viernes, 30 de diciembre de 2011

Cuarenta y Uno: Navidad sin Pedales

Comprenderán que han sido días algo agitados, estos de fin de año. Por eso, la ausencia prolongada de este Papá (casi en rodajas). Entre regalos, corridas, celebraciones, cenas de cierre de proyectos, y otras menudencias, he tenido la oportunidad de visualizar, sin querer, situaciones de un pasado maravilloso en que, como niños, disfrutábamos de una vida sencilla, pero querible.

Esto, a propósito de la obsesión de mi madre por convertirse en ayudante de Santa y su desesperada búsqueda de un regalo para Darío...El más especial que puedan imaginarse…nada más y nada menos que un auto a pedales. ¿Saben lo difícil que es encontrar hoy uno de ésos?

Todavía en su memoria está la imagen del auto que ella misma encontró para mí. Un auto rojo de lata, en el que yo me sentía Nikki Lauda y sobre el cual gané numerosas carreras a mis amigos del pasaje en que vivíamos. Lo recibí una Navidad, también, y se fue junto con un montón de otros juguetes, cuando pasó el camión de la basura, sin que yo estuviera para defenderlos (me sigue costando desprenderme de las cosas con las que me encariño).

Si no estaba sobre el auto, estaba con el resto de los niños jugando un partido de fútbol, o sentados en la entrada de cualquiera de las casas, con un tablero, dados, fichas y billetes de Monopoly.

Las cosas, hoy, han cambiado “un poco”. Y no quiero hacer juicios respecto de si esas transformaciones han sido para “mejor”, o para “peor”. Simplemente, han ocurrido, y quienes hoy nos enfrentamos a la paternidad, debemos estar preparados para actuar con equilibrio frente a las aficiones de “gusto masivo”, impulsadas hoy por el mercado: celulares, consolas de juego, ipods, entre otras cosas.

Ni hablar de los autos a pedales. Hoy son parte del pasado, pues las jugueterías los reemplazaron hace rato por autos a batería, en los que los niños presionan un botón y avanzan y retroceden. Para este papá de “vieja escuela”, se trata simplemente una herejía, pues estos vehículos no estimulan ni un mínimo de esfuerzo por parte de los párvulos. Pero ve y explícale eso a ellos…

Bueno, en definitiva, acompañé a mi madre en su empresa, pero los resultados no fueron exitosos. Encontramos dos autos: uno era muy caro, hecho por un artesano a partir de vehículos abandonados (¿alguno sería el mío?); el segundo, lo hallamos en el sector de Santiago más especializado en bicicletas y rodados…era el único…pero a mi madre no le satisfizo.

En fin, al parecer la Navidad del Tercer Milenio no tiene pedales y el desafío paterno está en buscar nuevos nichos de juguetes y accesorios que remuevan esas neuronas casi vírgenes, ansiosas de un buen uso…Por mi lado, sugerí a mi madre un teclado, en virtud del gusto que demuestra Darío por la música…y, a pesar de que quedó muy frustrada por no lograr su primera intención, tomó mi sugerencia y, creo, le fue bien. Hay que tener en cuenta que los niños no tienen foco y que el regalo que menos interés les despertó el 25 de diciembre, puede perfectamente convertirse en el juguete más querido.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cuarenta: El Entusiasmo

Tal como una relación de pareja, la paternidad va tomando la forma de una carrera sin final en la que, más que llegar primero, importa mantener un ritmo constante, parejo, que evite cualquier merma en la calidad de nuestro desempeño.

Suena sencillo, pero nuestra propia humanidad se convierte en el obstáculo más grande para superar. Está en nuestra naturaleza aquello de los estados de ánimo cambiantes que, mezclados con nuestro carácter, van impactando en cada decisión que tomamos y, especialmente, en eso que llamamos entusiasmo.
Nos reímos con los niños, porque se aburren fácilmente con cada actividad que emprenden y, al fin y al cabo, a nosotros nos pasa lo mismo (con ciertos matices).

Hay lunes en que nos sentimos incapaces de cualquier cosa, y algunos viernes en que estamos dispuestos a desafiar a todo lo que se interponga entre nosotros y nuestros sueños.
Cambiamos, dentro de una estabilidad general que nos caracteriza. Cambiamos y, a veces, no nos da el ánimo –ni el cuerpo- para sentarnos a jugar con nuestro hijo o para tomar un libro y leerle una historia. Hay veces en que, simplemente, quisiéramos tirarnos sobre una cama y ser atendidos porque creemos merecerlo.

Pero sucede que, por una u otra razón, estamos solos con él. Nuestra pareja sigue trabajando; salió con sus colegas a la despedida de alguien o está en otro lugar de la casa, haciendo algo necesario e indispensable.  No tenemos más remedio que respirar hondo, recuperar fuerzas (no me pregunten desde qué lugar) y pensar que el “show debe continuar”.
El entusiasmo, por ende, se puede (re) construir. Los padres –rápidamente- aprendemos que no necesariamente es espontáneo…que se puede trabajar mentalmente sobre nuestra energía y entregar lo que nuestros hijos nos exigen de manera inocente.  Y muy justa.

Ya sé lo que piensan. Es fácil escribir sobre esto…al menos, mucho más que llevarlo a la práctica. Soy consciente de aquello y creo, además, este texto me ha resultado como una suerte de ejercicio de reflexión postergada. Una que seguramente no haré la próxima vez que esté cansado.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Treinta y Nueve: Detalles

Tal como la canción de Roberto Carlos, me gustaría hablar simplemente de detalles. No estamos acostumbrados a reparar en ellos, pero es increíble cómo los valoramos y cómo cambian nuestra percepción de las cosas.
Sucede de manera inconsciente. Esto, porque no estamos pendientes todo el tiempo de los detalles que esperamos, pero sabemos reconocerlos inmediatamente cuando estamos frente a ellos (suena muy parecido a aquello que llamamos felicidad, ¿no?).

Los niños son detallistas en extremo. Cuidadosos de un entorno cuyas características ignoran, dan cuenta de todo aquello que nosotros ya no somos capaces de ver.

Darío está entrando en una exquisita etapa de descubrimiento, en la que relaciona las palabras, con las cosas (no te olvido, Foucalt) y, como padre, debo estar atento a sus requerimientos constantes respecto de los nombres que tienen las cosas que le llaman la atención.

