miércoles, 30 de noviembre de 2016

Noventa y Tres: Tecno-Niños

Hace unos días leí en Twitter a una madre quejándose porque a su hijo de 6 años, en primero básico, le habían pedido hacer una presentación en Power Point. Ella consideraba esto como algo inconcebible, por no estar acorde a su edad, ni al nivel de los aprendizajes que están adquiriendo.

¿De verdad no están capacitados ni preparados para comunicarse a través de una herramienta tecnológica sencilla, de uso generalizado en el mundo actual, como Power Point?

Los niños de hoy son “nativos digitales”, según les han llamado los teóricos. Y es que desde que nacen, están expuestos a estímulos que nuestra generación no alcanzó a vivir (ni soñó experimentar, para ser bien francos), tales como la telefonía móvil, los computadores, las pantallas táctiles, Internet, por mencionar los más llamativos e impactantes en nuestra sociedad.

En la práctica, y bien concretamente, la mamá que reclamaba por una tarea con Power Point, quiso decirnos que los niños de 6 años hoy pueden usar de manera experta celulares y consolas de juego, pero no están preparados para aprovechar un programa informático que complementa su aprendizaje escolar. ¿Paradoja inconsciente? ¿Conclusión parental absurda?

Puede que haya un poco de ambas. Y también algo de esa tendencia crecientemente asumida por los padres, respecto a cierta “sobre exigencia” de los profesores, sobre sus niños. En la conversación habitual de padres, se ha generalizado la sensación de que los pequeños están perdiendo “tiempos de juego”, aun cuando en realidad la mayoría de esos adultos no tienen una idea remota de cómo los niños administran hoy su día.

Créanme. Los niños de 6 –y de 4, si me apuran un poco- están perfectamente capacitados para hacer un Power Point. Y que yo sepa, nadie les está pidiendo que hagan un archivo al día, respecto a temas rebuscados y áridos. Entiendo que los educadores lo hacen de vez en cuando, como complemento a una exposición frente al curso, como el material de apoyo que para nosotros fueron alguna vez las láminas de Mundicrom o las transparencias escritas con lápiz permanente.

Un diario habló este año sobre “el empoderamiento de los padres” frente a las tareas para la casa. Ya he planteado anteriormente en este espacio que dicho “movimiento” y el concepto, en general,  es un carro algo ficticio, al que un número de padres se han subido, como una forma de reconectarse con la realidad de sus niños. Probablemente, porque la habían mirado desde lejos, durante demasiado tiempo.

Empoderarse, como padre, significa reconocer los elementos y variables que cumplen un rol dentro de la vida de nuestros hijos. Significa conocer a las personas que escogimos como sus educadores, entender sus metodologías, verificar los logros, apoyar en el aprendizaje a nuestros hijos. Empoderarse es precisamente todo lo contrario a embanderarse en torno a juicios colectivos bastante apresurados, como “eliminar las tareas” y resolver las cosas a través de la presión y la fuerza. Es un signo de los tiempos: cada vez nos cuesta más CONVERSAR.



miércoles, 28 de septiembre de 2016

Noventa y Dos: Stranger Things

Ha sido un fenómeno, qué duda cabe. En apenas 8 capítulos, esta serie de Netflix nos ha hecho vibrar, emocionarnos, volver mental -y emocionalmente- a una época maravillosa de fines del siglo pasado. Años de asombro, de descubrimiento y de disfrutar de cosas y situaciones sencillas, en contraste a la actual vorágine de estímulos a las que estamos sometidos, tengamos la edad que tengamos.

La historia y las acciones están ancladas en el recuerdo y la referencia reconocible colectivamente por todos quienes fuimos niños o jóvenes en esa época. En ese sentido, funciona de una manera impecable y nos tiene deseando fervientemente que Eleven y el resto de los chicos nos acompañen mucho tiempo más.

Para quienes somos padres, ese ejercicio de nostalgia tiene una extensión aún mayor, pues abarca una serie de cuidados elementos de esta serie, que describen una relación con el entorno que hoy extrañamos para nuestros hijos: los juegos de rol; los walkie-talkies; las bicicletas; las aventuras afuera de casa...

Los tiempos cambiaron y hoy la mayoría de las cosas que viven nuestros niños están ocurriendo bajo nuestros techos, y las razones son múltiples, aunque la más influyente, sin duda, tiene que ver con el acceso común y cotidiano a tecnología que en los 80 solo imaginábamos.

