presencia de autoridad: podemos jugar a la pelota y las muñecas; podemos leer cuentos y arropar por la noche; podemos pasear de la mano y reírnos de las cosas simples; podemos dar respuestas a las cientos de preguntas de cada día; podemos cocinar (o pedir) la comida más exquisita, por el solo gusto de compartirla…

Estoy claro de que cambiar no es sencillo.Pero les puedo adelantar que “querer cambiar” sí lo es. Pasa por hacerse consciente, cada vez que podamos, de la posición de privilegio en que hemos estado, por el solo hecho de ser hombres y haber sido criados en un contexto en que nuestras madres eran nuestro mundo y respondían a todas nuestras solicitudes. Justo es entender que todo lo que ellas hacen, podemos hacerlo también.


El mundo cambió, es hora de que nosotros también lo hagamos, comprendiendo y valorando la experiencia de ser padres. Y todavía más que eso: las responsabilidades que conlleva el rol, desde que vemos nacer a nuestros hijos, hasta que dejamos este mundo, idealmente, antes que ellos.