Y muchas veces, cuesta. Porque estoy con la cabeza en otra parte; porque estoy mentalmente agotado y la razón que más se repite: porque he visto tantas veces lo que Darío me muestra, que no logro ver su “gracia”. La fuerza de la costumbre…como la canción de Metallica…triste, pero cierto.

Pero él insiste y eso me obliga a salir de mi letargo. ¡Cuánto lo agradezco! Gracias a su tesón inclaudicable (propio de una imaginación ilimitada y naif) me he vuelto a encontrar con las cosas en su real dimensión. Y con incredulidad me he sorprendido disfrutando de la simpleza que tienen gestos como abrir una puerta o ventana;  perseguir pompas de jabón en el patio o presionar el botón correcto en un ascensor.

¡Que alguien nos devuelva la capacidad de asombro! No la perdimos por el progreso, no nos engañemos. La perdimos al cambiar nuestras prioridades de vida y concentrarnos en nuestro propio interés (no solo monetario). La perdimos sin, siquiera, luchar por ella. Quizá porque no teníamos ganas, o porque en la batalla cotidiana por el sustento, nos topamos con realidades duras, que nos petrificaron al punto de olvidar gran parte de las cosas que nos hicieron soñar.

¿Les cuento algo? No es fácil, pero se puede volver. Basta contar con la intención y, por cierto, contar con una “pequeña” y adecuada ayuda…

viernes, 18 de noviembre de 2011

Treinta y Ocho: Lo Mejor de Lo Nuestro

A poco más de un mes del ingreso de Darío al jardín infantil, nuestras sensaciones siguen mutando. Con la Andrea estamos contentos del paso que se dio, porque creemos que le ayudará en su proceso de adaptación social, en el que claramente le falta camino por recorrer.

Ya tuvimos la primera reunión de padres y tuve un montón de sentimientos encontrados. En principio, eso de sentirme ajeno y algo desencajado, junto a un baño de inseguridad, pensando si lo que hemos hecho hasta aquí ha sido lo correcto.
El 80% de los padres son mayores que nosotros. No me quedó duda de aquello al escudriñar en sus rostros, sus expresiones, su estilo de enfrentar estas situaciones. En todo caso, me imaginaba que sería así, pues ya es conocida y reportada la tendencia de nuestra sociedad hacia la postergación de los hijos, en beneficio de otros objetivos.

La segunda diferencia, probablemente, más relevante aún…Los demás niños comenzaron a asistir a este jardín desde el nivel Sala Cuna, como la mayoría de los niños hoy, en coherencia con las intensas agendas laborales de ambos padres. E incluso más, en sus casas son cuidados por “nanas” (niñeras), que se preocupan de su alimentación y juegos cotidianamente.
Bajo ese modelo, los padres de hoy califican a sus niños de “súper independientes” y “autónomos”, con una mezcla de orgullo y soberbia. Como si esa condición adquirida (no natural) fuese “buena” de por sí, a la vez que una ventaja para enfrentar con buen éxito las condiciones que nos propone el mundo actual (puede que lo sea, solo lo estoy poniendo en duda).
Nos quedamos hasta el final de la reunión, para conversar con la Tía y preguntarle en privado qué tal anda Darío. Y claro, nos dijo lo que esperábamos: “Le cuesta…es muy muy regalón…se nota que en casa lo han consentido mucho”. No pudimos sino darle la razón, pues es precisamente eso lo que hemos hecho. No porque queramos hacerle daño, por supuesto, sino porque es lo que nos nace.

Nos sentamos en el auto y la Andrea me dijo, preocupada: “Quizá un segundo hijo debiese empezar desde más pequeño en el jardín”. Yo llevaba todo el lapso de la reunión pensándolo, por lo que no dudé en responderle: “¿Sabes? No creo que debamos modificar nuestras ideas porque vemos que Darío no es como los demás. Hemos apostado por estar con él el máximo de tiempo posible; por no exponerlo a espacios y personas desconocidas; porque en casa seamos nosotros mismos los encargados de hacer todo lo que el requiere…y no una niñera…”
En definitiva, ambos caminos se construyen desde las propias posibilidades familiares y no hay uno mejor que otro, en cuanto son nuestros hijos los que van sacando provecho de lo que les entregamos. Darío es poco sociable y ha vivido gran parte de sus meses de vida en compañía de adultos, por eso le va a costar más integrarse en esta etapa.  ¿Quejarme y sufrir por ello? En ningún caso…Hoy tengo más claro que siempre, que en dos años y medio, le hemos entregado lo mejor de lo nuestro.

martes, 15 de noviembre de 2011

Treinta y Siete: Ayudar

Dice la RAE que este verbo significa “prestar cooperación”. En ese sentido, se entiende como el aporte que hacemos a una actividad que alguien ya realiza por su cuenta; que no es de nuestra directa responsabilidad o, para decirlo en términos sencillos: no depende de nosotros.

Hablaba con una compañera de trabajo hace unos días. Casada y con hijos hace bastante más tiempo que yo, me comentaba que su esposo "le ayudaba" mucho en casa. Claro, el hombre cuidaba de vez en cuando a los niños; hacía las compras del supermercado y arreglaba desperfectos hogareños. En ese sentido -pensé yo- su estructura de roles guarda preocupantes semejanzas con la que tenía mi madre (que tiene más de 60 años) o mi abuela (que está justo en los 90), mujeres acostumbradas a asumir el liderazgo en sus familias, en cuanto a la crianza de sus hijos, mientras los hombres, si no estaban trabajando para traer dinero a casa, estaban descansando o divirtiéndose en cualquier otra cosa.

La intensidad con la que vivimos hoy hace imposible concentrar la carga del hogar en una sola persona. Menos en la mujer, que en estos tiempos estudia, trabaja y busca desenvolverse y realizarse en su labor profesional. Ello ha traído consigo que los "ayudantes" sean más "protagonistas" y estén presentes en diversos espacios de la vida cotidiana. Comenzando por los hijos, por cierto.

Lo mío, en todo caso, está anclado en el tipo de relación que hemos mantenido durante más de 10 años con la Andrea. Incluyendo la primera época, de transición, en la que comenzamos a delinear nuestras responsabilidades. Como hijo de madre "clásica", el trabajo de casa me fue ajeno durante 25 años, en los que fui -con suerte- "ayudante" y debía preocuparme solamente de estudiar. Todo lo demás funcionaba como una máquina perfecta e irreprochable: el aseo de la casa; preparar el almuerzo; ir al supermercado, etc...Al decidir compartir el techo con mi actual esposa, fue ella misma la que me dejó en claro las cosas desde un principio: independiente del tipo de labor que debamos hacer, la repartición será -y sigue siendo- equitativa y consensuada.

