martes, 27 de febrero de 2018

Ciento Siete: Música para Nuestros Oídos

Más de lo que quisiera, he escuchado últimamente esa recurrida y desafortunada frase que dice “el resto es música”, como relegando a dicha expresión artística a un lugar sin importancia en el mundo, casi como de relleno.  Debo decir que me duele particularmente esto, pensando que la música ha estado y sigue estando presente en cada rincón de mi vida.

Así es también en los niños, quienes tienen una natural inclinación por lo musical, cuestión que es una oportunidad para nosotros como padres, para profundizar en su cercanía con el lenguaje; con la práctica física; con la coordinación psicomotora. Desde que son bebés usamos la música como elemento fundamental en el establecimiento de rutinas y en la búsqueda de momentos de alegría y descubrimiento para los infantes.

Siendo pequeños cantamos, tocamos tambores, usamos guitarras de juguete para creernos los dueños de un escenario ficticio. Todo esto potencia y profundiza el desarrollo intelectual, la capacidad de socializar y la creatividad. ¡Por eso hay tanta música para niños! Y siempre es posible descubrir más. Muchos usamos música clásica durante estos años, para relajar y vincular a los pequeños con expresiones dulces y perfectas de lo que entendemos por armonía. Incluso el rock o el pop pueden ser grandes aliados en el desarrollo de los pequeños y para nosotros, dándonos la oportunidad para compartir cantando con ellos.

¿Qué nos pasó, de un tiempo a esta parte, que en fiestas infantiles estamos escuchando reggaetón? Lo menciono porque no es algo puntual. Me ha pasado en el 90% de las celebraciones de niños a las que he asistido en los últimos años, incluso aquellas que las empresas realizan para las familias de sus trabajadores. ¿Qué nos pasó, que hoy estamos escuchando reggaetón en casa, junto a los niños, y subiendo videos a redes sociales, de ellos bailando como adultos, esos ritmos? 

¿Qué tiene de malo el reggaetón? Como expresión musical, representa genuinamente a una parte de la sociedad actual, sin duda. Como voz de dicha cultura, expresa de manera explícita y a veces violenta, una posición frente a la mujer que la menoscaba, convirtiéndola en un objeto. Eso, sin mencionar que también sus letras están altamente sexualizadas, y en español, por si alguien plantea por ahí que los niños no se fijan en lo que dicen. En la práctica, lo hacen, y van cantando por ahí lo mismo que escuchan.

¿Soy grave? Para muchos que leerán esta columna, probablemente. Sin embargo, ya he planteado acá otras veces aquello que creo con convicción: el lenguaje crea mundo. Y somos responsables del que estamos creando para nuestros niños. ¿Hay canciones de reggaetón con letras amigables e inocentes? 

Probablemente, pero no son las que nuestros hijos están tarareando. Sin ir más lejos, la letra de la célebre “Despacito” dice al final… “Y es que esa belleza es un rompecabezas / Pero pa montarlo aquí tengo la pieza"...Y eso que la escribió una mujer...

31 minutos, Mazapán, Cachureos, María Elena Walsh, Pimpón, los discos de Disney, son tantas las opciones infantiles que ya no se están utilizando en las celebraciones. Si ya son más grandes, ¿por qué no la música rock-pop de las radios, que tantos héroes infanto-juveniles tiene, desde Soy Luna y Violetta, hasta Taylor Swift, Bruno Mars o Katy Perry, por mencionar solo algunas?

“Es que a los niños les gusta el reggaetón”, me han dicho algunos papás con quienes he debatido esto. ¿De veras? Y si les gusta golpearse jugando a las luchas; jugar todo el día con una consola electrónica; hacerse bullying o faltar el respeto a sus compañeros y profesores ¿También deberíamos dejar que ocurra?


miércoles, 7 de febrero de 2018

Ciento Seis: Las Etiquetas son para las Conservas

Me pasó el otro día, comprando algo en una tienda de un centro comercial. Muy cerca, una familia de mamá, papá e hijo estaban en idéntica misión, con la diferencia de ellos circulaban en una calma más bien relativa: su pequeño, muy inquieto, tomaba cosas, las dejaba en el piso, desordenaba otras, gritaba. Todo esto, como cualquier niño de 6 años podría hacerlo en algún momento de su existencia, sin que por ello debamos escandalizarnos.

La cosa se puso un poco más tensa cuando el niño comenzó a botar cosas, tirándose al suelo, mientras sus padres lo miraban, con algo de pudor. Utilizaron algunas frases para sacarlo de ese estado, sin éxito. Por el contrario, el niño replicó en tono gracioso/desafiante, gritando: “Yo soy Chucky”.

Los papás, sonriendo, se encogieron de hombros, mientras el resto de la tienda reía acerca de la “ocurrencia” del niño. Lo cierto es que aquella referencia no había nacido en la mente de un niño de 6 años, que con suerte ha visto el personaje cinematográfico al pasar. En realidad, el rótulo le había sido otorgado por un entorno adulto que, más que hacerse cargo de un comportamiento complejo de su hijo, había optado por caricaturizar, para restarle importancia al asunto.

Déjenme decirles algo: no hay niños “Chuckys”. Así como tampoco hay niños “malos para hacer deporte”; “o que no sirven para las matemáticas”. Estos ejemplos, y otros tantos cotidianamente, son condicionamientos que los adultos estamos haciendo sobre ellos y quizá no fuesen graves, salvo porque van configurando una realidad. Como si en los niños se forjara una especie de profecía autocumplida: tanto me dicen que no sirvo para el fútbol, que comienzo a creerlo…

Incluso de adultos mayores somos capaces de aprender lo que nos propongamos. Puede que algunos nos demoremos más que otros, pero todos los seres humanos en condiciones cerebrales que lo permitan (sí, también aquellos con Síndrome de Down, por ejemplo), podemos adquirir nuevo conocimiento. Y es lamentable que muchas veces tengamos que hacerlo superando etiquetas que no quisimos que nos pusieran.

Qué fácil es hablar de nuestros hijos, o de los demás, como “terremotos”, “Chukys”, “vagos” o “flojos” y qué difícil es que tomemos conciencia de que el escenario y las posibilidades de cambio, las vamos construyendo nosotros, como padres, cotidianamente. Que todo aquello que hagamos sobre ellos, repercutirá en su formación (positiva o negativamente, según nuestro juicio) y que las omisiones también van sumando en ese sentido.


A esos papás que sienten vergüenza o no están conformes con ciertas actitudes de sus niños, les invito a mirar con mayor profundidad los motivos; proponer soluciones; aplicar diversas estrategias para resolver situaciones complejas. Convertir a su pequeño en el símil del protagonista de una clásica película de terror de bajo presupuesto puede resultar muy sencillo, sin embargo, me da la impresión de que las consecuencias en su desarrollo no serán las que hubiésemos querido.