Me quedé un poco “pegado” en eso de la competencia (¡y lo
mal que lo estamos pasando como parte de ella!) y quise prolongarlo en esta
entrega, compartiendo con ustedes una historia de cuando tenía 9 años y cursaba
cuarto básico en un colegio cercano a mi casa.
Era un establecimiento católico, con sacerdotes y misas
por todos lados y a toda hora (hoy no repetiría ese escenario para mi hijo, por
razones que comentaré en otra ocasión), pero con mucho prestigio en el sector. Para
ser justos, tenía muy buenos profesores, que recuerdo todavía con mucho cariño,
por lo entregados que eran en su labor.
Debe haber sido agosto de 1987 y sentíamos que estábamos
un poco “más grandes”, como para hacer cosas diferentes. Pasábamos los recreos
jugando partidos de fútbol masivos, con 22 jugadores por cada equipo y una
pelota que paseaba por todo el patio (“todo es cancha”, decíamos).
Cierto grupo de padres, en reunión de apoderados, se
entusiasmó con la idea de aprovechar nuestro ánimo y energía para organizar el
primer campeonato de Baby Fútbol para nuestro nivel, a jugarse todos los días
sábado durante la mañana. ¡Grandioso! Pensamos nosotros…será increíble tener
nuestros propios clubes, goleadores, jugar con una motivación especial…
Ese grupo de padres, hay que decirlo, también era
especial. Fanáticos del fútbol todos, estaban liderados por dos que eran particularmente
extremos en su visión de lo que tenía que ser este campeonato. En su ímpetu que
rayaba casi en el delirio, definieron la creación de tres equipos por cada
curso…uno “bueno” (en el que cada uno puso a su hijo), uno “más o menos” y uno con
los “más malos”…conformando un torneo en el que 9 “clubes”, cada cual con sus
limitaciones, intentaría buscar la copa…
¿Perverso? No cabe duda…Es increíble cómo los años me permiten
ver con tanta claridad algo que entonces parecía tan normal…Yo, por supuesto,
pasé a formar parte del “peor equipo” del Cuarto B. La organización nos llamó “Los
Pumas”, nos entregó unas hermosas camisetas celestes (la mía la conservé por años)
y nos entregó la programación del primer
fin de semana.
Nos miramos las caras, conscientes de quiénes éramos
jugando a la pelota. Pero aún así, nos miramos con la convicción de que podíamos
hacer algo mejor de que lo que todos esperaban. Algunos, comenzaron
inmediatamente las gestiones para cambiar de equipo…varios lo lograron. Yo no
moví un dedo, me puse en ese instante la camiseta encima del uniforme y de mis
lentes, gruesos como el fondo de una botella, por mi hipermetropía de 6 grados.
No fuimos campeones, por cierto, pero recuerdo nítidamente
dos hechos ocurridos durante esos cuatro meses…el primero, un viernes en que
viajaríamos a Chillán con mi familia, y mi preocupación era encontrar a alguien
que fuese a jugar en mi reemplazo…Hablé toda esa mañana con mi amigo Rodrigo,
tratando de convencerlo (no acostumbraba jugar ni en el recreo), hasta que me dijo
que sí.
El lunes no quiso hablarme, el martes tampoco. Recién el
miércoles me contó, con mucha rabia, que el sábado fue a jugar con su papá y
que los “entrenadores” (esos mismos
papás fanáticos) no lo dejaron jugar…Yo me quedé helado, no lo podía creer...¿Qué
podía hacer al respecto? La amistad con Rodrigo se rompió esa vez (hablo en
serio) e, incluso, generó que él hablara muy mal de mí frente a todo el curso…No
sé si era merecido, pero era muy entendible.
Segundo hito, quizá con una lectura algo más “positiva”…el
partido que “Los Pumas” disputamos frente a “Los Magníficos”, el mejor equipo
del Cuarto A y punteros del campeonato. Con padres, madres y hermanos de
jugadores en las tribunas y una expectación total por parte de los mejores de nuestro
curso, que esperaban les diéramos una mano…¡Y se la dimos! Fue empate a cuatro
goles, tres de los cuales marqué yo, con mis lentes a cuestas y la algarabía de
un montón de gente que me abrazó y me levantó al final del encuentro…Una postal
inolvidable…con la que sigo soñando incluso en noches recientes, a los 35 años…
Esa mañana significó mucho para mí, pero con la distancia
y la sabiduría que dan los años, con gusto cambiaría esos goles por un nuevo
campeonato…uno en el que los niños tuviéramos algo que decir…uno en el que
todos hubiésemos sido felices por igual…cuando apenas teníamos 9 años, y no
sabíamos que la “competencia” ni siquiera había comenzado…
No hay comentarios:
Publicar un comentario