Esta semana se rindió en Chile lo que llamamos SIMCE, una
prueba que pretende medir la calidad de la educación que se entrega en el país.
Una prueba objetiva, de preguntas y respuestas, que espera que sus
participantes manejen una cierta cantidad de información, para concluir si se
está o no cumpliendo con el programa proyectado.
No es una prueba que incluya ética ni raciocinio
filosófico; tampoco capacidad de discernir y tomar decisiones; menos, sobre
creencias y dogmas…Desde mi perspectiva, nunca ha sido una prueba lo
suficientemente buena como para “medir” integralmente los aprendizajes de un
niño. Lo peor de todo es que no a muchos les importa, porque entienden la
lógica de la prueba y les parece coherente con la manera en que funciona el
mundo hoy. Ven números, y los números son suficientes.
Me he encontrado con muchos papás que sueñan con lugares
que sean capaces de hacer que sus niños estén preparados para ese mundo más de indicadores
y cumplimientos que de personas (¡y no para cambiarlo!). Que compitan, que
luchen, que derroten a otros al conseguir objetivos y sobre todo, que siempre,
siempre, obtengan resultados. Un resultado que siempre es sinónimo del primer
lugar…como si perder no entregara excelentes lecciones.
“Quiero ponerlo en tal colegio…porque tendrá una red de
contactos de lo mejor, tú sabes que ahí van las personas que bla bla bla”…¿Qué
esperamos de un colegio? Pareciera que cada vez más, esperamos que haga gran
parte de nuestra labor de padres y la de nuestros hijos…Desde mi humilde
perspectiva, los “contactos” se hacen en cualquier lugar, los hacen las
personas que son buenas, éticas, porque uno siempre quiere hacer algo por ellos
(bueno, también lo logran los tramposos, pero estamos de acuerdo que ellos no
son felices, ¿no?)
Si el pequeño empieza a “bajar las notas/calificaciones”,
la señora lo comenta con su amiga, quien le recomienda al mejor profesor
particular, y termina pagando dos “mensualidades” por su educación. En mis
tiempos, mi madre se sentaba a mi lado y me preguntaba la materia hasta que
ambos quedábamos satisfechos de que ya la había aprendido.
Si tiene 3 años y no habla bien, lo llevan al mejor
fonoaudiólogo, para acelerar sus procesos, porque es preocupante que “a estas
alturas”, no pronuncie bien ciertas palabras…¡3 años! ¿Será posible que desde
tan temprano busquemos traspasarles la ansiedad que hoy nos embarga?
Para mí, la única competencia que debe ganar Darío es
consigo mismo. Ni a la Andrea ni a mí nos preocupa que sea “el primero del
curso”; ni el campeón deportivo…queremos que sea feliz, que gane a veces y que
pierda bastantes (y que aprenda mucho de esas derrotas, en las que estaremos
con él)…que conozca la diversidad y esté preocupado de que sus decisiones no
afecten a los demás…
En este rato, queremos que Darío juegue, juegue todo lo
posible…Llegará un momento en que tendrá que enfrentarse a circunstancias
diferentes, pero independiente de lo mucho que falta, esperamos que cuando sea
el momento, mire con ojo crítico lo que sucede. Y si así lo cree, se la juegue
por cambiarlo…
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