"Estoy aburrido", dicen frecuentemente nuestros niños de hoy y en gran medida somos los padres los culpables de haberlos hecho sentirse dependientes de una serie de elementos de época, al punto de usar esa frase sin pensar, sin analizar las cientos de opciones que tienen a su alcance. En ese sentido, uno de mis esfuerzos recurrentes con Darío hoy está siendo la generación de invitaciones inesperadas y simples, que impliquen dejar de lado televisión y celulares, por ejemplo, y contemplen más directamente el uso de la creatividad y la imaginación.

Funciona. Y en un espectro bastante amplio. Se impresionarán de lo que se puede conseguir desde las buenas ideas y la voluntad/capacidad de seducir a los niños en base a ellas. Los pequeños son naturalmente receptivos a aquello que contemple desafío, juego, aprendizaje entretenido: llegado el momento (el umbral que separa la negación del encanto), olvidarán de buena gana lo que querían obcecadamente en un principio, entregándose a la nueva aventura propuesta.

¿Qué implica eso para nosotros, los adultos? Básicamente, esfuerzo creativo y de tiempo. Algo que podría sonar tan sencillo, pero que hoy se ve complicado de manera constante y recurrente por una infinidad de excusas que, justificadas o no, estamos dispuestos a inventar para eludir la responsabilidad de ser padres capaces de modificar un “mundo” a nuestro alcance.



lunes, 22 de agosto de 2016

Noventa y Uno: ¿Déficit Atencional o Déficit Parental?

Hace tiempo que no me llevaba una sorpresa grande, conversando con otros padres. Fue en una reunión laboral, sobre políticas de prevención de drogas y alcohol en el trabajo. Claro, es un tema que da para mucho, y desde el eje de la charla, salieron diversas aristas, respecto a las diferentes adicciones que podemos llegar a tener los adultos. Entre ellas, a los medicamentos con características de “sicotrópico”.

Conversando y conversando, una de las asistentes planteó que este punto, en particular, no solo toca a los adultos, sino también a los niños, dada la tendencia actual de los colegios (según ella), de resolver cualquier situación considerada “anómala” en el comportamiento de los niños, a través de medicamentos (la mayoría de ellos, potenciales generadores de “dependencia”).

Quedé estupefacto. ¿De verdad es esto una tendencia? ¿Por qué no hemos hecho nada para cambiar esta situación? La conversación continuó con quejas y más quejas sobre este tema, con frases como “los colegios ya no son capaces de resolver nada” o “los profesores ya no aceptan a ningún niño que salga de cierto estándar de comportamiento”. Bueno, pregunté yo, “¿Por qué no los cambian de colegio? Si a mí me sugieran medicar a Darío, lo sacaría de inmediato de ese lugar”.

Las dos mamás que abordaron este tema me quedaron mirando con rostro extrañado y, casi al mismo tiempo, me dijeron: “Porque en todos los colegios es lo mismo”. Entendiendo que el motivo de la reunión era otro, decidí no prolongar el debate más allá de esa conclusión tan radical que, de ser verdad, yo desconocía. Y decidí plantearla acá, como una inquietud para compartir y socializar.

Estimados papás y mamás: no creo ser el dueño de la verdad absoluta (con respecto a ningún tema), pero me da la impresión de que, si hay un porcentaje de nosotros que estamos dejando que nuestros hijos se “droguen” periódicamente, algo estamos haciendo mal. Y muy mal. No solo como padres, sino también como educadores; como administradores de un sistema educativo y, por cierto, también como país.

¿En qué momento un niño inquieto se convirtió en un problema para los adultos? Como profesor, solo puedo decir que me avergüenza que un sistema supuestamente educacional valide acciones “correctivas” y “médicas” para un niño que, simplemente, hace lo que los niños hacen: moverse.  Y peor aún, que exista un porcentaje de padres que normalicen estas recomendaciones, asumiéndolo como una cuestión común y generalizada.

¿Qué razones llevan a madres y padres a aceptar una realidad ficticia como ésta? ¿Por qué ceder sin condiciones a una exigencia unilateral sostenida por argumentos completamente cuestionables?
Lamentablemente, debo decir que muchos papás han puesto tanta confianza, tanta fe en el nombre, prestigio y “marca” de un colegio, que son capaces de perdonarles todo, con tal de que sus niños sigan ahí. Muchos sueñan con colegios “de alcurnia” para su descendencia y postulan con un par de años de anticipación para poder ser parte de ese mundo que representa la posibilidad de un “roce diferente” y una presunta “opción de ascender en la escala social”. Y en ese afán, están dispuestos a renunciar a todo.

