viernes, 10 de julio de 2015

Ochenta y Cinco: La Magia de Creer (La Primera Copa América de Chile)

Pasó cuando salimos del estadio para el partido de Chile-Bolivia. Cinco goles a favor, cero en contra y un partido unilateral, nos dejaron una sonrisa gigante en el rostro y la sensación de que habíamos vivido una jornada memorable. Mientras bajábamos la escalera, mi pequeño de miró con los ojos llenos de luz y me dijo “papi, ¡vamos por esa copa!”.

Acostumbrado a las frustraciones futboleras, desde ese momento me dediqué -con mucho cuidado- a contener su expectativa y a explicarle, todos los días, lo difícil que era para Chile ganar la Copa América. Y la calidad de figuras de los equipos que quedaban por delante. Tuve miedo de que sufriese una desilusión grande, y es que siendo tan futbolero a esta edad, se toma los partidos muy en serio.

De hecho, lo llevé al estadio en dos partidos de la fase de grupos, pues no estaba seguro de cómo vendría el futuro para el equipo. Y no quería que lo pasáramos mal en el lugar de los hechos. Para eso, prefería verlo por TV.

Cuando Alexis Sánchez pateó el último penal y la pelota entró dando botecitos al arco de Sergio Romero, el mundo se detuvo para todos los chilenos. Un rayo atravesó de improviso nuestros corazones, como para recordarnos que estábamos frente a un momento inédito e inolvidable.

Abracé a mi hijo con tantas ganas, nos emocionamos y reímos, durante minutos que fueron eternos. “Hijo, es para ti, porque siempre creíste”, le dije. “Te lo dije papi…¡ahora somos campeones!”, me respondió, rebosante de felicidad.

Ha pasado casi una semana, pero el momento sigue ahí, latente, en mi memoria. También las lecciones de mi hijo, una vez más, al no creer en los condicionamientos de la historia, ni en paradigma alguno. Su ilusión siempre vuela libre, ilimitada, y no conoce de imposibles, tal como lo fue para nosotros alguna vez.


Mi misión, nuevamente, es recuperar un porcentaje de ese ímpetu. Volver a creer con aquello que parece más complicado de lograr…desprenderme de prejuicios y desde la inocencia perdida, pensar que el futuro está ahí, esperando convertirse en algo muy parecido a mis sueños. Depende de mí.

viernes, 22 de mayo de 2015

Ochenta y Cuatro: Seis

El tiempo pasa, es inevitable. Pero siempre pasa de la manera que nosotros decidimos que ocurra. Seis años después del nacimiento de Darío, es grandioso contar con la lucidez suficiente para valorar el crecimiento de esta etapa, que me ha convertido en una persona mucho mejor de la que creo que era entonces.

Poco sabía sobre paternidad, más allá de las ganas que siempre conservé, de tener hijos. Quizá hoy no sepa mucho más que entonces, pero sí soy mucho más consciente de mis limitaciones; mis ignorancias y de las características dinámicas que tiene la crianza.

Han sido 6 años intensos, vertiginosos. Seis años de errores y aciertos. De una etapa para atesorar por siempre en mi memoria, por los colores con que se pintó mi existencia. Casi como pasar desde un televisor tradicional a uno de ultra definición, como los que no existían cuando yo mismo era un niño…

¡Qué complejo es el paso repentino de “aprendiz” a “mentor”! Sobre todo, cuando uno sigue sintiéndose como lo primero…Y no es que nos quedemos “anclados” en una época anterior…es más bien la dificultad de entender cuál es el momento exacto en que debemos modificar el rol que estamos desempeñando, y comportarnos de manera de responder a las exigencias de una persona que recién conoce el mundo.

He disfrutado una enormidad estos 6 años. Tanto, como para decir que ha sido la etapa más “luminosa” de mi vida. Aprender a ser padre me ha hecho, incluso,  mejor esposo y mejor hijo.

Cambian las perspectivas, las jerarquías. Un hijo relativiza puntos de vista y consolida otros. Abre las ventanas, de par en par, hacia la memoria: nos obliga de golpe, a recordar y analizar ¿qué tanto nos parecemos al adulto que queríamos ser cuando niños?


