lunes, 29 de enero de 2018

Ciento Cinco: Dímelo Bonito (Hablar Mejor con los Niños)

Es cierto que los últimos 20 años el lenguaje coloquial se ha relajado mucho, al punto de que ciertas “malas palabras” hoy forman parte de conversaciones habituales en diversos contextos: familiar, laboral, de pareja. Se trata de un cambio algo dramático para quienes venimos desde una época distinta, aun cuando creo que nuestra adaptación no ha traído mayores dificultades. Esto, claro, es independiente de la incomodidad de algunos (entre los que me cuento).

Se habla a garabatos en una reunión de trabajo; se habla a garabatos con el jefe; se habla a garabatos en la micro y en el metro. No hay lugar en que uno no escuche palabras de grueso calibre, como si fuesen lo más normal del mundo (a estas alturas, ya lo son).

Y aunque suene como esa clásica frase de meme de los Simpsons, desde esta tribuna preguntamos… ¿Alguien quiere pensar en los niños?

Más allá de las conversaciones de adultos que podamos tener cerca de ellos, o junto a ellos, la preocupación de este papá viene dada por esta tendencia cada vez más extendida de usar un lenguaje procaz directamente con los niños. Y no hablo de pequeños de 14 o 16 años (aunque no veo por qué habría que hacer una distinción), sino de infantes de 3 o 5 años, que son increpados públicamente por sus progenitores, a vista y paciencia de quienes compartimos espacio con ellos (ni hablar cómo será en el hogar).

Corregir un error con un insulto; llamar “tiernamente” a un hijo usando una grosería; referir a ellos con algún vocativo vulgar….están lejos de ser acciones que generen “cercanía” con ellos. Muy por el contrario, lo que hacen es provocar sensaciones de humillación y siembran el germen de un comportamiento similar, cuando estos niños sean adultos. ¿De veras está bien que nos tratemos con malas palabras en la relación de padres e hijos?

Los niños están en proceso de aprendizaje pleno y, en consecuencia, desconocen los contextos que los adultos sí sabemos diferenciar. Que no se malentienda: acá nadie está satanizando el lenguaje más informal o “grosero” (es parte de nuestra relación con el mundo), sino más bien, el llamado es a compartimentalizarlo en los lugares y espacios que corresponden. O donde mejor pueden funcionar para nosotros.

Liberar el uso de todo tipo de lenguaje en el contexto familiar puede generar notorias distorsiones sobre la distancia que guardamos con nuestros hijos. Conviene recordar que, por más que tengamos una relación fluida e íntima con ellos, no es una relación de “amistad”, como la entendemos aquellos que tenemos amigos verdaderos. Se trata de un vínculo muy especial, donde el afecto, el respeto y la autoridad, se mezclan en dosis que pueden variar de hogar en hogar, pero que representan uno de nuestros capitales más importantes para la crianza.


¿Cuidemos el lenguaje? Dejar de usar malas palabras en casa, será el mejor ejemplo para nuestros niños en el uso de su propia comunicación con los demás. Entenderán, de a poco, que hay un lugar para cada cosa. Que decir una palabra vulgar no es sinónimo de ser más “cool”, sino más bien, una posibilidad que perdimos de hablar “bonito” y de que otros nos escuchen y entiendan mejor.

jueves, 11 de enero de 2018

Ciento Cuatro: Papá, ¿Juguemos?

Hay preguntas que cambian el mundo. Más bien, son las respuestas las que lo hacen. Pero ¿qué respuesta estamos dando, por estos días, a la pregunta que titula este texto? ¿Cómo hemos respondido históricamente a ella, desde que somos padres? Si varias veces nos hemos estado negando en el último año, ¿tenemos claras las razones? ¿Estamos dedicando al juego el suficiente tiempo de calidad?

Nos quejamos mucho de nuestras copadas agendas de trabajadores y padres sobrepasados. Pero nos cuesta mucho ponernos a pensar cuánto de esa organización de actividades está mal hecha, simplemente, porque la vamos armando sobre la marcha. O porque hemos decidido no ponerle demasiada atención. ¡Externalizamos la responsabilidad de la falta de tiempo!

