viernes, 12 de febrero de 2016

Ochenta y Ocho: La Suerte no Existe

Debo reconocer que me gusta mucho apostar. Lo hago muy de vez en cuando, si se da la ocasión, en casinos. Y lo hago con prudencia, sin gastar demasiado, entendiendo que se trata de una entretención y no una obsesión. Un par de veces, he ganado algo de dinero.

De vez en cuando también, apuesto a la lotería las fechas importantes de mi familia. En contadas ocasiones, he recuperado el monto de lo invertido, y siempre que juego, fantaseo con aquello que haría si se diera el caso hipotético de ganar.

Pero, la verdad sea dicha, hace rato que no creo en la suerte (si es que alguna vez lo hice). Juego porque es divertido pensar que hay cosas que pueden llegar a darse sin estar planificadas, así como cualquier cosa que hacemos de improviso, sin pensarlo demasiado.

Nunca he pensado que ganar un premio sea la “solución” a algo dentro mi vida. Soy consciente de que ese concepto que hemos llamado “suerte”, es la representación ficticia de muchas de nuestras frustraciones, incapacidades o desgano. Puede sonar duro, pero me sigue impactando cierto discurso fácil del ciudadano común, respecto de lo que no ha hecho. Y por qué no lo ha hecho. Muchas veces, “no se ha tenido fortuna”…

Los años me han convencido de que nuestras vidas no dependen de la suerte, sino de nuestras decisiones. Incluso, la decisión de apostar y ganarse un premio parte de la base de la propia voluntad. “Si no juegas, ¿cómo piensas ganar?”,  leí en una publicidad de lotería el otro día. Toda la razón…Y aplicando la misma lógica: “Si no crees que lo haces cambia tu vida, ¿cómo piensas cambiarla, entonces?

“En mi experiencia, no existe tal cosa como la suerte”, dice Obi-Wan Kenobi en el Episodio IV de la “Guerra de las Galaxias” y no puede haber un mejor punto de partida para abrir con mi hijo una conversación sobre el particular, pensando que para él este concepto es simplemente, una palabra nueva que aprender…Hasta acá, para él –y para ningún niño, lo que nos sucede no depende de la “suerte”, sino directamente de lo que hacemos.

¿En qué momento perdemos esa certeza? Bueno, lo hacemos en la medida que crecemos, vivimos y nos damos cuenta de que no siempre los deseos se corresponden con la realidad. Y buscamos responsabilidades sobre aquello que consideramos “carencia”, dado que hemos perdido la consciencia respecto a nuestro tesoro más valioso: la memoria.