viernes, 22 de mayo de 2015

Ochenta y Cuatro: Seis

El tiempo pasa, es inevitable. Pero siempre pasa de la manera que nosotros decidimos que ocurra. Seis años después del nacimiento de Darío, es grandioso contar con la lucidez suficiente para valorar el crecimiento de esta etapa, que me ha convertido en una persona mucho mejor de la que creo que era entonces.

Poco sabía sobre paternidad, más allá de las ganas que siempre conservé, de tener hijos. Quizá hoy no sepa mucho más que entonces, pero sí soy mucho más consciente de mis limitaciones; mis ignorancias y de las características dinámicas que tiene la crianza.

Han sido 6 años intensos, vertiginosos. Seis años de errores y aciertos. De una etapa para atesorar por siempre en mi memoria, por los colores con que se pintó mi existencia. Casi como pasar desde un televisor tradicional a uno de ultra definición, como los que no existían cuando yo mismo era un niño…

¡Qué complejo es el paso repentino de “aprendiz” a “mentor”! Sobre todo, cuando uno sigue sintiéndose como lo primero…Y no es que nos quedemos “anclados” en una época anterior…es más bien la dificultad de entender cuál es el momento exacto en que debemos modificar el rol que estamos desempeñando, y comportarnos de manera de responder a las exigencias de una persona que recién conoce el mundo.

He disfrutado una enormidad estos 6 años. Tanto, como para decir que ha sido la etapa más “luminosa” de mi vida. Aprender a ser padre me ha hecho, incluso,  mejor esposo y mejor hijo.

Cambian las perspectivas, las jerarquías. Un hijo relativiza puntos de vista y consolida otros. Abre las ventanas, de par en par, hacia la memoria: nos obliga de golpe, a recordar y analizar ¿qué tanto nos parecemos al adulto que queríamos ser cuando niños?


Y solo nosotros tenemos las respuestas para ese tipo de preguntas…