Difícil de explicar para mi queridísima abuela sería, por ejemplo, el hecho de que la Andrea no cocina. Que lo hago yo y que, afortunadamente, lo paso bien haciéndolo. O que durante los últimos meses ella se queda hasta altas horas trabajando, mientras yo paso a buscar a Darío donde mi madre, lo llevo a casa; le doy su cena; jugamos; leemos un cuento; le doy un baño; le pongo su pijama y luego lo acuesto en su cuna. O que no puedo –intempestivamente- agarrar mi chaqueta e ir a tomar unas cervezas con amigos, porque mi presencia es fundamental para que todo funcione de acuerdo al modelo que hemos acordado, casi implícitamente.

¿Vivo encarcelado? En ningún caso ¿Estoy agobiado por tantas tareas? Solo en ocasiones puntuales ¿Estoy sometido por mi mujer? La verdad, no. Ésa sería la conclusión simplista de alguien que piensa que nuestros roles vienen asignados por naturaleza, en vez de generarse acuerdos, que permitan que ambos nos sintamos plenos, como personas y como pareja. Más allá del amor (que creo hay mucho), esa es la idea de compartir un proyecto de vida en conjunto...

viernes, 4 de noviembre de 2011

Treinta y Seis: El Placer de Viajar, Segunda Parte

Todos los días me llega una oferta nueva de agencia de viajes. Estamos ad portas de una nueva temporada de vacaciones y la promoción con imágenes de paraísos caribeños raya en la crueldad.

Mientras "disfruto" del implacable calor de la capital, y miro la pantalla del computador de mi oficina, pienso en cuántos de estos lugares son realmente lo que parecen y cuántos de ellos son los que llegare a conocer.
Ya lo comentaba en la entrega anterior: no estamos solos. Y el 90% de los destinos que se ofrece no apuntan precisamente al target "pareja joven con hijos menores de 4 años". Apuntan derechamente a un segmento que maneja sus tiempos con libertad, que es capaz de darse gustos y que lo que más busca son experiencias, no tranquilidad.
De repente me dan ganas de comprar un par de pasajes, sorprender a la Andrea y mandarnos cambiar, mientras mi madre cuida a Darío. Pensar en las consecuencias de un arrojo de tal magnitud, no solo me detiene, sino que me pone la piel de gallina.
Esperar. Rima con viajar, por cierto, pero es un verbo que se conjuga de una manera bastante distinta. Lo hacemos desde un plano racional, en que aceptamos las condiciones expuestas, logrando disfrutarlas tanto o mejor que si fuesen distintas.

Con esto, queda la mesa servida para la próxima entrega. Que distancia existe entre la aceptación y la conformidad? O son lo mismo, pero cambiamos las palabras para sentirnos menos culpables? O son realmente opuestos, pues se puede ser feliz con lo que aceptamos (¿no así al revés?)
De momento, a planear vacaciones bajo un marco definido: ni tan lejos, ni tan cerca; con comodidades (no camping, por el momento) y tampoco por tanto tiempo. A preparar la cámara y capturar la historia que estamos por escribir y que comentaremos en 20 años más, para el enfado de Darío y la dulce repetición de un ciclo. El de la vida.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Treinta y Cinco: El Placer de Viajar

Tiene su encanto eso de moverse, conocer lugares, o volver a recorrer puntos que nos marcaron en épocas pasadas. Lo hacemos especialmente en vacaciones, para “desconectarnos” y salir temporalmente de la rutina.

Viajar nunca deja de ser atractivo para quienes nos gusta enfrentar situaciones desconocidas o inesperadas. Como para ponernos a prueba en contextos que nos son ajenos. En lo personal, durante varios años disfruté de recorrer lugares con cierta libertad…dado que la Andrea no es muy dada a moverse de nuestra ciudad.
Con la llegada de Darío, el terreno se puso complejo en ese sentido. Y quienes ya son padres, me entenderán cuando planteo que si ya cuesta planificar un viaje tradicional, ese esfuerzo se multiplica por 3 o 4 veces al hacerlo con un niño pequeño.

La cuna, el coche, el bolso, la leche, la comida, los pañales…y unos cuantos etcéteras, están involucrados en la preparación de cada periplo junto a Darío. Y aunque la planificación es exhaustiva y profunda, muchas veces resulta que se nos olvida algo o pudimos llevar algo que nos habría sacado de un apuro.
Afortunadamente, este pequeño ha resultado ser bastante dócil para sentare en los autos. Le entretienen los paisajes;  duerme con comodidad en su silla y es capaz de comer sus comidas en ese contexto, que muchas veces no es el más cómodo.

Para ordenar las cosas necesarias/obligatorias de llevar, el margen de tiempo que estamos utilizando se amplía cada vez más. Y aun así, seguimos teniendo retrasos inverosímiles, con la consiguiente y nunca bien ponderada dosis de conflicto de pareja, siempre presente. Darío, de hecho, es quien menos se complica por la circunstancia, incluso cuando nos ve correr de un lado para otro con las caras desfiguradas por la ansiedad.
Viajar sigue siendo un placer, no cabe duda. Pero la lectura de ese goce hoy es distinta y comienza desde la tranquilidad por llevar a nuestro hijo “donde mis ojos lo vean”, como dice la Andrea.  Si tenemos que resignar las salidas nocturnas, u otro tipo de actividad “entretenida”, pero “adulta”, es parte de las condiciones dadas en esta etapa.  Torturarse y sufrir por lo que estamos dejando de hacer, de veras si se vuelve perverso. Más, si pensamos que dentro del auto va uno de nuestros sueños más reales.

viernes, 21 de octubre de 2011

Treinta y Cuatro: El Final de la Violencia

Sorpresa es la que he sentido últimamente, en conversaciones sostenidas con cercanos, a propósito de la crianza actual (o futura) de nuestros hijos.

Y no es que las posiciones propias y ajenas difieran tan radicalmente. La sorpresa va por un lado bien específico: las herramientas escogidas para "educar" o "encauzar" el comportamiento de los niños.

Para todos, sin excepción, el proceso de paternidad representa un desafío enorme. En eso, coincidimos. Sin embargo, cada uno proviene y carga con la propia experiencia de crecimiento y las figuras parentales bien definidas.

Para algunos, la formación está vinculada derechamente al respeto. Para otros, ese respeto es sinónimo de miedo.