Desde el momento en que somos conscientes de nuestro rol directo en esa planificación, caemos en la cuenta de que no importa tanto el contexto, como el interés. Que si están las ganas, la energía y las ideas, el tiempo aparece casi mágicamente. Que muchos de los “no” que dijimos en el pasado reciente, pudieron ser distintos.

Responder afirmativamente a la invitación de nuestros hijos a jugar, permite que el mundo cambie. En la práctica, logra que varios mundos se modifiquen: el del niño (a), al concretar un espacio de conexión con sus padres desde sus propios códigos, los lúdicos, que para nosotros están algo “oxidados”. En ese sentido, cambia también nuestro mundo de “adultos”, porque nos permitimos una maravillosa regresión al origen, a la época que atesoramos con más cariño, la de nuestra infancia.

Cambia el resto del mundo, también, porque el juego de un papá/mamá con su hijo inspira a los demás; genera una onda expansiva que va construyendo una realidad diferente. El ejemplo vivo convence, impulsa, genera movimiento en los demás. Y las prioridades comienzan a ordenarse de otra forma en las cabezas adultas con quienes compartimos.

Nos cuesta jugar porque en algún momento de nuestras vidas, dejamos de considerarlo importante. De hecho, aquellos que nunca dejan de jugar los señalamos por inmaduros o excéntricos. Jugar está tan fuera de nuestra agenda, que validamos a personas que se dedican a rescatar el sentido del juego en el mundo profesional “adulto”, a través de consultorías en que los asistentes suelen sorprenderse con cierto tipo dinámicas, que los trasladan a un estado diferente.

Muchos nos estamos pareciendo al viejo y aburrido Peter Pan abogado, que en “Hook” debe ser “rescatado” por Campanita y sus amigos, para que vuelva a disfrutar de lo sencillo, del compartir con otros, de crear desorden dentro de su plana agenda de compromisos cotidianos y valorar mayormente las sonrisas de quienes nos rodean, por sobre el cierre de un buen negocio.

No sabemos cuánto queda. Y esa incertidumbre, más que tortura, debe ser la chispa capaz de encender nuestra motivación. Para que la próxima vez que su pequeño les diga “Papá/Mamá, ¿juguemos?”, la respuesta automática sea un sí.

Me ha tocado llegar muchas veces cansado, completamente hastiado a casa, durante los últimos meses. En varias de esas ocasiones he visto los ojos de mi hijo de 8 al hacerme la pregunta mágica, y he respondido que sí, sin pensarlo. No le he dado oportunidad al “estoy cansado”; “tengo sueño”; “en un rato más”…Y la sensación en el corazón, créanme, es difícil de dimensionar. El recuerdo se archiva en la memoria emotiva, la que importa, como no lo hace ninguna de esas extensas reuniones de trabajo a las que no sabemos por qué nos invitaron…


Ya lo describía Miguel de Unamuno con su notable pluma: “Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños, yo he crecido, a mi pesar. Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad; vuélveme a la edad aquella en que vivir es soñar.”

martes, 2 de enero de 2018

Ciento Tres: Cinco Días (muy poco para comenzar a hacer paternidad)

Fuente: https://www.bebesymas.com/
Hace un mes nacieron nuestros mellizos y sigo flotando en el aire. Tras numerosos esfuerzos desplegados durante años; diversas desilusiones y muchos momentos con ganas de renunciar al sueño, logramos convertir a nuestro Darío (de 8 años) en el “hermano mayor” que anhelaba ser. Y concretamos, como pareja, la familia de “varios” de la que tantas veces habíamos hablado. De tanta felicidad, todavía tengo ganas de pedirle a las personas que me pellizquen, porque no lo creo. Ha sido de película.

Pasaron 8 años entre un parto y otro, y cambiaron muchas cosas en relación al embarazo: su preparación y ritos, así como también los aspectos legales que refieren al descanso materno que hemos denominado posnatal. Hace 8 años, dicho período se extendía por apenas 3 meses, a diferencia de los 6 meses (con algunos reparos) que tenemos hoy. Muchas familias chilenas se han visto beneficiadas por este avance, que en algo aporta hacia una cultura del apego y de fomento de la lactancia, como proceso clave en la crianza temprana.

