Son 48 meses, pero parece que hubiese sido mucho menos.
¿Qué representa, en la práctica, cuatro años en la vida de una persona? En
Chile, por ejemplo, es lo que dura un período presidencial…En el deporte, es la
distancia entre unos Juegos Olímpicos y los que siguen…y más aún, entre una
Copa del Mundo y su sucesora…
Es un lapso breve, ahora no me cabe duda. Y se vuelve aún
más efímero cuando se trata de afectos, de cariño…de acumulación de momentos
inolvidables.
Darío cumplió cuatro. Y ese hito me deja algo atónito,
pues en el ejercicio de la memoria, me doy cuenta que no domino completamente
todo lo que ha pasado en este tiempo. Al menos, no como lo hacía cuando había
cumplido la mitad de esa edad.
Me estoy poniendo viejo, también, no cabe duda. Viejo,
pero también profundamente consciente de la finitud de la experiencia. La de
vivir claro, pero más específicamente, la de ser padre.
No terminamos nunca de ejercer como papás, pero sí tengo
claro que ésta es la época más intensa del trabajo. Darío cuenta conmigo para
todo y me lo hace saber en su tono de voz, en la actitud que asume en la
interacción con la Andrea o conmigo.
Es dependencia, seguro. Pero una que, a estas alturas,
nace desde la propia decisión y no de la indefensión de un lactante. Hoy, es él
quien prefiere y nos exige permanecer a su lado; él, quien sufre con la
separación cada mañana que nos vamos a trabajar, a pesar de que parece
entenderlo perfectamente.
El otro día se me ocurrió pasar a la casa a verlo,
aprovechando que andaba cerca. Cuando le dije que debía volver al trabajo, me
abrazó las piernas, con lágrimas en los ojos y me dijo: “Papá, quédate en
casita, acá estás a salvo”.
Tuve que tragarme la emoción. O, más bien, utilizarla a
mi favor, para salir a devorarme el mundo, en el afán por encontrar maneras que
disfrutar más de ese tiempo compartido. De dedicarme todavía más a mi familia.
¡Cuánta razón contenía su frase! Cada vez más en casa me
siento protegido, a salvo, ajeno a tantas de las situaciones que me toca
enfrentar y resolver, todavía con bastante miedo, a pesar de la experiencia. En
casa está lo que me importa de manera verdadera, cuando dejo de pensar en
problemas ficticios, fruto de una existencia en que acepto exigencias
cotidianas solamente por convención.
En estos cuatro años, mi aprendizaje ha ido de la mano
con el de Darío. Lentamente, he retrocedido hasta sus años, para dejar todavía
más atrás cualquier intención de ser absorbido por la Matrix…y en ese esfuerzo,
debo decirlo con todas sus letras…he sido el hombre más feliz del mundo.
Felicidades a ambos!!
ResponderEliminarEsa sensación de estar a salvo en casa se experimenta a diario. Cuan sabio Darío!!