Miedo, como concepto base para construir la relación con sus hijos. Un miedo vinculado a la negación más antojadiza; a las decisiones menos compartidas o a las ganas de que los niños se conviertan necesariamente en lo que sus padres desean.

Creo en los miedos, pero en los propios, los que vamos generando en la medida que exploramos y conocemos el mundo. No creo en los miedos heredados, prestados o traspasados quién sabe con qué motivo…Nos enfrentamos a un mundo lo suficientemente aterrador, como para multiplicar esa sensación por dos o por mil. Menos en un proceso de crecimiento y desarrollo.

Por eso, me niego sistemáticamente a aceptar la violencia (especialmente la física), no solo contra un niño, sino contra cualquier persona. Contra un niño, ¿qué puedo decir?...es casi una aberración…ponerse en una posición de superioridad que, finalmente, ¡es solo circunstancial!

¿Quién dice que por ser adultos, tenemos la razón, o las mejores razones siempre? A los 33 suelo sentirme estúpido bastante seguido. E ignorante, mucho más.

No me pidan que entienda el argumento de que es “solo de vez en cuando”, “que hay veces en que se vuelve necesario”, “que no hay otra forma de domar a este niño”...¿Quieren saber la verdad?...SIEMPRE hay otra forma, siempre hay alternativas para cualquiera de las decisiones sobre lo que nosotros controlamos directamente. Golpear a un niño, es tan voluntario como amarlo. Ambas alternativas pasan por uno de nuestros regalos más maravillosos: la libertad.

Hasta aquí escribo desde la sensatez. Si sigo, puede que me “salga de madre”. Como promesa: el día que levante una mano a Darío, para castigarlo, mi vergüenza será tan grande, que creo que nunca más podré volver a escribir sobre el sueño de ser su padre.

jueves, 13 de octubre de 2011

Treinta y Tres: El Aprendiz

El nombre de este blog, en gran medida, tiene que ver con la posición asumida de aprendiz, en esto de ser padre.  No hay intención de dar lecciones; de lucirse por las decisiones acertadas; de dar lástima por cada equivocación…se trata, simplemente, de compartir experiencias, ojalá de la manera más fidedigna posible, a objeto de aportar al conocimiento colectivo. O también -¿por qué no?-  a la emoción colectiva.

Como es poquito lo que sé, puedo ser presa fácil de quienes “vienen de regreso”, en relación a esta labor parental. A saber, los primeros y más cercanos: los abuelos, también conocidos como mis padres.

Mi relación con ellos, en esto de la crianza ha sido bastante cercana. Recuerdo haberles comentado, en entregas anteriores, que con la Andrea tenemos la suerte y tranquilidad de pasar cada mañana a dejar a Darío a la casa de su abuelita paterna, quien lo cuida, alimenta y entretiene entre lunes y viernes. Semana tras semana…
Esta circunstancia ha implicado establecer un vínculo distinto con mis papás, de manera de proteger nuestra relación de las malas interpretaciones y las posibilidades –siempre latentes- de entrar en un conflicto.

Como padres de experiencia, es inevitable que influyan de manera habitual en la vida de Darío y que, a veces, deslicen una opinión no solicitada, sobre alguna situación de crianza. Lo complejo es cuando esa costumbre se vuelve más intensa e invasiva, como siento que ha ocurrido en las últimas semanas.

Considero que, en general, soy bastante abierto para recibir feedback y, lo más importante, muy flexible, cuando se trata de modificar una decisión (si los argumentos son convincentes).  Pero cuando comienzas a escuchar críticas (de las malas solamente) en cuanto a los calcetines que le pusimos al pequeño; pasando por el tipo de comida que le damos y llegando al punto de cuestionar al médico que lo atiende, es hora de modificar en algo la estrategia receptiva.
En ningún caso es positivo (para ninguna de las dos partes), dar pie a respuestas terminantes o entrar en una polémica por las diferencias de opinión.  Se trata de ser empáticos (también desde ambos lados); de escuchar y de comentar con altura de miras, en qué radican esas divergencias.

Por ahora, estoy saliendo vivo del desafío. Sin embargo, ha habido momentos en que el choque generacional pudo pasar a planos superiores. Sobre todo, en esos minutos en que ni siquiera era necesario dar una opinión (la decisión ya se había tomado), y el aporte que necesitábamos, con Andrea, era distinto. Tiempo al tiempo.
 

martes, 4 de octubre de 2011

Treinta y Dos: ¿Dónde Estoy?

Darío debe seguir llorando en este momento. Hace unos minutos lo he vuelto a dejar en su Jardín, en un periodo en que comienza a acostumbrarse a un nuevo escenario matutino.

¿Puede haber una reacción más natural que llorar?...Te sacan de la seguridad del hogar; te alejan de los que quieres; te hacen compartir con personas que no conoces (y que ni te interesa conocer)...
Parte de las competencias más relevantes en el mundo de hoy, tienen que ver precisamente con la capacidad de adaptarnos y, especialmente, actuar de la mejor manera en momentos de crisis. Pero aun cuando pasen los años, hay circunstancias que nos sorprenden, nos emocionan y nos duelen. Es inevitable.

La lección que aprendemos en el Jardín (o en el primer día de clases de la escuela) es, claramente, "no puedes controlarlo todo". O mejor todavía, “siempre que creas que tienes todo bajo control, habrá algo que te demuestre lo contrario”.
Hay personas que colapsan, incluso, cuando deben cambiarse de lugar dentro del mismo piso de sus oficinas (lo he visto estos últimos meses, de cerca, en mi trabajo) mientras que, para otros, el cambio debe ser demasiado radical, como para que logre sacarlos de sus objetivos.

Todo cambio conlleva desafíos (no son “buenos” en sí mismos, como suelen decir algunos “motivadores”).  En el esfuerzo por sobreponernos y regresar a nuestros estados de equilibrio es que aprendemos de manera más directa. Es lo que llamamos experiencia y, más específicamente, conocimiento. Un intangible que ha desplazado hace rato a la “información”, como capital más importante para cualquier organización.

No lloré, ni tuve ganas de hacerlo. Tampoco me angustié. La profesora me quitó al pequeño de los brazos y me dijo “mientras más rápido se vaya, mejor”. Y eso fue lo que hice, no sin antes escribir un mensaje con detalles a considerar, para pegarlo en la mochila de mi hijo.