Niños tristes; niños agotados; niños enfermos; niños con tratamiento…Pero con padres felices por el logro de sus pequeños estén donde ellos querían que estuvieran. Un escenario perverso, todavía muy silenciado, del que existen varios responsables y cómplices, pero un solo culpable: nosotros, pues somos los que tomamos las decisiones con respecto a nuestros hijos.


Si nos pusiéramos todos de acuerdo, y ninguno de nosotros aceptara que el director, profesor, orientador o psicólogo del colegio nos pidiera medicar a nuestros niños, ¿Podrían ellos seguir profundizando en dichas prácticas? ¿Por qué estamos dejando que ellos hagan, o puedan hacer, lo que estiman conveniente? ¿En qué momento dejamos de hacer nuestro “trabajo de papás”, para convertirnos en meros observadores?

martes, 10 de mayo de 2016

Noventa: Elogio de la Tarea

Hay cosas que ya no me sorprenden del mundo organizacional. Existen características del mundo laboral chileno que son comunes, estemos donde estemos, que pueden aparecer antes o después, pero que van señalando una manera general que tenemos para hacer las cosas. Hay en esos elementos algunos que podríamos llamar “positivos” y otros más bien “negativos”, que nos impiden conseguir los logros que nos vamos proponiendo como personas, áreas o instituciones.

Uno de los más recurrentes, por estar presente en hechos que impactan cada cierto tiempo en los medios, dice relación con la responsabilización. O esa capacidad que tenemos las personas para “hacernos cargo” de aquello en lo que teníamos un rol. Nos cuesta, en situaciones límite, asumir que hemos fallado, o que hemos dejado de hacer cosas que el resto esperaba de nosotros, pues así lo habíamos comprometido. Muchos memes que circulan por Internet abordan esta situación de manera cómica: la mayoría de las veces estamos buscando culpables, sin preocuparnos de diseñar las soluciones. Algunas de esas soluciones, la verdad, jamás se concretan.  El mundo sigue andando, porque parchamos y nos metemos en otros temas, sin haber cerrado los anteriores.

Desde hace algunas semanas, he leído sobre cierto movimiento de padres y madres, denominado “La Tarea es Sin Tarea”, que busca principalmente, acabar con aquella herramienta histórica que los profesores han utilizado como uno más de los recursos para el logro de los aprendizajes. Ayer, he leído –con un poco de escozor, debo reconocer- que un par de diputados pretenden presentar un Proyecto de Ley para erradicar las “tareas para la casa” del mundo educativo. Esto, sustentado en la idea principal (cito textual) de: “fortalecer el vínculo de los padres con sus hijos”.  A partir de esa premisa, me pregunto, ¿son las tareas las responsables de haber destruido ese vínculo?

La respuesta, desde mi punto de vista, es un no rotundo. Es más, en muchos hogares de este país la denostada “tarea para la casa”, representa el único punto de encuentro semanal de padres con sus hijos. Privilegiando –legítimamente, sin duda- ciertos espacios laborales; la asunción de responsabilidades mayores; la posibilidad de ganar un mejor sueldo; una cantidad de padres no menor  hoy llega a casa con el único objetivo de comer algo y descansar, siendo el encuentro con sus niños una cuestión de segunda o tercera importancia.

¿Cuántos de esos padres que hoy se quejan de la cantidad de tarea que tienen sus hijos, escogieron el colegio en base a una lógica absolutamente orientada al objetivo académico (SIMCE, PSU)? ¿Tiene sentido que hoy estén pidiendo a esos mismos planteles educativos que reduzcan un nivel de exigencia que ellos mismos querían para sus hijos? ¿Cuántos de ellos tienen una “nana” que pasa todo el día con los niños, al punto de bañarlos y acostarlos en la noche?...He ahí uno de los varios factores que llevan años masacrando el “vínculo padres e hijos”…

Un reportaje publicado por La Tercera el pasado 30 de abril, habla de “padres empoderados”, por haberse organizado contra este “problema” que son las tareas. ¿Están realmente empoderados un grupo de padres que, en vez de conversar directamente con el profesor de sus hijos para alinear expectativas sobre las tareas, prefiere armar un grupo en redes sociales para eliminarlas?

