miércoles, 22 de febrero de 2012

Cuarenta y Seis: Monstruo

No sé si a ustedes les pasaba, pero cuando pequeño, estaba muy sensible a adquirir nuevos miedos.  No es que haya vivido en el pánico permanente, pero sí mantenía cierto grado de preocupación, respecto de situaciones que habían quedado en mi memoria y que me obligaban, por ejemplo, a revisar debajo de la cama y dentro del closet, todas las noches antes de dormir…

Es interesante observar cómo Darío sigue despojado de cualquier tipo de prejuicio en relación a sus temores. No existe carga alguna en su interacción con la oscuridad, con los bichos, con los perros o con…los monstruos…
En efecto, cada noche, hemos establecido un juego que adora, según el cual yo me transformo en monstruo y lo persigo a él y a la Andrea por toda la casa, gruñendo y rozándolo con mis manos, como si casi lo atrapara. Apenas él escucha el primer “grrrrr”, grita, toma de la mano a su madre y comienza a correr y correr.
Tanto le gusta, que cuando quiere comenzar el juego, hace su propia imitación del monstruo (gruñidos incluidos),  caminando con pasos lentos y los brazos hacia adelante.
Durante las vacaciones, sucedió que una noche repetimos la costumbre y, mientras Darío salía corriendo por el pasillo, mi padre comenzó a regañarme porque “asustaba al niño”, argumento que rebatí en seguida, explicándole que para él no tenía ninguna carga negativa, pues los niños no nacen con miedos incorporados, los crean en virtud de los estímulos que reciben. “Es más”, le dije, “¿Para Darío un monstruo es lo mismo que para nosotros?”.
La vinculación que establece un niño con el mundo que lo rodea, entiendo, se inicia por aquello que entendemos como “concreto”: mesa, casa, caca, mamá, papá…”Monstruo” viene a complicar de manera profunda ese proceso de aprehender las cosas, pues no se trata de algo tangible, sino de una abstracción, tal como en su momento será para él el amor, la compasión o la tristeza.
En ese sentido tengo la convicción de que nuestro  “monstruo” no genera daños colaterales. Muy por el contrario, estimula en Darío el trabajo de su imaginación (en estos días, casi virgen y con posibilidades ilimitadas), al mismo tiempo que derriba posibilidades de adquirir algunos miedos. Me da la impresión de que la vida de hoy cuenta con bastantes ventanas para el temor, como para colaborar nosotros con algunas adicionales.

lunes, 6 de febrero de 2012

Cuarenta y Cinco: Pa-Pa-Pi

Una de las grandes pruebas a enfrentar en la crianza temprana debe ser el abandono del pañal.

Para los pequeños no puede sino ser violento el hecho de que, de un día para otro, se les obligue a controlar algo que no ha requerido de su preocupación en más de dos años de vida. Hasta ese momento ha sido todo tan sencillo para ellos, pues un adulto ha estado pendiente de darles de comer; de cambiarlos cuando se hacen; incluso, de entretenerles.

En ese sentido, la responsabilidad que asumimos como padres en el proceso de aprendizaje “fisiológico”, es total. Desde lo meramente "operativo" (correr, limpiar y, obviamente, tener siempre a mano una pelela/bacinica), hasta lo más "intangible" (y complicado de lograr), como es la motivación de un niño.

¿Cómo se logra el objetivo? Hay un fondo, pero no una forma. La apuesta paternal debe ser el todo por el todo, pues de lo contrario todos los avances pueden volverse regresión. Cada aviso para ir al baño (“pa-pa-pi”, dice Darío) es un triunfo personal, pero también colectivo, que debe ser festejado siempre, aunque sin exagerar.
Desprenderse de aquello que desechamos no deja de ser simbólico y es posible aprovechar eso a nuestro favor. Despedirse de lo que dejamos en el baño, por ejemplo, es algo con lo que los niños “enganchan” de manera entusiasta y efusiva. Tanto así que hoy, por ejemplo, mis vecinos deben haber escuchado claramente repetido –cerca de 100 veces- un grito de felicidad: “¡chao, caca!”, que Darío ha expresado desde el alma, como sabiendo que ha superado un hito.

Me pregunto cómo nos iría, a los adultos, intentando con un cambio de hábito tan radical como dejar el pañal. Probablemente, muy mal. Y quizá ni siquiera estemos cerca de lograr el objetivo. Somos testarudos, “mañosos”, nos gustan las cosas a nuestra manera y en contadas ocasiones, estamos dispuestos a ceder (nunca, si no hay algo a cambio).

Flexibilidad. Eso envidio de la disposición de un niño, que a veces puede rozar lo veleidoso, pero que, en general, se adapta de manera natural a muchos desafíos y aventuras. Simplemente, por el encanto de lo nuevo y la estimulación anímica que recibe para hacerlo. Suena más sencillo de lo que realmente es.