La Andrea, sin haber estado en ese momento, lo ha pasado peor que yo esta mañana. Traté de contarle lo mínimo posible. De hecho, ni siquiera la llamé, sino que esperé a que ella lo hiciera. Pero mis palabras estuvieron muy lejos de tranquilizarla.

“Le va a hacer bien”, dicen los papás amigos cuando les contamos de este paso en la vida de Darío. Y hoy, como que me da la impresión de que el argumento es real, porque pondrá a nuestro pequeño en un contexto mucho más ideal que el cotidiano, solamente con adultos. Y, sobre todo, porque lo pondrá en una situación abismante, dificultosa, de la que estoy seguro saldrá airoso. Como muchas veces durante su vida.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Treinta y Uno: Contar

Suelen molestarme por el tiempo que me doy para todo lo que hago. "Lento", me dicen, y claro, en comparación con la rapidez con la que la gente se mueve hoy en día, tienen bastante de razón. Afortunadamente, esta “característica” no es una carga para mí, en el sentido de limitarme sicológicamente, ni mucho menos.

Lo que olvidan muchos, es que dedicar el tiempo suficiente a ciertas cosas, inevitablemente les "agrega valor" (modismo graciosamente utilizado en las empresas actuales), las hace todavía más únicas pero, sobre todas las cosas, más inolvidables.

Esto, a propósito de dos acciones que han movido –y seguirán moviendo- este mundo durante lo que reste de su existencia. La primera, no será abordada en estas líneas, y dice relación con el acto hermoso, natural y físico, que socialmente llamamos “hacer el amor”. Y que, por supuesto, se disfruta todavía mejor cuando hay tiempo…

La segunda titula este episodio y es, simplemente, contar. No números, sino historias. No hay que ser demasiado intelectual o estudioso, como para darse cuenta de las relaciones humanas girar en torno a relatos. La conversación con un amigo por teléfono; la petición de una pizza; la disertación en el colegio…todos son relatos con argumento y estructura de principio, desarrollo y final…

Independiente de si les gusta o no la manera en que cuento las historias en este blog, a mí me apasiona el contar y, al menos, eso es lo que espero que se traspase a cualquiera de los lectores, permanentes, u ocasionales.

Soy periodista y profesor, y estructurar discursos es una parte fundamental de mi labor. Sin embargo, lo principal del oficio no lo aprendí en las aulas, sino en extensas conversaciones nocturnas con mi abuelo paterno, maestro en el arte de inventar, mentir y seducir con la palabra. Latentes están aún en mi cabeza la infinidad de historias de las que fui privilegiado oyente, mientras compartíamos un estofado y un mate.

Ahora que mi abuelo, Rolando, tiene más de 80 años y está con serias complicaciones de salud, la nostalgia de esos días se ha alojado en mi corazón, en una mezcla de tristeza con esperanza.

Pena, porque se apaga una de las luces creativas más inspiradoras de mi vida. Y esperanza, porque en cada historia que hoy comparto con Darío, pongo parte de lo aprendido. Y sobre todo, agrego el ingrediente principal…tiempo…porque los relatos que atrapan son los que tienen inflexiones;  giros argumentales; silencios de suspenso; minuto para preguntas…en suma, dedicación para que cada cuento que regalamos, genere un espacio único en la memoria. ¡La mejor herencia que un padre puede dejar!




sábado, 17 de septiembre de 2011

Treinta: La Seguridad de los Objetos

Pero no se engañen. No es que sea un tipo planificado, previsor y estructurado (más bien soy lo contrario), en ese momento lo hice poque la madre de un buen amigo necesitaba clientes.
Tomé el seguro por hacer un favor, pero también -un poquito- como para comenzar a "hacer algo" con el futuro, mientras mis contemporáneos refuerzan su orientación hacia este tipo de decisiones.
Cada mes, de manera automática, me descuentan lo que corresponde a este seguro, dándome cierta tranquilidad frente a la ansiedad adquirida. La verdad es que hasta este momento, su mayor utilidad ha sido permitirme responder a cada nueva oferta con un "no, ya tengo".
La ejecutiva de mantención vino a remover parte de mis posiciones frente a este tipo de "productos financieros" y, más aún, frente a la vida misma. Y se lo dije.
"Pilar, no tomé ese seguro por una preocupación mía, sino por aprovechar una opción". Y ella se lanzó a hablarme de la familia, de los niños, que la seguridad, que el futuro, bla bla bla...
No me siento mal, la verdad, por vivir el día a día y no proyectarme mas allá de la siguiente hora. Y tampoco soy un fanático radical del presente, pues estoy dispuesto siempre a escuchar y repensar las cosas. También se lo dije a Pilar.
Nuevamente, quedé con la inquietud. ¿Será tan eficiente estar pensando todo el tiempo que estamos "prestados" y que debemos prepararnos para el fin? ¿O precisamente lo efímero de nuestro paso por el mundo es una motivación para disfrutar mejor el ahora...?
Pilar me menciono a Darío, como una razón suficiente como para pensar en el futuro. Yo me pregunto, ¿Cuál es el mejor legado que puedo dejarle? ¿Dinero por mi fallecimiento? No cabe duda que le será útil...pero sigo pensando que no lo necesitará...así como hoy yo no estoy esperando la herencia de mi padre...A propósito, si mi progenitor lee esto, ojalá se decida pronto a invertir lo que juntó durante tantos años, en cumplir esos deseos materiales que largamente ha postergado…

viernes, 9 de septiembre de 2011

Veintinueve: Con-Sentido

Es tan humano eso de buscar razones. Es prácticamente imposible para nosotros emprender nuevos rumbos, o tomar decisiones, si no contamos con motivos.

Ya saben que trabajo en RRHH y, por ende,  compruebo empíricamente esta realidad de manera cotidiana. A la gente le cuesta mucho avanzar cuando no sabe para dónde va el barco, o cuando se les entrega una responsabilidad que no entienden para qué sirve.

Hace más de 15 años, en el colegio, mi profesor de filosofía me acercó por primera vez al mito de Sísifo, y su castigo eterno de empujar una gran roca, ladera arriba, para que justo antes de llegar a la cima, volviese a caer. Una repetición angustiante, no por el esfuerzo o la frustración del proceso, sino por la ausencia de un fin. ¿Para qué?

Sin embargo, los años me han mostrado que muchas veces no necesitamos más que el deseo, para embarcarnos en algunas apuestas.  Ya de más viejo, retomé la lectura de “Alicia en el País de las Maravillas”, por ejemplo, y entendí muchas de las cosas que su autor, Lewis Carroll, quizá trataba de decirnos.  Un apasionado de la lógica, en ése y otros relatos, la utiliza precisamente para poner de manifiesto la vulnerabilidad del sentido, y como suele engañarnos poniendo límites a nuestros sueños. Lo mismo que el tiempo (¿Será por eso que el conejo está siempre apurado?).

