martes, 28 de mayo de 2013

Sesenta y Tres: Cuatro Años

Son 48 meses, pero parece que hubiese sido mucho menos. ¿Qué representa, en la práctica, cuatro años en la vida de una persona? En Chile, por ejemplo, es lo que dura un período presidencial…En el deporte, es la distancia entre unos Juegos Olímpicos y los que siguen…y más aún, entre una Copa del Mundo y su sucesora…

Es un lapso breve, ahora no me cabe duda. Y se vuelve aún más efímero cuando se trata de afectos, de cariño…de acumulación de momentos inolvidables.

Darío cumplió cuatro. Y ese hito me deja algo atónito, pues en el ejercicio de la memoria, me doy cuenta que no domino completamente todo lo que ha pasado en este tiempo. Al menos, no como lo hacía cuando había cumplido la mitad de esa edad.

Me estoy poniendo viejo, también, no cabe duda. Viejo, pero también profundamente consciente de la finitud de la experiencia. La de vivir claro, pero más específicamente, la de ser padre.

No terminamos nunca de ejercer como papás, pero sí tengo claro que ésta es la época más intensa del trabajo. Darío cuenta conmigo para todo y me lo hace saber en su tono de voz, en la actitud que asume en la interacción con la Andrea o conmigo.

Es dependencia, seguro. Pero una que, a estas alturas, nace desde la propia decisión y no de la indefensión de un lactante. Hoy, es él quien prefiere y nos exige permanecer a su lado; él, quien sufre con la separación cada mañana que nos vamos a trabajar, a pesar de que parece entenderlo perfectamente.

El otro día se me ocurrió pasar a la casa a verlo, aprovechando que andaba cerca. Cuando le dije que debía volver al trabajo, me abrazó las piernas, con lágrimas en los ojos y me dijo: “Papá, quédate en casita, acá estás a salvo”.

Tuve que tragarme la emoción. O, más bien, utilizarla a mi favor, para salir a devorarme el mundo, en el afán por encontrar maneras que disfrutar más de ese tiempo compartido. De dedicarme todavía más a mi familia.

¡Cuánta razón contenía su frase! Cada vez más en casa me siento protegido, a salvo, ajeno a tantas de las situaciones que me toca enfrentar y resolver, todavía con bastante miedo, a pesar de la experiencia. En casa está lo que me importa de manera verdadera, cuando dejo de pensar en problemas ficticios, fruto de una existencia en que acepto exigencias cotidianas solamente por convención.


En estos cuatro años, mi aprendizaje ha ido de la mano con el de Darío. Lentamente, he retrocedido hasta sus años, para dejar todavía más atrás cualquier intención de ser absorbido por la Matrix…y en ese esfuerzo, debo decirlo con todas sus letras…he sido el hombre más feliz del mundo.

lunes, 13 de mayo de 2013

Sesenta y Dos: Eso de ser mamá


La maternidad es, en sí misma, un universo. Por estos días, en que estamos dejando atrás una nueva celebración para todas esas mujeres que han sido madres (por la vía biológica, administrativa o alternativa), me puse a pensar otra vez en lo incomparable de ese vínculo.

Ya lo he dicho muchas veces en este espacio: el rol que podemos asumir como padres, tiene otras características, variables y alcances, que están en un nivel distinto, en cuanto a profundidad, con respecto a las mujeres. Aunque no sea, por eso, menos relevante.

Las mamás, por eso de ser mujeres, tienen una capacidad que a veces, llega a asustar. Ellas le llaman “sexto sentido”, y les permite anticipar situaciones que desconocen, pero que saben están ahí, latentes.  Por eso resulta tan infructuoso ocultarles información…Yo, por lo menos, ya cedí en ese “tira y afloja” y prefiero compartir con ella lo que está ocurriendo.

Esa sensibilidad de madre es también una terrible compañía para ellas, pues toma las formas de la angustia; la preocupación y la ansiedad. Les obliga a estar siempre atentas “a la jugada” y negadas a la posibilidad de un verdadero relajo, entendiendo que siempre están proyectando lo que está por venir.

Pero, en la práctica, tienen las competencias para sobrevivir a este desafío permanente, de la mejor manera. Es así que se dan maña para apoyar nuestras necesidades y para ser las primeras en acoger cuando lo estamos pasando mal.

Como padre de Darío, la diferencia ha pasado por el ángulo de mi mirada. Durante décadas fui –y sigo siendo- el destinatario de las atenciones de una madre dedicada y cariñosa. Hoy, además de eso, soy testigo presencial y directo de la labor maternal de mi mujer, traducida en innumerables gestos cotidianos que hacen de mi vida una experiencia alucinante.

Y, desde la testosterona y la tradición masculina más ancestral, creo estar en condiciones de declarar con certeza que la Andrea es “la mujer que yo quería como madre de mis hijos”.

No estoy muy seguro si alguien del género, conscientemente, busca una mujer con tales o cuales características que apunten a ese objetivo. Lo que sí me queda claro, es que llega un punto en que de manera natural, admiramos el esfuerzo de ellas en cuanto madres. Y, mejor aún en mi caso, alucinamos al apreciar esa notable capacidad de decidir rápido y certeramente, lo que es más adecuado para nuestros niños. 

Eso, mientras nosotros seguimos pensando y pensando…