Las tareas no son un problema. Y sí, aunque suene clisé, son una oportunidad. La tarea es un camino de aprendizaje cuyo contexto, tan especial, la hace diferente del trabajo que se aborda en un salón de clases. A través de la tarea, los niños entienden conceptos como la investigación; la resolución de problemas; la capacidad de tomar decisiones; las maneras que tenemos de pedir ayuda a los demás y, volviendo a los dos párrafos iniciales: van incorporando esas competencias maravillosas que llamamos compromiso y responsabilización.

¡Así aprendimos nosotros! La mayoría de los libros que acompañaron mis búsquedas y lecturas escolares se fueron desde la casa de mis padres a la mía, por nostalgia y porque deseaba que mi hijo tuviera una alternativa real a Google. Y he llenado la casa de más libros, porque creo firmemente que las respuestas están en el mejor buscador que existe: nosotros.

Como en cada tema vinculado a educación, veo y leo citas a Finlandia y su modelo, a todas luces, admirable.  Como toda sociedad, la finesa ha recorrido un camino extensísimo en su evolución (algunos olvidan que era tierra de saqueadores, unos tales “vikingos”): sus capacidades de hoy no estaban “en su sangre” y tuvieron que replantearse cientos de veces el camino  para llegar donde están hoy, en que descansan sobre hábitos instalados y en que el trabajo consiste en protegerlos y profundizarlos.

¿Tenemos un rol los profesores en este debate? Sin duda. Como cualquier actividad humana, la tarea –sea cual sea- debe tener un sentido. Así funcionamos como seres humanos y por eso el mito de Sísifo nos resulta tan elocuente: las tareas que emprendemos son por un algo, al que adherimos o estamos dispuestos a adherir, en virtud de un beneficio final, para mí o para quienes me rodean. Los docentes estamos llamados a cuidar la tarea como una herramienta crítica para gatillar cierto tipo de aprendizajes, y no como una forma de mantener el tiempo de los niños ocupado, o dar una imagen de exigencia que, en realidad, podemos plasmar en otro tipo de acciones educativas.

Hasta acá, no me queda claro si el movimiento para eliminar las tareas está representando a todos los segmentos de padres del país. ¿Qué pasa con los papás de menores ingresos, obligados a trabajar en horarios muchas veces inhumanos? ¿Mamás y/o papás que tuvieron –y tienen- que criar solos/as a sus niños? ¿Se están quejando ellos de la cantidad excesiva de tareas que reciben sus niños?  Mi hipótesis es que ellos están mucho más cerca de lo que pasa con sus niños que el resto, incluso, con las limitantes que tienen en el día a día. Más ahora, con gratuidad en el acceso y en los textos escolares, entienden de una forma distinta la oportunidad que significa educarse. Y valoran lo importante que son los profesores y sus estrategias para ese proceso.

Más allá de disentir -en el fondo y en la forma- con este activismo circunstancial de algunos padres, mi invitación es a valorar este debate; tomar las riendas del rol que nos compete a cada grupo en este ámbito de acción (profesores, padres, alumnos) y hacer cosas sencillas que permitan modificar el panorama en el más breve plazo: ¿Ir a la reunión de apoderados? ¿Revisar cuadernos y libros de los niños? ¿Conversar con ellos cada vez que se puede? ¿Dejar de lado ese anhelado ascenso o el diplomado en la universidad de moda, para llegar a la hora que corresponde a casa? Ideas hay muchas, tantas como protagonistas diferentes.

Si la preocupación es el “vínculo padres e hijos”, construyamos algo juntos primero que todo, desde una premisa positiva y no al revés, planteando de manera un poco soberbia que “la tarea es sin tarea”.

Podemos hacer juntos un movimiento para que las empresas modifiquen su horario laboral y termine más temprano o en horarios diferenciados; podemos empujar un Proyecto de Ley que cree las vacaciones laborales en invierno (como tienen en tantas partes del mundo);  podemos insistir para que los papás tengamos un período de posnatal superior a los cinco breves días actuales. En fin, tantas ideas que podrían ir en beneficio de ese “tiempo familiar” que se ha puesto como excusa para destruir a la “tarea”. Algo tan noble, tan inofensivo y tan potencialmente enriquecedor como la tarea.











viernes, 22 de abril de 2016

Ochenta y Nueve: Cambios Extraños

 “Yo vivía muy bien y con lujos, todo poseía…”, dice la versión latina de una clásica canción de la primera película de Toy Story. ¿A qué alude su letra? Pues al desafío que debe enfrentar Woody con la llegada de un personaje extraño e inesperado como Buzz, que desordena su posición dentro del grupo de juguetes, restándole protagonismo.

