viernes, 24 de junio de 2011

Dieciocho: Padre, pero más que siempre, hijo

Hace un rato que mi viejo pasó los 60. Y es asi como nuestra relación se ha transformado, o modificado, en virtud de los nuevos contextos en que nos desenvolvemos.

Él cuenta los días para su jubilación, y se ilusiona cada vez que hay movimiento en su trabajo, con la posibilidad de salir anticipadamente. Sus sueños están en el campo, al sur, donde concentrará sus esfuerzos cuando -por fin- deje la tradicional "dependencia laboral".

En el intertanto, está todavía más cascarrabias (si es que aquello era posible) y, claro, su salud y vigor han comenzado a mostrar las primeras señales de deterioro. Nada dramático, por cierto, pero ello ha significado asumir un rol hasta ahora desconocido para mí.

Ya adivinaron...estamos entrando en esos años en que los hijos nos volvemos guardianes de nuestros progenitores, a través de un camino constante en el que, incluso, podemos llegar a enfrentarnos al desafío de tomar decisiones por ellos. 

En ese sentido, el impacto emocional es evidente, pero gradual. Como que vas recibiendo pequeños "avisos", en la medida que pasa el tiempo. Y en ocasiones  -como ésta- piensas en ello y en cómo "la tortilla se dio vuelta" y ahora debes poner atención sobre tus viejos. Principalmente, porque ni siquiera aceptas la posibilidad de llegar a perderlos (mientras, aprendes que eso ocurrirá inevitablemente).

Desde septiembre que mi papá posterga una operación a las rodillas. Sus molestias comenzaron hace tiempo, lo que significó que dejara de hacer deporte en forma definitiva, y recién a fines del año pasado decidió visitar un especialista, quien hizo la recomendación. Estamos en junio y todavía nada...

No me imaginaba que algún día, por ejemplo, me iba a tocar pedirle una hora al dentista, para que se tratara un tema del que se quejaba cada vez que nos veíamos...Pero llegó un punto en que tuve que hacerlo. Y, tácitamente, recibí un mensaje de agradecimiento....¡el hombre fue y se atendió el problema!

Tal vez, con ese paso, hicimos un traspaso definitivo de mando. No lo sé. Pero puedo decir, con certeza, que no me sentí incómodo con la responsabilidad asumida. Muy por el contrario, me sentí contento, satisfecho de poder comenzar a "devolver la mano", con cosas realmente relevantes, a aquellos dos adultos en edad mayor, que me dieron la vida y cuidaron de ella durante más de 20 años.

¿Qué viene? Tampoco lo sé. Pero ahora recuerdo y vuelven a tener sentido las palabras que siempre decía mi tío Manuel sobre los hijos: "Son una inversión". Lo decía en broma, relacionándolo con el dinero, pero hoy me parece que no estaba tan equivocado. Los papeles se traspasan, y sucede justo en el momento que corresponde -ni antes, ni después- y así como puedo sorprenderme con estos cambios en nuestra relación, también estoy seguro de estoy capacitado para responder eficientemente. Y, obvio, estar a la altura de mi viejo.

viernes, 17 de junio de 2011

Diecisiete: Lo que me gusta

Este domingo es el Día del Padre en Chile y en varios países del mundo. Ni les cuento la fascinación que me produce, al cumplir el tercer año de celebración de una fiesta en la que esperaba –con ansias- ser incluido.

Tiene un perfil distinto este día. “Es que la mamá es la mamá”, me dice la Andrea, cuando yo le comento mi sensación de que la gente no tiene muy internalizada la fecha, en comparación al Día de la Madre. Ella misma me comentó de un caso que raya en el absurdo: un colega en su oficina que fue festejado por su esposa e hijos el domingo pasado, por confusión…

Los padres tenemos un rol principal con los hijos, pero el protagonismo es materno, no hay duda. Son ellas quienes alojan ¡en su cuerpo! una esperanza que se vuelve vida, y con la cual generan un vínculo invisible, que mezcla lo emocional y lo biológico.

Ya lo dije en alguna entrega anterior, más que luchar por destronar a alguien en “preferencia”, nos corresponde asumir de la mejor manera el rol que nos tocó desempeñar. ¡Y que nos trae tantas y tantas satisfacciones!

Por eso, ante una nueva conmemoración para el “actor de reparto” más importante de la película que filmamos cotidianamente, decidí compilar en una lista, todo aquello que me hace amar mi circunstancia actual. Esto es, hoy, lo que me gusta de ser padre:

- El aroma de Darío, a mi propia infancia.
- Las mañanas de a tres.
- Las preguntas del tipo: "¿Cómo está tu hijo?”
- Los estantes de juguetes en las tiendas (siempre los he seguido mirando, pero ahora tengo una justificación…).
- Imaginar, en qué estaremos los tres, en unos 20 años.
- Las vacaciones, bajo un nuevo concepto.
- Enseñar.
- Pensar siempre en dos personas, antes que en mí.
- Mi cansancio, consecuencia de las mejores razones.
- Cocinar comida especial
- Oír música con Darío, y verlo aplaudir cuando termina cada pieza.
- Los pequeños abrazos que recibo al llegar a casa.
- Armar torres. Una y otra vez.
- Explicar los nombres que tienen las cosas en el mundo.
- Soñar. Más que antes.
- Haber comenzado un nuevo capítulo en mi historia.

Y, claro, me gusta mucho no haber perdido de vista las características extraordinarias que ha tenido todo este proceso. Sorprenderse, a un nivel superlativo, con todos los detalles de la paternidad, es un regalo que a estas alturas, se valora de mejor manera, creo.

