sábado, 8 de noviembre de 2014

Ochenta: Damas y Mayores Primero

“Las Damas Primero”, dice Darío antes de subir al bus que nos llevará al Metro. Las señoras y señoritas (antes de hacer caso a su invitación) siempre le quedan mirando, asombradas, como si fuese un fenómeno de la naturaleza tan solo por decir esa frase. Yo sé la enseñé, al igual que le mostré los asientos naranjos que en cada bus están destinados a personas de la tercera edad, pero que pocos respetan.

Lo cierto es que, más allá de lo especial que es para mí, mi hijo es un niño como cualquiera de cinco años. A mis ojos, siento que se diferencia de los demás en virtud del análisis que hace de los cientos de estímulos que recibe todo el tiempo y, también, a través de las cosas que hemos podido compartir con él, por considerarlas importantes.

Una de esas cosas ha sido el trato hacia la mujer, como una figura central y digna de atención.  Como la representación de la dulzura y el fin último de nuestras acciones, además de una presencia digna de nuestro mejor esfuerzo caballeresco (a estas alturas de lo que escribo, a más de alguna “feminista militante” que esté leyendo, le debe haber dado urticaria, o espasmos, por considérame el ser más sexista que habita en la Tierra por estos días).

A propósito de la ácida crítica feminista que seguro me caerá encima, no puedo dejar de compartir con ustedes mi sensación de que avanzamos de manera vertiginosa hacia nuevos radicalismos (el mundo es cíclico), no solo en el tratamiento de los géneros, sino en todo tipo de ámbitos (cómo no recordar el ejemplo que nos dan cierto tipo de “animalistas”, que llevan sus creencias al extremo)...Pero me parece que habrá tiempo de abordarlo en una columna diferente...Por mi lado, decir que siempre escapo de los extremos, pues creo mucho más en los matices.

Darío y yo decimos “Las Damas Primero”, porque así me lo enseñaron y porque sigo creyendo que en esa convención –absurda para muchas/os- vamos generando algo especial y diferente en nuestras relaciones cotidianas. Porque mi sensación es que una mujer (esposa, madre, amiga, compañera de trabajo) sigue valorando este tipo de gestos, entendiéndolos como una demostración de cariño y respeto, más que un resabio arcaico de esa idea de "sexo débil" que creo todos estamos de acuerdo, no es tal.

Con nuestros abuelos, siento que ocurre algo similar. A menudo me dice Darío: "Papi, ¿por qué esas personas ocupan los asientos naranjos?" y me cuesta explicarle que existe gente que se siente con mucho más derecho que el resto para ocupar un asiento en el transporte público, por delante de mujeres; mujeres embarazadas o mayores. Pero aún...suelo ver universitarios de 20 años corriendo cuando el Metro abre sus puertas, para poder "agarrar" un asiento y tener la posibilidad de "aprovechar" el viaje jugando Candy Crush o alguna otra distracción alojada en la inmensidad de sus smartphones de última generación...

Me encanta que Darío sepa que nos falta mucho para tener derecho a un asiento. "Somos jóvenes y tenemos energía" repite siempre conmigo y es la verdad...¿De qué deberíamos estar cansados a los 36 o a los 5 años, si hay personas que han hecho un recorrido de vida tres veces más intenso que el nuestro?

Creo que una de las maneras de cambiar el mundo desde nuestro humilde espacio personal, pasa por reconocer el valor que tienen los demás. Más todavía si son personas que lo han dado todo. Pasa por darle trabajo a personas que, precisamente por tener más de 50 años, tienen mucho por aportar todavía...¡Saben mucho más que nosotros!...Pasa por cosas tan sencillas como decir la "señora", en vez del peyorativo "la vieja"...Pasa por recordar que lo que nos pasa, no es lo más importante, sino una historia más, en un mar de millones de historias...