Pero hubo algo que no cambió. Tras el nacimiento de nuestros pequeños, la empresa en que trabajo me otorgó los mismos 5 días de permiso legal de hace 8 años. 5 días, a los que sumé un par de jornadas más, a cuenta de mis vacaciones. Ahora no podía completar un mes completo, como hice con Darío, gracias al jefe que tenía entonces.

¡5 días legales de permiso para los hombres que tenemos la alegría de recibir un (a) hijo (a)! ¿Es en serio? Yo les invito a preguntarse, ¿Qué cosas alcanzamos a hacer en 5 días, más cuando se trata de 5 especiales días, llenos de urgencias, incertidumbres, desvelos y cansancio?

Me he encontrado con personas que, frente a esta pregunta, me han dicho: “pero si ahora puedes compartir el posnatal con tu esposa”. Dos cosas que aclarar: la primera, es que no se me ocurriría restar días a una madre del contacto inicial con su hijo, a menos que ella me lo pidiera, o lo necesitáramos de manera circunstancial. La segunda, “compartir el posnatal” es más bien “repartirlo”, porque no considera a papá y mamá juntos, en ninguna instancia.

Cinco días son poco, cuando se trata de ser papá. Cinco días son nada, cuando se trata de equidad en la sociedad y de asumir a la par, las nuevas labores y desafíos que trae consigo la llegada de un bebé (o de dos, como en mi caso).

¿Será posible que madre y padre podamos compartir algo más que 5 días la responsabilidad de nuestro nuevo estatus? ¿Será posible que podamos comenzar a modificar en algo las estructuras anticuadas de nuestras disposiciones legales o, peor aún, algunos de nuestros paradigmas instalados y compartidos como verdades?, como eso tan recurrido de: “La mujer se hace cargo de los niños, porque lo hace mejor”.

Cinco días. ¿Tan poco tenemos los hombres que aportar a nuestros nuevos hijos en esta etapa de sus vidas? ¿Tan baja es la expectativa que tiene la sociedad respecto a nuestra importancia en el proceso de crianza de nuestros hijos? Algo estamos haciendo mal, porque no solamente estamos aceptando esta realidad: tampoco la estamos cuestionando.

Hoy no hay diputadas ni diputados presentando un proyecto de ley orientado a mejorar este “beneficio”. No hay papás organizados levantando la voz o marchando para que esos 5 días sean 7 o 10, al menos. No hay especialistas en televisión diciendo: “es muy relevante para el desarrollo de los niños y la consolidación de las familias que los papás puedan estar mucho más presentes en la infancia temprana”. Tampoco hay mamás sopesando la importancia de este aspecto no solamente en lo práctico, sino también en lo simbólico, con miras a una sociedad más igualitaria.

Como papá que ya no accederá a este beneficio, pero con la experiencia de haberlo necesitado, espero este 2018 al menos, despierte el debate sobre este tema. ¿Estamos bien porque damos los mismos días que en Brasil? ¿O muy bien porque Italia solamente entrega uno? Desde mi humilde perspectiva, mucho de la felicidad de los países cercanos al Ártico proviene de la consolidación de estos espacios de afecto primigenio (y en el gráfico adjunto se puede apreciar la relevancia que dan al permiso parental). Después nos preguntamos por qué las familias están teniendo cada vez menos niños en el país…

Papás de Chile, les invito a que nos unamos en esta cruzada. No hay paternidad verdadera sin presencia, sin contacto, sin paridad de labores. Somos padres en una sociedad diferente, que requiere de nosotros un rol mucho más activo que en generaciones anteriores. Muy fácil es seguir la línea del pasado, endosando a la mujer la mayor parte de lo que dice relación con los niños. Personalmente, creo que somos mejores que eso, y la idea es que estemos a la altura. La recompensa, créanme, queda en el alma por siempre.