En la paternidad casi todo el tiempo las explicaciones sobran, no se necesitan. A diferencia de los juguetes de hoy, el sentido “no se vende por separado”. Por lo general, va incluido junto con el shock inicial de verse responsable de una criatura con todo por aprender, pero con la habilidad intrínseca de amar (los bebés lo hacen apenas respiran por sus propios medios…)

A dos años y algo de ese gran cambio, las reflexiones existen,  pero no pasan necesariamente por los motivos. Ya hace rato que inventé un sentido general, que responda a las preguntas puntuales que van surgiendo.

¿El resto? Para mí, ha estado anclado en un concepto denostado y despreciado en estos días, pero que encierra parte del encanto de nuestra humanidad: la improvisación. En efecto, sin abusar de sus “bondades”, el hecho de ir enfrentando las cosas de una, en virtud de los contextos, le quita el peso ficticio a nuestras decisiones, ése que le damos en la medida que agregamos y agregamos antecedentes (como para no tener que decidir nunca…)

viernes, 2 de septiembre de 2011

Veintiocho: ¿Qué es peor?

Así me preguntó una compañera de trabajo, cuando hablábamos de Darío:

- ¿Que le guste el hip hop? ¿Que le guste la electrónica? ¿o que le guste el reggaeton?

Todo, a propósito de que alguien llegó a la oficina tarareando la cancioncita esa del imberbe Justin Bieber y yo, en seguida, exprese mi desaprobación.

- En realidad, lo peor sería el reggaeton, porque detrás del hip hop y la electrónica hay historia y una cultura profunda...sería muy interesante...En todo caso, dudo que Darío algún día enfrente esa disyuntiva, por los estímulos que le entregamos en casa...

En efecto, dedico mucho tiempo a acercar a mi hijo a la música que disfruto...Bach, Vivaldi, Mozart…y siento que él también la valora, aplaudiendo con entusiasmo cuando termina cada pieza. Si llegara a sentirse atraído por otras expresiones artísticas, bueno, creo que sería una tragedia, pero efímera.

Y me quedé pensando en la idea de "lo peor". Cuando esta colega comenzaba a plantear la interrogante, imaginé que apuntaba a algo más complejo de responder. Algo valórico, por ejemplo...

¿Que tenga alguna religión? (soy creyente, pero no practicante) ¿Que tenga un pensamiento político opuesto? ¿Que tenga una tendencia sexual distinta?

A pesar de haberlo pensado someramente, y estar dispuesto inicialmente a aceptar y querer, independiente de cualquier diferencia, debe ser muy distinto enfrentarlo en el momento "real". Y tratar de pasar desde la "declaración", hasta la “acción”.

Hoy es "políticamente correcto", mostrarse como progresista y tolerante, sin embargo, tengo la impresión de que íntimamente son muchos más los que conservan un espíritu algo totalitario (que empeora con los años), pero lo disfrazan para simular. Y adaptarse.

Quizá ese sea el punto más relevante cuando Darío decida opciones con su vida: puede que no me guste una o muchas de sus elecciones, pero me encantaría que las expresara de manera transparente, abierta y consecuente (sin abusar, por cierto, de las emociones y libertades de quienes lo rodean)

Porque, respondiendo la pregunta inicial, para mí, lo peor es esconderse.

lunes, 29 de agosto de 2011

Veintisiete: El Pasado no se fue (2da Parte)

Con todo esto de los flashbacks, de veras que he logrado posicionarme en momentos inimaginables de mi infancia. Ello ha traído consigo, por cierto, la inevitable comparación entre mis proyecciones naif y lo que estoy viviendo de adulto.

He recordado, por ejemplo, las ganas que tenía de crecer y ganar plata, para comprar todo el catálogo de Playmobil, que admiraba una y otra vez, desde la Navidad en que recibí el set de safari.

Pensaba también, en esas injusticias que sentía que se daban con mi segmento etario (niños) y las ganas de lograr representatividad para ese grupo (alentado por el despertar democrático del país). Pensaba en proyectos "revolucionarios", como horarios escolares flexibles; vacaciones prolongadas y muchos, pero muchos derechos de acceso a jugar...

Y en la ansiedad por crecer y lograr tantas cosas para las que estaba limitado, también vivía imaginando como me vería de adulto. La sobredosis de TV me había impulsado a formar un dibujo de mí que, incluso solía poner en el papel: un  personaje de chaqueta, lentes, barba y pelo algo desordenado...

Veía el dibujo, hecho con lápiz de mina, como un futuro deseado, en que salía a "rodar tierras" (como en las historias que leía cada noche) sin demasiados planes y, más que cualquier cosa, con ganas de vivir aventuras y situaciones que desafiaran mi osadía…

Me acuerdo cuántas veces leía a Salgari o a Verne, hasta altas horas de la noche y soñaba que tripulaba un barco explorador, como científico, viviendo épocas de descubrimientos y grandes viajes.


Hoy observo a Darío y, de a poco, de a poco, me fijo en cómo sus ideas no tienen límites. Cómo, a partir de elementos sencillos y rústicos, es capaz de levantar un mundo que tiene comienzo, desarrollo y final (cuando se aburre…).  Y siento algo de nostalgia por mí –no puedo evitarlo- al caer en la cuenta de que silenciosamente he sido derrotado por las estructuras y clasificaciones, convirtiéndome en un personaje mucho más convencional que el de esos dibujos, al que no lo detenía nada, ni nadie.

Darío representa esperanza, en ese sentido. Esperanza de recuperar la parte de mí que dormía y que, desde hace poco más de dos años, ha venido despertando de manera gradual. Como a través de este blog, donde intento crear y plasmar un mundo, el mío (que quizá sea el de muchos), sin mayor ambición que la del relato…mismo mágico motor de esos libros que marcaron mi infancia, o las películas que cada tarde me invitaban a creer que yo también estaba destinado a algo increíble.




domingo, 21 de agosto de 2011

Veintiséis: El Pasado no se fue (1era parte)




Ya saben que mucho me ha apoyado mi madre en el proceso de criar a Darío. Es ella quien lo cuida desde el alba hasta la tarde, cuando de regreso de la jornada laboral, pasamos a buscarlo para emprender rumbo al hogar.