Y solo nosotros tenemos las respuestas para ese tipo de preguntas…

miércoles, 25 de marzo de 2015

Ochenta y Tres: Tarea para la Casa

Crecimos haciendo las “tareas” o “deberes” que nos daban nuestros profesores en la escuela. Era parte de lo cotidiano, parte del esfuerzo que implicaba nuestro aprendizaje (no solamente respecto de la transferencia de contenidos, en todo caso). No era cuestionable “hacerlas o no hacerlas” frente a nuestros padres o nuestros maestros. De hecho, nos llevábamos una “anotación negativa” en el Libro de Clases, si al profesor se le ocurría revisarlas y no habíamos cumplido.

No sé si a ustedes les pasó lo mismo pero, a pesar de las “tareas”, no recuerdo haber dejado jamás de hacer lo que me gustaba, como salir a jugar con mis amigos o ver mi programa favorito de TV. Había tiempo para todo. Estirábamos los días, tal como hoy estiramos nuestra memoria para recordar esos hermosos años.

Pero todo cambia. Y cada vez leo más voces de “expertas” en crianza/educación, que solicitan la eliminación de las “tareas para la casa”, o que buscan demostrar su obsolescencia. Esta columna pretende precisamente lo contrario…Acá, derechamente, lo escrito es una apología a esta noble herramienta educativa. Y la sostendremos sobre 6 cimientos muy concretos:

1)            La tarea es Encuentro entre hijos y padres. Es la obligación permanente de papá o mamá porque su hijo cumpla con las responsabilidades que tiene en su escuela, lo que en tiempos de desconexión y “trabajolismo” se agradece. Una tarea permite, muchas veces, que los papás lleguen temprano a casa,  rompiendo con la lamentable rutina de la ausencia.

2)            La tarea es Responsabilización. O accountability, como dirían los gringos. A través del cumplimiento de la tarea, los niños aprenden acerca del compromiso, del “hacerse cargo”. Y entienden que la comunicación con otros se hace en base a acuerdos que hay que respetar.

3)            La tarea es Creatividad. Abre un espacio formal para resolver el planteamiento de un profesor, sacando lo mejor de un niño, y su familia, en pos de un objetivo común.,

4)            La tarea es Trabajo en Equipo. Genera un contexto en que la unión hace la fuerza. Enseña a un niño a pedir ayuda, cuando la necesita. Y a verificar su propio espacio de autonomía, marcado por la evolución de sus competencias.

5)            La tarea es un Desafío. Y es una invitación a un niño para superar sus límites, apelando a los diversos recursos que tiene a disposición (por eso es tan importante contar un una “biblioteca” en casa, más que con un computador…)

6)            La tarea es (Auto) Motivación. Porque hay veces en que un niño no tendrá en absoluto ganas de hacerla. Pero la necesidad de cumplir de igual manera, lo llevará a descubrir dentro de sí, la voluntad. Porque también habrá veces en que las tareas serán cada vez más entretenidas y desafiantes que las anteriores. Y la ansiedad por alcanzar las metas se volverá una motivación natural.


Podría listar varios puntos más, pero me parece que son suficientes. Antes de cerrar, solo recordar a los profesores dos cosas: una tarea debe tener SENTIDO, de lo contrario, los niños no comprenderán por qué deben hacerla y nada los movilizará; y otra cosa, muy relevante: el EXCESO de tareas hace colapsar a los adultos…Imaginen cómo les hace a los niños…Al fin y al cabo, la tarea es como el cilantro…bueno, pero nunca tanto.

lunes, 23 de febrero de 2015

Ochenta y Dos: Las Casualidades No Existen

Varias personas se han sorprendido de que Darío, a sus 5 años, sepa leer tan bien. Y que incluso, escriba con escasas dificultades, la palabra que uno le pida.  Lo hace con mucho interés y dedicación, demostrando una preocupación permanente por hacerlo bien. Y por aprender más.

Hace unos días mi padre le contaba de esto a alguien más, con entendible orgullo, pero con una explicación que me dejó perplejo: “Mi nieto aprendió solo a leer, sin que nadie le dijera nada”.

Me vi en la obligación de interrumpirle y aclararle que este aprendizaje en ningún caso fue espontáneo, que no fue fruto del azar o de una “condición genética” particular.  Fue consecuencia de un trabajo sistemático, consciente y didáctico.

