jueves, 14 de junio de 2012

Cincuenta y Cuatro: Papá feliz, repite


Me preguntaban, hace poco, cómo había comenzado esto.  Y como ha pasado el tiempo, me demoré un tanto en responder. Sí, recordé que surgió como una idea lanzada al boleo en un asado con amigos, donde dije “¿Saben qué? Voy a escribir sobre mi paternidad…y la historia se va a llamar Papá en Rodaje”.

Me encantaba ese nombre.  Probablemente, mucho antes de tener en mente algo para escribir, simplemente había pensado en el concepto, y sobre él, construí mis ganas de volver a contar historias. Algo que solía hacer tan seguido, pero que había dejado un poco de lado, por una u otra razón.

Pero volví con todo, y con tanto que contar, que en algún momento llegué a quedarme sin aliento. Es que también me motivaba la idea de llenar un evidente vacío sobre el rol masculino en el proceso de tener un hijo. En cada librería, por ejemplo, faltan estantes para los libros que hablan de la maternidad y que han sido escritos por mujeres. Algunos de ellos son de carácter médico; otros, miradas muy personales; otros, más graciosos…pero el 99% ligado a quien –cómo no reconocerlo- es la protagonista de la llegada de un nuevo ser al mundo.

Papá en Rodaje, de esta forma, se fue convirtiendo, además de válvula de escape para su autor; en una esquina de debate, comentarios y consejos con madres y padres del resto del mundo, que están viviendo el mismo proceso, pero en su propio estilo. Y ese encuentro de ideas, no podía ser más enriquecedor.

Se viene mi cuarto Día del Padre y las dudas persisten: ¿Estoy capacitado para esto? La experiencia, no cabe duda, alivia y reconforta, pero no termina por convencernos de que podemos ser exitosos en este desafío, de los más difíciles que existen.

Aun así, ¡qué les puedo decir! He convencido a la Andrea de ir por otro heredero/a (ojalá que, en este rato, no haya desistido). Creo que, ahora que hemos regresado a un relativo punto de equilibrio, es tiempo de ponerle nuevamente condimento a nuestra existencia; complementar los necesidades lúdicas de Darío y exponernos, como padres, a desafíos que se parecerán mucho a los anteriores, pero que de seguro vendrán cargados de una cuota de dificultad adicional que nos hará sudar. Ya les contaré cómo nos va…

lunes, 4 de junio de 2012

Cincuenta y Tres: Adiós, Chupete


No había escrito sobre esto, pues pensé que tendríamos una transición apacible y fluida. Sin embargo, no ha sido así, pues a pesar de que Darío no ha pedido nunca más su chupete (ya les contaré por qué), con la Andrea notamos que lo necesita. Sobre todo, en las noches, que se nos están haciendo laaaargas…

Ya hace un tiempo veníamos dándole vueltas a este importante paso, pero no nos habíamos atrevido a hacerlo. Sucedió que una noche, a propósito de lo comido y bebido durante el día, Darío no durmió tranquilo…tanto así que lo llevamos a nuestra cama, donde a los breves minutos nos sorprendió con vómitos fulminantes.
Aparte del tremendo susto (y el alivio por haber anticipado lo ocurrido), hubo consecuencias: restricción de consumo de jugos de fruta concentrada; límite a la cantidad de yogures diarios (hoy están escondidos en bolsas, dentro del refrigerador) y, la más importante: eliminar definitivamente ese adictivo accesorio conocido como chupete.

Fue fácil desprenderse, la verdad. Darío relacionó todo lo ocurrido –y lo mal que lo pasó- con el chupete, así que él mismo se encargó de armar la historia: “chupete, malo, vomita…guaaaa”.

Hasta ahí todo bien, salvo que no dimensionamos jamás la relevancia que adquiere para los niños este adminículo, en cuanto control de la ansiedad. Si podíamos dejarlo en su cama y que durmiera toda la noche, sin problemas, no era solamente por nuestro gran trabajo “sicológico”, sino porque el chupete reemplazaba nuestra presencia, entregándole a Darío seguridad y certezas, en la horas más oscuras. Y, claro, las de más incertidumbre.

Así que las noches se han vuelto, otra vez, una constante lucha entre Darío y nosotros, primero, por lograr que se duerma; segundo, porque aquello ocurra en su cama; y tercero, porque la noche sea una continuidad, y no un constante levantarse para reconfortarlo por alguna pesadilla.

Por mi lado, a tomarlo con filosofía y paciencia. Mucha, diría yo. Todo sea por una circunstancia que, a los 3 años, ya deberíamos haber tenido resuelta (responsabilidad nuestra). Y, otra cosa:  ¿cómo no ser empático con un pequeño que apenas conoce el mundo, si hay noches en que yo mismo duermo tenso, preocupado, por todo lo que me deja el día y el tiempo que me da la noche para seguir pensando en tantas cosas..?