viernes, 18 de octubre de 2013

Setenta y Tres: ¡No Más Resultados! (Segunda Parte)

Me quedé un poco “pegado” en eso de la competencia (¡y lo mal que lo estamos pasando como parte de ella!) y quise prolongarlo en esta entrega, compartiendo con ustedes una historia de cuando tenía 9 años y cursaba cuarto básico en un colegio cercano a mi casa.

Era un establecimiento católico, con sacerdotes y misas por todos lados y a toda hora (hoy no repetiría ese escenario para mi hijo, por razones que comentaré en otra ocasión), pero con mucho prestigio en el sector. Para ser justos, tenía muy buenos profesores, que recuerdo todavía con mucho cariño, por lo entregados que eran en su labor.

Debe haber sido agosto de 1987 y sentíamos que estábamos un poco “más grandes”, como para hacer cosas diferentes. Pasábamos los recreos jugando partidos de fútbol masivos, con 22 jugadores por cada equipo y una pelota que paseaba por todo el patio (“todo es cancha”, decíamos).

Cierto grupo de padres, en reunión de apoderados, se entusiasmó con la idea de aprovechar nuestro ánimo y energía para organizar el primer campeonato de Baby Fútbol para nuestro nivel, a jugarse todos los días sábado durante la mañana. ¡Grandioso! Pensamos nosotros…será increíble tener nuestros propios clubes, goleadores, jugar con una motivación especial…

Ese grupo de padres, hay que decirlo, también era especial. Fanáticos del fútbol todos, estaban liderados por dos que eran particularmente extremos en su visión de lo que tenía que ser este campeonato. En su ímpetu que rayaba casi en el delirio, definieron la creación de tres equipos por cada curso…uno “bueno” (en el que cada uno puso a su hijo), uno “más o menos” y uno con los “más malos”…conformando un torneo en el que 9 “clubes”, cada cual con sus limitaciones, intentaría buscar la copa…

¿Perverso? No cabe duda…Es increíble cómo los años me permiten ver con tanta claridad algo que entonces parecía tan normal…Yo, por supuesto, pasé a formar parte del “peor equipo” del Cuarto B. La organización nos llamó “Los Pumas”, nos entregó unas hermosas camisetas celestes (la mía la conservé por años)  y nos entregó la programación del primer fin de semana.

Nos miramos las caras, conscientes de quiénes éramos jugando a la pelota. Pero aún así, nos miramos con la convicción de que podíamos hacer algo mejor de que lo que todos esperaban. Algunos, comenzaron inmediatamente las gestiones para cambiar de equipo…varios lo lograron. Yo no moví un dedo, me puse en ese instante la camiseta encima del uniforme y de mis lentes, gruesos como el fondo de una botella, por mi hipermetropía de 6 grados.

No fuimos campeones, por cierto, pero recuerdo nítidamente dos hechos ocurridos durante esos cuatro meses…el primero, un viernes en que viajaríamos a Chillán con mi familia, y mi preocupación era encontrar a alguien que fuese a jugar en mi reemplazo…Hablé toda esa mañana con mi amigo Rodrigo, tratando de convencerlo (no acostumbraba jugar ni en el recreo), hasta que me dijo que sí.

El lunes no quiso hablarme, el martes tampoco. Recién el miércoles me contó, con mucha rabia, que el sábado fue a jugar con su papá y que los “entrenadores”  (esos mismos papás fanáticos) no lo dejaron jugar…Yo me quedé helado, no lo podía creer...¿Qué podía hacer al respecto? La amistad con Rodrigo se rompió esa vez (hablo en serio) e, incluso, generó que él hablara muy mal de mí frente a todo el curso…No sé si era merecido, pero era muy entendible.