Con la Andrea nos preocupamos de estimular a Darío desde el primer día que supimos que iba a llegar. Generamos a su alrededor, un mundo en que pasaban –y siguen pasando- muchas cosas, de manera que pudiese conocerlas, enfrentarlas y disfrutarlas.

Hubo música y lectura desde que estaba flotando en líquido amniótico; hubo videos y juegos después, que fueron abriendo y haciendo crecer su percepción sobre el lenguaje de manera exponencial.

Podría mencionar en detalle el “plan” completo, pero temo aburrirles un poco. Pero, para que no sientan que se trata de tácticas muy rebuscadas, mencionar algunas ideas: una pizarra para tiza, que pintamos en una de las murallas de su habitación; múltiples juegos de madera, orientados al calce de figuras y el abecedario…y una de mis favoritas, “post its” pegados por toda la casa, con el nombre que tienen las cosas, para que los objetos fuesen también palabras en su cabeza…

Todo el proceso, por cierto, fue vivido de manera natural y armónica, sin presión alguna por parte nuestra, compartiendo y disfrutando del aprender juntos, de la motivación por conocer más y más.

Desde hace tres años, no hay noche sin cuento. Y si antes leíamos nosotros, ahora es Darío quien nos deleita con sus historias, escogidas de manera libre y voluntaria desde la biblioteca que generamos para él en un lugar especial de la casa.

De los libros con música, ruidos y figuras desplegables, hemos pasado a los cómics de Batman, con todas las complejidades de sus aventuras y la oportunidad que nos presentan de profundizar ahora en conceptos algo más difíciles de explicar. Y hemos generado en nuestro hijo la ansiedad por leer, al punto de que durante el día lo hemos sorprendido terminando el episodio de la noche anterior…

Fórmulas para conseguir aprendizajes hay muchas. Lo que no existe es la “generación espontánea”…pues incluso el talento (el cual reconozco) debe trabajarse en base a entrenamiento, esfuerzo y lo más importante: ganas.


Cada niña/o es un frasco repleto de energía capaz de lograr lo que se proponga. Condicionar ese potencial con nuestros prejuicios de adultos, es uno de los mayores peligros a los que estamos expuestos. No hay “niños buenos para las matemáticas” o “niños malos para el fútbol”…hay posibilidades…casi infinitas…y no se desarrollarán sin el entorno adecuado. Porque las casualidades, no existen.

martes, 6 de enero de 2015

Ochenta y Uno: Retroceder, nunca; rendirse, jamás

Poco escribí durante el año que pasó en este blog. En realidad, poco fue lo que escribí en cualquier soporte. No es casualidad que haya sido así, pues yo diría que, en términos generales, fue un año duro para mí y mi familia.

Emocionalmente, hubo varios sucesos de impacto, de los cuales aún me cuesta reponerme. La expectativa que tenía sobre lo que iba a ser mi 2014, estuvo lejos de coincidir con la realidad, sin embargo, tengo más que claro que la posibilidad de la desilusión es una dentro de varias.  Siempre.

Terminé 2014 deseando que terminara lo antes posible. Igual que muchos, mi esperanza estaba puesta en que, mágicamente, todo cambiara junto con la hoja del calendario que indicaba el comienzo de enero. Pero en el fondo, todos sabemos que no es tan sencillo…¿verdad?

En tiempos complejos, resultó vital la presencia de Darío, como el ejemplo vivo más efervescente de alguien que disfruta a fondo cada experiencia, cada invitación, cada nuevo día. Como un modelo de valoración total de lo que se tiene (material o inmaterial) y el deseo permanente de seguir siendo sorprendido por la alegría (como diría el gran C.S.Lewis).

Cada mal día, cada tentación de ser devorado por la tristeza, fue oportunidad para recordar (y para que él me recordara), una de las frases que siempre le repito: “Siempre es pronto para darse por vencido”.

Y acá estoy, mirando hacia adelante, en el sexto día del “año”. Con muchas ganas de no darme por vencido. Con muchas ganas de romper con las profecías autocumplidas y hacer de mi destino algo más a “nuestra medida”. Con ganas de querer a la Andrea de una manera diferente, y que ella lo sienta, y ambos sepamos que dimos vuelta la página que traía las cosas negras.


Para mí (espero contagiar a quien se cruce por mi camino), es tiempo de encender luces. Tiempo para cambiar el futuro que no escribimos aún. Y disfrutar, agradecidos, de lo bueno de estar juntos.