Es una agenda intensa para nosotros, a no dudarlo, pero creo que física y mentalmente ya le hemos “tomado la mano”, entendiendo que hay un bien superior que proteger: el hecho de que el pequeño esté con una persona de confianza, conocida y que permanentemente estimula sus sentidos con juegos, conversaciones y gestos de acogida que Darío reconoce como únicos y especiales.

He observado la relación que mantienen y me emociona profundamente ver a mi madre criando un niño en el que estoy seguro que ha revivido mi propia infancia.

Y lo digo porque la he sorprendido usando frases y gestos que me hacen viajar mentalmente a los primeros años, tal como nos pasa con algunos aromas o sonidos de la edad temprana, que volvemos a encontrar a estas alturas, 30 o 40 años después…

Pero, en este caso, se trata de algo completamente vívido, estremecedor...tanto, como para que el otro día le pidiese a mi madre que repitiera las palabras que estaba utilizando para consolar a Darío, pues me sentí como en un capítulo de la “Dimensión Desconocida” y estaba observando desde afuera, mi propia existencia.

Solemos decir respecto de esa etapa (la misma que vive Darío ahora), que los niños no tienen demasiada conciencia, que posiblemente no recuerden regalos, cumpleaños o hitos que nosotros "inventamos" para ellos. Y tal vez sea cierto en la mayoría de los casos...porque tampoco hacemos demasiado esfuerzo en recuperar las imágenes y memoria perdida. 

Ojo: El pasado no se va. Siempre va a estar ahí, independiente de lo que decidamos hacer con él. Nuestro "pequeño poder" consiste en clasificar los recuerdos, ponerlos en cajones virtuales y volver siempre sobre los que consideramos favoritos y más recurrentes.

Qué nivel de emociones vive Darío diariamente...al enfrentarse por primera vez ¡a todo! Me juego mucho del tiempo que estamos juntos para lograr que aprehenda lo que lo rodea. Da lo mismo si no es al nivel de detalle de una pintura de Claudio Bravo...bien puede funcionar un Picasso, si gran parte del encanto de nuestros recuerdos, es que los hemos distorsionado hasta el límite, buscando que se parezcan cada vez más a nuestros sueños.



viernes, 12 de agosto de 2011

Veinticinco: No me presiones


Son contadas las veces en que la Andrea utiliza mi nombre de pila. En virtud de aquello, cuando lo hace, debo preocuparme en extremo.

-          Gerardo - dijo

-          ….    (la táctica del silencio)

-          Gerardo - repitió, con algo más de intensidad en su voz

-          ¿Sí?  (tono risueño, segunda táctica)

-          Yo creo que tenemos que hablar seriamente sobre lo que se nos viene…

-          Ufff…Si quieres lo dejamos para otro día, recuerda que la última vez te cayó mal lo que comiste.

-          Prefiero que lo hablemos igual.

Darío ya tiene 2 años, dos meses, y mientras estamos buscando su primer jardín infantil (se los conté la semana pasada), también estamos pensando en cuándo debemos embarcarnos en la siguiente aventura “bebística”. En realidad, no se trata de pensarlo (supuestamente, ya lo resolvimos), sino de que la Andrea esté dispuesta a dar el paso. Y, claro, no me interesa presionarla.

Y si la primera vez fue complejo (así comenzó la historia de Papá en Rodaje), la segunda lo es todavía más, por esto de la “experiencia conocida”.

-          Si quieres lo postergamos. Al final, el tema de las diferencias de edad no es tan relevante – digo, como para alivianarle, en alguna medida, su complicación.

-          No, no, lo que yo necesito es que me presiones…

-          ¿?

-          Sí, eso, que me presiones. Si fuera por mí, no pasaría por esto de nuevo, pero estoy de acuerdo con el objetivo que buscamos, así que no me queda otra opción…

-          Quedan varias, no te cierres.

-          Si pienso que hay más de una opción, jamás tendremos el segundo hijo que hemos soñado tanto. Lo que necesito es que seas tú el que empuje esta cuestión.

-          Bueno, si tu prefieres que sea así…lo haré.

Saliendo de la conversación, las definiciones vuelven a fojas cero, y tratamos ambos de vivir el momento. Ya saben que, por lo menos a mí, nunca me ha nacido eso de proyectarme y planificar hacia el futuro. Yo sigo dejando que las cosas ocurran de forma natural, siento que la presión no aporta demasiado a la relación humano.

Mal que mal, se trata de traer otro hijo al mundo…no es comprar un auto nuevo o cambiarnos de casa. Si la Andrea se complica, está bien. Yo la vi, la disfruté y la sufrí embarazada y dando a luz. Nada de ese periodo fue sencillo para ella y la idea de repetirlo debe ser, a no dudarlo, terrorífica. Ni yo mismo me imagino en esas semanas iniciales, con un recién nacido 100% demandante, corriendo de un lado para otro, mientras en otra pieza Darío exige atención…

viernes, 5 de agosto de 2011

Veinticuatro: La Buena Educación

Por estos días, busco un jardín infantil para Darío. Afuera, arrecian las protestas de los estudiantes secundarios y universitarios, para obtener mejoras en la calidad de la educación que reciben.

Coincidencia de tiempos, pero también la constatación de una paradoja: recién comienzo a asumir la responsabilidad de tomar decisiones respecto a la educación de mi hijo “fuera de casa”, mientras miles de jóvenes tratan de cambiar sus propias condiciones de formación.

Es inevitable pensar que las protestas y el debate que han llevado aparejado impactarán directamente en la formación de Darío, pues las decisiones que se tomen al finalizar este conflicto llegarán en menor o mayor medida a las aulas.

¿Qué quiero, como padre, para la educación de mi hijo? En términos generales, nada que parezca muy complicado: valores, calidad y acceso (en ese orden). Parece una tríada sencilla en el papel, pero compleja de llevar a la práctica, especialmente cuando hablamos de un país que crece –no lo niego- pero que al que todavía le resta un extenso camino para llegar a lo que conocemos como “desarrollo”.

Bajo esa premisa, comprendo que los cambios en educación debiesen ser graduales,  así como entiendo también que deben necesariamente ocurrir. Y así parece que lo entiende la mayoría, según plantean las encuestas; las opiniones de la gente común y corriente en TV; los políticos; los expertos. Se alarga la indefinición porque todos creen tener la solución perfecta. Y, probablemente (como en cualquier debate), todos tienen un porcentaje de “razón”.