Cierto es que, a veces, estoy agotado; con poca reacción; escaso tiempo para intenciones personales…pero también lo es que las decisiones que me llevaron hasta este punto las tomé con gusto y a conciencia. Más que nunca, creo que la paternidad es un acto de amor. Y, como he aprendido a golpes y experiencia: el amor es voluntario.

viernes, 10 de junio de 2011

Dieciséis: Hitos y Ritos


"Muy bien", recalca la Andrea a Darío cada vez que aprende algo nuevo y él sonríe, satisfecho, porque sabe que dio un paso hacia adelante.

Dentro de la cantidad de artículos y libros que he leído respecto a crianza y puericultura, en general, se reitera la importancia de la estimulación de los pequenos exitos y triunfos.

Sin embargo, no me parece que sea una recomendacion exclusiva de esa etapa de la vida. No sé si sea por lo viejo (algunos dicen que siempre lo he sido) o porque ahora soy padre, pero ahora soy mucho mas conciente de la importancia que tiene, para la historia de cada uno, celebrar.

Un amigo dice que la felicidad está construida en base a momentos. Creo que, en parte, tiene razón, pues es la memoria el espacio donde atesoramos lo que mas queremos (y que nadie nos puede robar).

Al festejar los buenos éxitos, estamos marcando hitos que definen períodos de nuestra existencia y características que los hicieron especiales. Como cuando un futbolista declara "estar pasando por su mejor momento".

Un rito, por otra parte, viene a ser la proyección de estas "marcas" hacia lo colectivo. Un espacio en que reconocemos nuestras cosas en común y construimos en conjunto lo que nos pertenece, como familia, como amigos, como grupo.

El segundo cumpleaños de Darío tuvo de ambos: de hito (para él, la Andrea y yo)...y de rito, para nuestra familia y amigos. Y con mucha fuerza intentamos hacerlo inolvidable, para que de forma directa, se alojara en el disco duro de los recuerdos.

Claramente, si recordamos uno u otro cumpleanos, dependerá también de varios factores inasibles: los imponderables (eso que pasa siempre por el lado nuestro y no podemos controlar); nuestros estados de ánimo (si   estábamos deprimidos, preocupados, alegres) pero, por sobre todo, dependerá de la siempre necesaria dosis de improvisación que hace que todas las fotografías tengan un significado distinto.

 (será hasta el 17.06.11...nos vemos)

viernes, 3 de junio de 2011

Quince: ¿Te das cuenta?

Sí, como la hermosa y descarnada canción de los Flaming Lips (“Do you realize?”), a veces me doy cuenta de muchas cosas inevitables. Y es igualmente inevitable detenerse a pensar en ellas, más todavía cuando la sensación es que el tiempo corre veloz e inclemente. Y que cada noche, junto con mis escasos minutos de lectura, vuelvo sobre ellas mentalmente. Y me torturo, a veces, al analizar qué hice o dejé de hacer entre las 7 AM y las 7 PM, para que ocurriera todo lo que contienen mis expectativas.

Un hijo subvierte todo tipo de jerarquías. Y ante esas jornadas extenuantes en que tuvimos que poner mucho más de manos que de corteza cerebral; en que –agotados- solamente pensamos en ¿cuándo nos ganaremos el Loto, para dejar la maldita rutina de casa-trabajo-casa…los hijos nos devuelven el alma al cuerpo, con un efecto superior al de un café con Coca Cola (lectores de mi generación, recordarán ese cóctel…lectores jóvenes, piensen en una bebida “energética”). Por lo menos, en mi caso, recibo su abrazo, un sencillo y gritado “papá” (aún no pasamos al resto del léxico) y, junto con ello, la oportunidad de darme cuenta (como lo hacen los maravillosos Flaming) de la fragilidad de todo lo que nos rodea. O todo eso que nosotros hemos construido para que nos rodee.

No trabajo en Master Card, pero reconozco que el buen éxito de su mensaje comercial está basado en esa fragilidad. En comprender (sin demasiadas complicaciones) que somos pasajeros y víctimas del accidente (al mismo tiempo), lo que nos obliga a decidir, cada minuto, cómo queremos que sea el siguiente. ¿Cómo no estresarnos, si paralelamente, debemos cumplir la cotidianidad que nos permite solventar nuestras necesidades, pero también nos limita?

“Darse cuenta” es dejar de mirar por la ventanilla del vagón y disfrutar de lo que hay dentro. Y no me refiero precisamente a las comodidades o lujos, sino a las personas. ¡Cuántas veces los que ya eran padres, en alguna conversación casual me dijeron: “Disfruta a Darío, crecen muy rápido”…! De repente, te aburría escucharlo una y otra vez, hasta que te das cuenta de que es el mejor ejercicio para no olvidar.

Desde mi experiencia, no hay mejor cafeína que la conciencia. Eso de no perder de vista lo que está ocurriendo, de sacarle provecho y luego atesorar esa riqueza en algún lugar del “disco duro”. Y, de esta forma, luego de haber pasado a buscar a Darío a casa de su abuela; de llevarlo a la nuestra; darle de cenar; jugar con él; bañarlo, secarlo y ponerle pijama, para luego esperar que se duerma…¡todavía quedan cosas por hacer y disfrutar!

Originalidad e innovación, sobra (¡utilicé tanto el cansancio como excusa!). En esos breves minutos, tomo un libro y me sumerjo en alguna historia de Verne; enciendo la TV y veo el basket o alguna serie de media hora; o, últimamente, voy a la cocina y me pongo a preparar algo (sí, me relaja)…todo, por supuesto, junto a la Andrea que, durante esos minutos, va lentamente siendo vencida por el sueño, me abraza, hasta despedirse de mí con una frase que refleja la sencillez de nuestra felicidad: “Ésta es la mejor hora del día”.


(será hasta el viernes 10.06.11)