sábado, 29 de junio de 2013

Sesenta y Cinco: No Me Importa Dormir

A través de las redes sociales, me he enterado de la masiva devoción que por estos días, existe por dormir. Y, más específicamente, por dormir hasta tarde.

En lo personal, tengo algunas mañanas más complicadas que otras, a la hora de despertar. Pero esas fluctuaciones pasan más por la proyección mental que hago del día que comienza, que por horas de sueño que me hayan quedado pendientes.

Hoy, más que siempre, siento que duermo lo justo y necesario (entre seis y siete horas) y que no demoro demasiado en asumir una mirada optimista y positiva de lo que está por venir. Más todavía, si se trata de un sábado o un domingo…Y no porque no me guste mi trabajo…Solo que me gusta más mi familia…

¿Siestas? Ya ni recuerdo lo que son…la Andrea las había eliminado mucho antes de llegar Darío, por esa obsesión que tiene de estar siempre haciendo algo. Si me ve tranquilo, pensando en la nada misma…deberé atenerme a las consecuencias.

Hace años –desde que nació nuestro hijo- que no tengo la oportunidad de dormir hasta tarde durante un fin de semana. Y hablo muy en serio cuando les digo que no lo echo de menos (algo que, claramente, no comparte la Andrea, que siempre ha tenido una relación especial con las sábanas).

Darío es de los que despierta a la misma hora de lunes a lunes. Y me ha transmitido esa costumbre casi religiosamente.  Y es así que tanto el sábado, como el domingo, me encuentro cerca de las 7.30 al pie del cañón, duchado, vestido y disponible para hacerme cargo de los pendientes “hogareños”, comenzando por el desayuno.

“Ya habrá tiempo para dormir, cuando muera”, suelo repetirle a la Andrea, citando una frase que leí no sé donde, ni cuándo, pero que me identifica en esta etapa de la vida. Más que en cualquier momento, hoy siento que si duermo, me estaré perdiendo de algo importante.


Otra cosa que agradecer a mi hijo…la valoración permanente del tiempo. Su consideración como un tesoro, imposible de desperdiciar y la consciencia profunda de que cada decisión es importante, porque involucra segundos…minutos…horas…

viernes, 14 de junio de 2013

Sesenta y Cuatro: El Día del Padre

Las madres son expertas integrales en su labor y está bien que así sea. Saben qué hacer en los casos más extremos y más aún, son capaces de anticipar posibles problemas o dificultades respecto de sus hijos y darse maña para no perder de vista a su pareja (aunque está claro con quien acudirán en caso de priorizar)

Su regazo nos recibe sin condiciones cada vez que nos sentimos abatidos, o cuando simplemente, requerimos que nos mimen con el plato de comida que más nos gusta, o con esa frase que huele a “mentira blanca”, para darnos a entender que todo está bien. O que todo mejorará.

La paternidad, a la luz de la descripción anterior, asoma como algo bastante más caótico e intuitivo. Eso, por lo menos, desde mi humilde experiencia de cuatro años en este “trabajo”.

Creo que sigo buscando una “identidad” paternal, frente a Darío. Y así como adherí a cierto estilo el primer o segundo año de su vida, hoy busco nueva maneras de vincularme con él, y adivinar la manera en cómo me ve dentro de nuestra casa…¿Soy la autoridad, como lo fue mi viejo? ¿Soy el que acoge y la Andrea es la “policía”? ¿Soy un amigo…un compañero de juegos?

Puede que nuestra presencia y aporte de padres no sean tan visibles ante la opinión y tradición pública. Pero no es menos cierto que cada vez que se acerca un nuevo día del padre, caemos en la cuenta de lo especial que es la relación que hemos establecido con nuestro progenitor; de cómo gran parte de lo que somos tiene que ver con lo que ellos nos entregaron (muchas veces, indirectamente) y cómo pasaron para nosotros de ser héroes con grandes poderes, a personas de carne y hueso, capaces de tomar grandes decisiones. Trascendentales decisiones.

Me cuesta ver muchas cosas que el ojo femenino logra apreciar milimétricamente. Principalmente, eso que llamamos el ahora…la realidad tangible. Como papá, estoy más pendiente de soñar, de alucinar con las posibilidades de aprendizaje que están al alcance de Darío, de visualizar todo lo que lo está a su alcance, en términos de influencia.

Espero no estarles confundiendo. No es mi idea de padre pensar en Darío en una vía para satisfacer mis propias ilusiones truncadas (aunque el ego nos empuje permanentemente hacia ello). En realidad, me hago cargo de una vieja frase que leí alguna vez, y que me identifica plenamente en esta búsqueda: la mente de Darío no es un recipiente para llenar, sino una lámpara para iluminar…


Hoy siento que cambié todas esas ilusiones iniciales, por una sola ilusión: la de que logre ser una gran persona (bajo su propio análisis!!) y que en ese camino mi recompensa sea la emoción. ¡Porque desde que soy esposo y padre, a esa emoción permanente, le llamo “vida”!