viernes, 25 de enero de 2013

Sesenta y Siete: Esencia



¡Qué difícil ser intermediario entre la realidad y un niño hoy en día! Tengo la sensación de que, más que en cualquier otra época, nada es lo que parece. No me alcanza esta columna para mencionar la cantidad de razones que han generado este escenario, pero sí puedo dar cuenta de lo complejo que es para un pequeño comprenderlo.

Y no me refiero a tecnología o comunicaciones, que bien sabemos los jóvenes manejan mucho mejor que nosotros. Hablo del tipo de sociedad que hemos estado construyendo desde hace 30 o 40 años, en la cual cada día las cosas fluyen más rápido que durante el anterior. Y a través de otros códigos.

Nos desenvolvemos en una sociedad de "consumo" (¡cómo negarlo!) en que los éxitos y fracasos se miden en relación a la pérdida o ganancia de dinero, o en relación al peldaño que logramos alcanzar en las escalas que nos hemos dado el trabajo de inventar.

Se nos transmite la importancia de estar preparado para competir y hacerlo derechamente por el número uno. Vemos en la familia, en el colegio, en la tv, personas obsesionadas por ser los mejores, a cualquier costo, avasallando a cualquiera que se interponga.

¿Y los niños? Observan, analizan y muchas veces, imitan. Por mi lado, la apuesta es postergar al máximo el encuentro de Darío con estos códigos. Quiero que juegue, que instintivamente tome sus propias decisiones, todo el tiempo que sea posible.

Alguien me contaba el otro día, las veces que su hijo había sido el “primero del curso”. Mientras lo miraba respetuosamente, alegrándome de su orgullo, me ponía a pensar ¿el primero en qué? Claro, en resultados académicos. E inmediatamente, volvía a preguntarme, ¿sería eso lo que yo querría para Darío? Muy probablemente, no.

Puede que me preocupe si las notas son bajas o muy fluctuantes, pero en ningún caso espero que su esfuerzo esté orientado a superar a todos sus compañeros. Más me importan las metas a corto plazo, los objetivos que él mismo se impondrá, pero para superarse a sí mismo. No para recibir premios ni un reconocimiento tan vacío, que en la vida adulta sea simplemente, un vago recuerdo.

Tal como me pasa a mí, a los treinta y tantos, creo que Darío recordará más los juegos en el patio; los paseos de curso; las peleas y reconciliaciones con sus amigos; las travesuras que hizo y otras  en las cuales se negó a participar…en definitiva, todas esas pequeñas decisiones que en esa etapa son tan trascendentales, que marcan nuestra evolución como personas. Y que van construyendo una esencia que, cuando somos adultos, el mundo busca destruir, de muchas formas distintas. 

Mientras no hemos perdido la consciencia de lo que está ocurriendo, luchamos con pasión por mantener parte de eso que fuimos. Y esa batalla permanente que mantenemos algunos (todavía, creo que me anoto en el esfuerzo), es lo que hoy llamamos idealismo.

sábado, 5 de enero de 2013

Sesenta y Seis: Rabietas


¿Cuántas páginas se habrán escrito respecto del control o respuesta frente a las rabietas de los niños? En las librerías, los estantes correspondientes nos ofrecen múltiples teorías para apoyarnos, sobre todo, en momentos críticos. Esos momentos en que tenemos la sensación de haberlo probado todo, y cualquier cosa nueva, viene a ser una opción.

En términos de crianza, de hecho, me parece que solo hay más material en relación al “sueño infantil” (otro de los desafíos de los años iniciales), que libros orientadores respecto a “qué hacer”, cuando estamos perdiendo el control, frente a las actitudes de nuestros hijos.

Las rabietas no han pasado de moda. Muy por el contrario, se han puesto a tono con la época y tienen nuevas variantes, que ponen a prueba a la generación de padres actuales, como para que no tengamos oportunidad de relajo o distracción.

Razones para una rabieta, hay infinitas. La mente de un niño procesa las circunstancias de una manera muy distinta a la nuestra. No hay demasiados análisis, no hay demasiada paciencia…si algo no les parece (una negación; una promesa incumplida; una solicitud rechazada), solamente fluye su reacción, con todo el ímpetu que pueden liberar a estas alturas de su vida (no es poco).

Convertir la rabia en juego; establecer límites y castigos claros; acoger con cariño…son muchas las estrategias posibles. ¿Secretos o claves? Ninguno, cada niño es un mundo con cualidades propias y como padres, no terminamos nunca de recorrerlo.

Sentirse tranquilo, por las decisiones y por los resultados, puede ser una buena medida para evaluar nuestras acciones. Y aún así, es prácticamente imposible concluir que lo hicimos “bien”, o “mal”. Esto, pues lo más probable es que las rabietas no se acaben de un día para otro. O peor que eso, que no se acaben nunca.

Finalmente, lo que estamos consiguiendo, estrategia tras estrategia, es hacernos cargo de una situación que es parte inseparable de la infancia. Y estamos aprendiendo a estar contentos con la manera en que la enfrentamos. Al final, los resultados, no lo son todo.