jueves, 18 de octubre de 2012

Sesenta y Uno: "No, tú no"



Fue en la fiesta de cumpleaños de Ignacio, el hijo de una amiga de hace años, que me llevé el último tema para pensar, en cuanto a mi rol de padre. No es que uno esté todo el rato analizando el entorno…es solo que la sensibilidad, respecto de algunas situaciones, se vuelve más fina. En la práctica, al tener hijos, vemos cosas que antes eran invisibles.

Era una tarde soleada, que resultó perfecta para que los niños jugaran en el jardín del edificio en que vive nuestra amiga, quien puso a disposición de los chicos uno de estos maravillosos juegos inflables, que les pueden mantener ocupados y felices durante horas.

La cosa es que Darío rápidamente entró en la dinámica de los cerca de 15 chicos que subían y salían vía tobogán, desde esta estructura, interactuando de manera bastante cautelosa con ellos, muy en su estilo (en esto, probablemente, se está pareciendo bastante a mí).

Cauteloso y observador, de todas maneras hubo de enfrentar en algún momento, un desafío que no tenía considerado. Podríamos hablar de un “pequeño” desafío, pues fue propuesto por un niño algo menor en edad y envergadura a mi hijo.

Se trataba de Cristián, a quién su madre observaba desde una posición similar a la mía, a unos cuantos metros del inflable, siempre pendientes de cualquier inconveniente que pudiese ocurrir con los niños.

Primero fue una patada al bajarse desde el tobogán, sin mirar quién podía estar abajo. Darío se quejó, pero con hidalguía siguió adelante con su entusiasmo tradicional. Luego, un encuentro frente a la forma de “caballo”, sobre la que todos habían querido montarse…

“No, tú no”, le dijo Cristián a mi hijo, apartándolo con la mano. Pronta reacción de la madre y una advertencia para que dejase a los demás participar de la entretención. Efecto inmediato, pero efímero, pues desde el suelo –y con la cabeza- empujaba a Darío, evitando que pudiera subirse.

La frase y la acción me dejaron perplejo. Es verdad, son niños y estas cosas ocurren, cómo no recordarlo, si también tuvimos la misma edad en algún momento. Sin embargo, mi reflexión fue un poco más allá: ¿De dónde saca un niño de 3 años una expresión como “no, tú no”? ¿Es una actitud natural frente a un deseo irrefrenable? ¿O responde a un contexto de fondo?

En los tres años y algo de Darío, no recuerdo haberle escuchado una declaración similar. Sí le he visto frente a varios predicamentos, cuando se trata de compartir un juguete con otro infante. Una cuestión que todavía está aprendiendo a resolver, buscándonos con la mirada. Pero una actitud desafiante y concreta, como la de Cristián, de veras no la recuerdo.

Díganme exagerado, pero que un niño de 3 años descarte a otro de manera tajante, me parece delicado. Es más, siento que es muy probable que dicha actitud responda a algo que no estamos identificando como padres, pero que el pequeño sí reconoce como correcto o, peor aún, como “habitual”.

Un argumento más, para esa lección que siempre estamos “repasando”: que estamos todo el tiempo en vitrina; que hay pequeños corazones mirando y juzgando cada cosa que hacemos…y siempre, con una alta probabilidad de imitación.





miércoles, 3 de octubre de 2012

Sesenta: Papá, ¿Estás bien?



El vértigo de esta época muchas veces me ha sorprendido en “modo automático” cuando, llegando a casa desde mi trabajo, me aboco a la labor de dar la cena a Darío, vestirlo, bañarlo y acostarlo.

No es que me ocurra siempre. Solo que soy consciente de que hay días en que mis capacidades están muy cerca del límite y resulta infructuoso luchar contra el estado de agotamiento en que me dejan algunas jornadas intensas.

Y como las muestras de destrucción física y anímica son evidentes, es inevitable que Darío me observe con extrañeza, intuyendo que algo no anda como de costumbre.

De esta forma, ante un profundo suspiro o un laaaaaargo quejido de mi parte, él hace un alto en sus actividades habituales (jugar con trenes; armado de rompecabezas u bailes desenfrenados junto a la música de “Tarzán”), me mira con compasión y me dice: “Papá, ¿Estás bien?”

Hay pocos bálsamos que recuperen el cuerpo (y la mente) de una manera tan rápida y efectiva, como esa breve frase, emitida desde la inocencia, pero también desde el conocimiento adquirido respecto de mí y la forma en que me comporto cada tarde.

Darío ya sabe que existe una dinámica cotidiana, en que él se va al Jardín y luego a casa, mientras mamá y papá  tienen que ir a trabajar. Y que hay dos días especiales cada semana, en que “el jardín está cerrado”…en los que “los papás no fueron a trabajar”…y en los que el tiempo (por lo bien que la pasamos), se pasa más rápido que de costumbre.

Romper esa rutina ahora, marca la diferencia. Y no podemos desaprovechar las oportunidades para hacerlo. Ya me lo decía una de las “tías” del Jardín, una vez que me pedí el día y pasé a buscar a Darío en persona: “a veces, vale la pena hacer algunos esfuerzos, cuando se puede”, me dijo, sin intención de condenarme por mi estilo de vida, sino que más bien, ayudándome a abrir mis sensores al momento que estaba viviendo.

La emoción en su rostro y el abrazo que me dio, dijeron mucho más acerca del gesto, que aquello que yo podía haberme imaginado.  Y estoy seguro, por lo que les contaba antes, de que él tenía –y sigue teniendo- muy claro lo que pasa por mi corazón. En ese momento, no podía estar mejor.