Mientras, leo y observo con interés lo que pasa, al tiempo que recuerdo mi propio proceso educativo, las oportunidades a las que tuve acceso con esfuerzo (académico) y flexibilidad (económica) y cómo me encantaría que el resto de quienes viven en Chile pudieran tener esas mismas opciones.  Entre ellos, Darío, cuando deba pasar por los 12 años de educación obligatoria (quién sabe qué decide hacer después).

Vuelve a resonar en mi mente el viejo axioma de la educación, como capital trascendental para el desarrollo de una persona, en cuanto a otorgarle nuevas y mejores posibilidades de alcanzar su plenitud. Cómo no citar a nuestra Gabriela Mistral (maravillosa y eterna docente), reforzando esta misma idea: “La educación es, tal vez, la forma más alta de buscar a Dios” (si no es creyente, basta con que reemplace la palabra Dios, por “felicidad”).

viernes, 29 de julio de 2011

Veintitrés: Cuestión de Fe

Ayer estuve expectante, todo el día, frente a la noticia que daba cuenta de un posible avistamiento de la pequeña Madeline McCann, en la India. Apenas duró un par de horas la ilusión, pues nuevas informaciones revelaban que sus padres habían descartado que fuese ella.

Son cuatro años ya, desde su desaparición. Tanto, como para que muchos medios hayan obviado este nuevo incidente y tanto, también, como para que algunos preguntaran, extrañados, “¿quién es Madeline?”.

No me cabe duda que los padres de Maddie jamás han dejado de buscar. Que han gastado lo que tenían, lo que no tenían y lo que les han aportado en estos años, en investigadores privados, redes de informantes, fotografías…todo lo que, de alguna manera, pueda representar una nueva esperanza.

Apostaría a que en estas casi 1.500 noches, no han vuelto a descansar durmiendo. Muchas de ellas, se han amanecido insomnes, conversando, pensando, imaginando y, sobre todo, llorando.  Reflexionando sobre cómo pudieron ocurrir las cosas; qué pudieron haber hecho distinto y cuál es el porcentaje de culpa que les corresponde, por haber bajado a distraerse y dejar a sus niños durmiendo en la habitación de un hotel en Portugal.

Sufro con lo que les pasa, porque me identifica no solo como papá, sino como ser humano. Me duele en el alma enterarme de los esfuerzos infructuosos que han hecho para recuperar a su pequeña, porque esos afanes cada vez están más ligados a la fe y menos a la “realidad”.

Y hablo de una fe que no está ligada necesariamente a la religión. Me refiero a esa fe humana, intrínseca, que sacamos a flote cuando nos vemos en problemas sobre los cuales no tenemos control. Cuando las posibilidades se han agotado y nos aferramos a las dos o tres que quedan. O, sencillamente, a la última.

Y cuando escribo esto, vuelvo a emocionarme, porque si esa fe pudiera convertirse en energía, estoy seguro que tendría la de 100 centrales hidroeléctricas; o la que puede generar todo el petróleo del mundo…Lo paradójico, es que la fuerza que genera esa fe está construida sobre nuestras debilidades. No podría ser de otra manera, si comienza a aflorar y a fluir cuando las respuestas desaparecen y todo se vuelve en contra nuestra, confundiéndonos.

Los padres de Maddie seguirán buscando, aun cuando a nosotros se nos olvide lo que pasó. Bajo otros contextos, puede que también debamos vivir nuestras propias búsquedas y, por supuesto, apelar a la fe, independiente de si  somos o no padres. La conciencia que vamos adquiriendo respecto de nuestras limitaciones de naturaleza es, en definitiva, la que nos fortalece. Y es la que nos permite volver a levantarnos, poner las manos sobre nuestras heridas y esperar que el tiempo nos ayude a sanarlas.

viernes, 22 de julio de 2011

Veintidós: Despegar (se)

Para criar y cuidar de Darío hemos contado con la ayuda invaluable y rigurosa de mi madre, cuyos cuidados para su nieto son verdaderamente tranquilizadores para nosotros. Descansamos en ella, y sentimos que su presencia nos da ese margen de acción tan difícil de recuperar, desde que creció nuestra familia.

Algunas de las decisiones que hemos tomado con la Andrea han reducido todavía más ese margen.  Una que no entiende la mayoría, por ejemplo, es que todavía no tengamos una niñera de tiempo completo para Darío. Por cierto que nos permitiría contar con ciertas libertades, pero en cierto momento optamos por privilegiar el tiempo que nosotros pasamos con él y aprovecharlo “a concho”.
Ello ha significado realizar enormes sacrificios físicos y anímicos, puesto que el resto de las actividades deben seguir funcionando como siempre: las horas extras en nuestros trabajos; los espacios para “sentarnos” a comer; las clases que debo preparar para mis alumnos…Otras, definitivamente han entrado en etapa de “rediseño”: hablo de los espacios “íntimo-recreativo-culturales” del tipo “veamos una película”; “retomaré este libro” o (¡vaya qué importante!) “esta noche durmamos sin pijama”.
Dado que Darío se duerme tarde, he debido acomodar metabolismo y costumbres a una rutina de 5 a 6 horas de sueño, con la que creo haber conseguido convivir. Al menos, por el momento.
Pendiente sigue el paso que debemos dar hacia espacios en que recuperemos la tranquilidad del “nosotros”. Antes de eso, debemos recorrer un camino gradual que parte por sentir que es necesario avanzar y despegar (se), pues independiente que todo gire en torno a Darío, hay vida más allá (y desde antes que él nos regalara su presencia).
Pasar una noche fuera…vivir un fin de semana en otra parte…viajar…sin Darío, difícil, pero no imposible. La Andrea se negaba sistemáticamente a dejarlo con mi madre y hoy ya se está abriendo a la posibilidad de hacerlo una noche (al menos). Quizá si el problema de fondo es que en dos años y algo no nos hemos preocupado de “entrenar” a alguien más en el arte de cuidar al pequeño y siempre debemos acudir a mi “vieja”.
También por esa razón los fines de semana  pasamos 24x7 con Darío y no se programan salidas sin su presencia. “Tu madre lo cuida de lunes a viernes”, dice la Andrea y tiene mucha razón. ¿Si me siento incómodo con la situación? Probablemente durante los primeros meses lo fue, y mucho. Hoy asumo que existen beneficios extraordinarios para mi hijo, que marcarán diferencias en su desarrollo. Frente a eso, creo, vale la pena (y la alegría) tener un poco de paciencia.