Segundo hito, quizá con una lectura algo más “positiva”…el partido que “Los Pumas” disputamos frente a “Los Magníficos”, el mejor equipo del Cuarto A y punteros del campeonato. Con padres, madres y hermanos de jugadores en las tribunas y una expectación total por parte de los mejores de nuestro curso, que esperaban les diéramos una mano…¡Y se la dimos! Fue empate a cuatro goles, tres de los cuales marqué yo, con mis lentes a cuestas y la algarabía de un montón de gente que me abrazó y me levantó al final del encuentro…Una postal inolvidable…con la que sigo soñando incluso en noches recientes, a los 35 años…


Esa mañana significó mucho para mí, pero con la distancia y la sabiduría que dan los años, con gusto cambiaría esos goles por un nuevo campeonato…uno en el que los niños tuviéramos algo que decir…uno en el que todos hubiésemos sido felices por igual…cuando apenas teníamos 9 años, y no sabíamos que la “competencia” ni siquiera había comenzado…

viernes, 11 de octubre de 2013

Setenta y Dos: ¡No más resultados!

Esta semana se rindió en Chile lo que llamamos SIMCE, una prueba que pretende medir la calidad de la educación que se entrega en el país. Una prueba objetiva, de preguntas y respuestas, que espera que sus participantes manejen una cierta cantidad de información, para concluir si se está o no cumpliendo con el programa proyectado.

No es una prueba que incluya ética ni raciocinio filosófico; tampoco capacidad de discernir y tomar decisiones; menos, sobre creencias y dogmas…Desde mi perspectiva, nunca ha sido una prueba lo suficientemente buena como para “medir” integralmente los aprendizajes de un niño. Lo peor de todo es que no a muchos les importa, porque entienden la lógica de la prueba y les parece coherente con la manera en que funciona el mundo hoy. Ven números, y los números son suficientes.

Me he encontrado con muchos papás que sueñan con lugares que sean capaces de hacer que sus niños estén preparados para ese mundo más de indicadores y cumplimientos que de personas (¡y no para cambiarlo!). Que compitan, que luchen, que derroten a otros al conseguir objetivos y sobre todo, que siempre, siempre, obtengan resultados. Un resultado que siempre es sinónimo del primer lugar…como si perder no entregara excelentes lecciones.

“Quiero ponerlo en tal colegio…porque tendrá una red de contactos de lo mejor, tú sabes que ahí van las personas que bla bla bla”…¿Qué esperamos de un colegio? Pareciera que cada vez más, esperamos que haga gran parte de nuestra labor de padres y la de nuestros hijos…Desde mi humilde perspectiva, los “contactos” se hacen en cualquier lugar, los hacen las personas que son buenas, éticas, porque uno siempre quiere hacer algo por ellos (bueno, también lo logran los tramposos, pero estamos de acuerdo que ellos no son felices, ¿no?)

Si el pequeño empieza a “bajar las notas/calificaciones”, la señora lo comenta con su amiga, quien le recomienda al mejor profesor particular, y termina pagando dos “mensualidades” por su educación. En mis tiempos, mi madre se sentaba a mi lado y me preguntaba la materia hasta que ambos quedábamos satisfechos de que ya la había aprendido.

Si tiene 3 años y no habla bien, lo llevan al mejor fonoaudiólogo, para acelerar sus procesos, porque es preocupante que “a estas alturas”, no pronuncie bien ciertas palabras…¡3 años! ¿Será posible que desde tan temprano busquemos traspasarles la ansiedad que hoy nos embarga?

Para mí, la única competencia que debe ganar Darío es consigo mismo. Ni a la Andrea ni a mí nos preocupa que sea “el primero del curso”; ni el campeón deportivo…queremos que sea feliz, que gane a veces y que pierda bastantes (y que aprenda mucho de esas derrotas, en las que estaremos con él)…que conozca la diversidad y esté preocupado de que sus decisiones no afecten a los demás…

En este rato, queremos que Darío juegue, juegue todo lo posible…Llegará un momento en que tendrá que enfrentarse a circunstancias diferentes, pero independiente de lo mucho que falta, esperamos que cuando sea el momento, mire con ojo crítico lo que sucede. Y si así lo cree, se la juegue por cambiarlo…