“Cambios extraños” se llama esa canción y es el resumen de lo que nos sucede cuando repentinamente nos vemos exiliados de nuestra “zona cómoda”, con la obligación de adaptarnos a un paisaje nuevo, compuesto por otras personas, otro escenario, otras costumbres.

Es lo que le pasa a mi pequeño Darío, ahora que ha dado el paso desde el Kíndergarden al Primer Grado…Y vaya si ha sido impactante para él…

Un patio enorme, en el que ya no hay solo un grupo pequeño de niños conocidos, sino que más de un centenar de niños de diversas edades, topándose los unos con los otros mientras tratan de seguirle el ritmo a su propio juego…Ha sido el primer gran impacto…

Calificaciones y "pruebas" que evalúan su avance académico, también han generado escozor en los niños. Angustia, puedo decir, en algunos. ¿Alguien está preparado, la verdad, para pasar de un estado tan natural como el del Jardín Infantil, a uno bastante más normado, como el de la Educación Básica?

Es una época para observar y monitorear pero, en ningún caso, para presionar. Es el comienzo de una relación que perdurará muchos años, entre nuestros niños y su aprendizaje. Y el anhelo de todo padre, diría yo, es que sea una relación sólida, fluida...ojalá perfecta. 

Lo cierto es que, con los días, la situación se he ido normalizando y lo que en un principio fue tan impactante, se ha convertido en algo más "parte del paisaje". Como adultos, nos pasa lo mismo con los cambios de trabajo, de casa, en los que se modifica el panorama humano alrededor, provocándonos temor e inseguridad...con la ventaja, eso sí, de que nos hemos preparado durante años, en base a la experiencia.

Con Darío, hasta acá, vamos bien. Aunque es solo el comienzo...





viernes, 12 de febrero de 2016

Ochenta y Ocho: La Suerte no Existe

Debo reconocer que me gusta mucho apostar. Lo hago muy de vez en cuando, si se da la ocasión, en casinos. Y lo hago con prudencia, sin gastar demasiado, entendiendo que se trata de una entretención y no una obsesión. Un par de veces, he ganado algo de dinero.

De vez en cuando también, apuesto a la lotería las fechas importantes de mi familia. En contadas ocasiones, he recuperado el monto de lo invertido, y siempre que juego, fantaseo con aquello que haría si se diera el caso hipotético de ganar.

Pero, la verdad sea dicha, hace rato que no creo en la suerte (si es que alguna vez lo hice). Juego porque es divertido pensar que hay cosas que pueden llegar a darse sin estar planificadas, así como cualquier cosa que hacemos de improviso, sin pensarlo demasiado.

Nunca he pensado que ganar un premio sea la “solución” a algo dentro mi vida. Soy consciente de que ese concepto que hemos llamado “suerte”, es la representación ficticia de muchas de nuestras frustraciones, incapacidades o desgano. Puede sonar duro, pero me sigue impactando cierto discurso fácil del ciudadano común, respecto de lo que no ha hecho. Y por qué no lo ha hecho. Muchas veces, “no se ha tenido fortuna”…

Los años me han convencido de que nuestras vidas no dependen de la suerte, sino de nuestras decisiones. Incluso, la decisión de apostar y ganarse un premio parte de la base de la propia voluntad. “Si no juegas, ¿cómo piensas ganar?”,  leí en una publicidad de lotería el otro día. Toda la razón…Y aplicando la misma lógica: “Si no crees que lo haces cambia tu vida, ¿cómo piensas cambiarla, entonces?

“En mi experiencia, no existe tal cosa como la suerte”, dice Obi-Wan Kenobi en el Episodio IV de la “Guerra de las Galaxias” y no puede haber un mejor punto de partida para abrir con mi hijo una conversación sobre el particular, pensando que para él este concepto es simplemente, una palabra nueva que aprender…Hasta acá, para él –y para ningún niño, lo que nos sucede no depende de la “suerte”, sino directamente de lo que hacemos.

¿En qué momento perdemos esa certeza? Bueno, lo hacemos en la medida que crecemos, vivimos y nos damos cuenta de que no siempre los deseos se corresponden con la realidad. Y buscamos responsabilidades sobre aquello que consideramos “carencia”, dado que hemos perdido la consciencia respecto a nuestro tesoro más valioso: la memoria.


martes, 26 de enero de 2016

Ochenta y Siete: Impacto Profundo

Fueron ciertas conductas puntuales –y recurrentes- de 3 o 4 niños del kínder, las que generaron un intenso movimiento de padres durante los últimos meses del año pasado. Todas, tenían que ver con una “adultización” en sus maneras de actuar, que estaban completamente desconectadas del resto de sus juegos, conversaciones y ansiedades, normales para la edad de 5-6 años.

