viernes, 29 de agosto de 2014

Setenta y Nueve: Tanto Control

A través del colegio de Darío, fuimos invitados a una interesante charla sobre la crianza y las relaciones que establecemos como padres, con nuestros hijos. La oradora, una connotada profesional del ámbito, autora de numerosos libros que son éxito en nuestras librerías y que abordan las dificultades que enfrentamos los adultos en un proceso tan desafiante como el crecimiento de nuestros niños.

Aprendí varias cosas, me identifiqué con otras cuantas. Con la Andrea nos reímos de buena gana con varias de sus intervenciones, pues ponía en una perspectiva bastante absurda muchas de nuestras incertidumbres, evidenciando nuestras incompetencias…

Pese a lo positivo de la experiencia, al salir me quedó dando vuelta una sensación más bien extraña. Me estaba llevando importante nuevo conocimiento para la crianza de Darío, pero también me daba cuenta de que la mirada, en general, estaba siempre planteada desde el control, desde la opción que tenemos de encauzar “a tiempo” a nuestros hijos, para que logremos vincularnos con ellos de manera exitosa.

Pero no había en su relato nada sobre la motivación; sobre el desarrollo personal; sobre la estimulación del potencial y las virtudes de cada niño… ¿Sería posible? Y pensé también que no era un problema de ella como estudiosa, académica y escritora. Era un problema de nosotros, como sociedad, que exigimos soluciones para “problemas” que nosotros mismos hemos creado.

Añoramos el control, porque lo perdimos –según nosotros- a manos de una nueva generación, más empoderada, pero menos respetuosa, más soberbia y mucho más desafiante de lo que nosotros mismos fuimos. Se nos fue de las manos la relación con nuestros hijos y tendemos a responsabilizar de ello al entorno, a los amigos, a los medios de comunicación.

Nadie más que nosotros ha sido responsable de esa transformación, que hoy nos complica y nos obliga a contratar a profesionales competentes en el tema, para que asesoren a nuestros hijos en su crecimiento. Nosotros, con nuestro estilo de educación, inventamos directamente el “déficit atencional”; los “problemas de aprendizaje” e, incluso, algo de lo que hoy conocemos como “bullying”.

Bajo ese nuevo escenario, era lógico que un grupo de personas, provenientes de diversos ámbitos del conocimiento, llenara los vacíos que nosotros mismos habíamos generado como padres.  Y nos devolviera algo del control que había desaparecido, creando un equilibrio de necesidades y prestaciones que hoy el común de las personas considera más o menos, “normal”.

Escribo esto desde el “nosotros”, pues también soy padre. Y no me considero el mejor. Pero también lo escribo desde la consciencia de lo que ocurre y la convicción de estar haciendo las cosas de manera muy distinta con Darío.  En consecuencia con mi alma anticuada, me gustan las normas y las defiendo en su justa medida, pero no son más importantes que las “alas” que entregamos a los niños para que puedan desarrollar sus cualidades, gustos y consolidar su autoestima.

Correr riesgos; desafiar a la autoridad; romper con lo establecido, son conceptos íntimamente ligados a la energía infantil y juvenil. Nuestro trabajo hoy, más que contener, es encauzar…y ayudar a que ellos puedan encontrar las mejores vías de desarrollo para su energía y creatividad.

¿Y el control? Para mí, no hay fórmula probada…Para mí, en realidad, es la consecuencia del tiempo que dedicamos a ellos; la cercanía que establecemos en esa relación y la confianza que vamos sembrando a lo largo de los años. Y, por cierto, eso de no olvidar que por más intimidad y “buena onda” que tengamos con nuestros hijos, no somos, ni seremos sus “amigos”. Desde que nacieron y para siempre, seremos sus padres.



jueves, 7 de agosto de 2014

Setenta y Ocho: Un Gran Experto

Le atribuyen a Albert Einstein una frase que me identifica plenamente: “Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás; es la única manera”.

Ya he comentado acá los beneficios y los riesgos que conlleva el hecho de que estemos en una vitrina permanente frente a nuestros hijos. Están cada vez más pendientes de todas nuestras acciones, y lo más relevante: las consideran justificadas por el solo hecho de que las emprenda uno de sus padres. Por tanto, están “autorizados” para repetirlas.

Ayer, cuando por fin pudimos ir al cine a ver la esperada “Guardianes de la Galaxia”, me hizo una pregunta sobre uno de los personajes, que no supe responder. El me replicó: “Papá, tú sabes, eres un gran experto, porque sabes mucho de leer”.

Me reí espontáneamente, pero al instante sentí que me habían endosado uno de los halagos más maravillosos de los últimos tiempos. Mi propio hijo, confiaba ciegamente en mi conocimiento, obtenido en algo que me ve hacer mucho, y que hacemos mucho juntos, también. LEER.

¿Es posible que pueda dejarle un legado más maravilloso que la valoración de los libros como fuente inagotable de saber y de respuestas para esas preguntas que nos hacemos día a día?

Luego de 13 años de trabajo, unos 10 de formación universitaria y los 12 de la educación general, llega finalmente un momento en que mi experticia y competencias son valoradas de una manera diferente, significativa. Tanto, que me emociona todavía darme cuenta lo que represento para un niño de cinco años. Y el desafío que significa estar a la altura de esa visión.

Somos modelos, en todo sentido. Y más allá de que nos guste o no, se trata de un hecho que va aparejado con la paternidad. Más que verlo como una carga, me he dado cuenta de que he elegido verlo como una oportunidad…

Una oportunidad para sentar las bases de la formación integral de mi pequeño…las primeras y más sólidas piedras de la construcción que algún día llamaremos, “educación”.