Debo reconocer que quedé impactado, porque no estaba en mis cálculos que, como papás, debiéramos preocuparnos de este tipo de cosas tan temprano. Estaba intrigado, tenía que saber más detalles, para entender las razones (o causas) que habían llevado a niños tan pequeños a manifestarse de estas maneras.

Los niños de 5-6 años no son completamente responsables de lo que hacen. De hecho, como padres sabemos que son todo lo contrario: escasamente responsables de sus vidas, que están regidas por nuestras decisiones sobre lo que ven o no ven; por lo que escuchan y lo que no; por lo que hacen o dejan de hacer.

Los niños no toman decisiones (están en proceso de aprender a hacerlo). Y cuando dejamos de tomarlas por ellos, por las razones que sean (ausencia, falta de tiempo, conflicto de pareja, entre otras), las consecuencias son inmediatas. Los pequeños absorben todas las fuentes de información que tienen a su alcance. Y en un mundo de teléfonos inteligentes, tablets y computadores, es un riesgo que no nos podemos dar el lujo de permitir.

Darío, en esta ocasión, no fue protagonista, sino uno más de los niños “afectados”, por estas situaciones. Digo “afectados”, porque entiendo y defiendo el hecho de que protejamos todo lo que sea posible la inocencia y la mentalidad infantil de nuestros hijos. Y, claramente en este caso, un pequeño grupo ha estado influyendo sobre otro grande para que ello no se dé como los padres esperamos.

Me tranquiliza que él no haya sido protagonista en esta ocasión, pero queda latente en mi corazón la opción de que en otra ocasión lo sea. ¿Depende de él? ¿De los profesores de su Escuela? ¿De sus compañeros y sus padres?

En realidad, son múltiples los factores que pueden influir en ello. No obstante, estoy convencido de que el más importante (porque tenemos control sobre él) yace en casa, en la conversación permanente, en el cariño, en la intención y acción de compartir y discutir las fuentes de información a las que exponemos a los niños, ya sea en forma de texto, música o video. Porque, aunque algunos padres del curso minimizaron (y siguen haciéndolo), el impacto de todo esto, todo empezó con un video de reggaetón en Youtube…




----------------------------------------------------------------------------------------

Papá en Rodaje agradece el aporte de LENOVO y BBVA para sus publicaciones

lunes, 4 de enero de 2016

Ochenta y Seis: El Secreto de sus Ojos

Pasaron tantas cosas durante 2015. Puede que por eso, no haya sido capaz de sentarme 10 minutos, cada quincena, a escribir sobre las cosas que pasan con mi paternidad. Pero se acabaron las excusas y es tiempo de ponerse al día…cada semana…(una de las metas 2016 más exigentes, jeje)

Darío y sus seis años proveen de manera permanente una cantidad de historias que me cuesta trabajo asimilar y transformar en relato. Ahora estoy “pegado”, por ejemplo, con esa capacidad que tienen los niños de su edad para ser receptivos y acogedores con los demás, sean de la edad que sean. ¿Será que con el tiempo, y muy rápidamente, vamos perdiendo ese don natural?

Él invita; él se acerca; él pregunta…No tiene miedo ni prejuicios para acercarse a la persona que tiene más cerca para resolver sus dudas, mientras yo sigo cargando una página web en mi celular, que me entregue la respuesta que él ya obtuvo, como en los viejos tiempos, HABLANDO…

Mi hijo es el niño símbolo de una época maravillosa, el rostro inocente de esos años en que todo era posible, en que las soluciones venían rápido, en que confiábamos en las personas que nos rodeaban.  Un momento de nuestras vidas pleno en expectativas y, por lo mismo, fértil en frustraciones.

Triste es que, en vez de aprender de las frustraciones y sobre cómo superarlas, con el tiempo las vayamos incorporando como una manera de entender el mundo. Y de enfrentarlo.

Los niños están descubriendo todo, para sus ojos. Y también para los nuestros, que vuelven a enfrentarse con sensaciones y sentimientos que creíamos perdidos para siempre en esas mismas cajas en que fuimos a regalar nuestros juguetes, pensando que habíamos “crecido”. Simplemente compartir un rato con un pequeño, les mostrará cuán equivocados hemos estado desde entonces…

----------------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Papá en Rodaje agradece el aporte de LENOVO y BBVA para sus publicaciones