martes, 6 de enero de 2015

Ochenta y Uno: Retroceder, nunca; rendirse, jamás

Poco escribí durante el año que pasó en este blog. En realidad, poco fue lo que escribí en cualquier soporte. No es casualidad que haya sido así, pues yo diría que, en términos generales, fue un año duro para mí y mi familia.

Emocionalmente, hubo varios sucesos de impacto, de los cuales aún me cuesta reponerme. La expectativa que tenía sobre lo que iba a ser mi 2014, estuvo lejos de coincidir con la realidad, sin embargo, tengo más que claro que la posibilidad de la desilusión es una dentro de varias.  Siempre.

Terminé 2014 deseando que terminara lo antes posible. Igual que muchos, mi esperanza estaba puesta en que, mágicamente, todo cambiara junto con la hoja del calendario que indicaba el comienzo de enero. Pero en el fondo, todos sabemos que no es tan sencillo…¿verdad?

En tiempos complejos, resultó vital la presencia de Darío, como el ejemplo vivo más efervescente de alguien que disfruta a fondo cada experiencia, cada invitación, cada nuevo día. Como un modelo de valoración total de lo que se tiene (material o inmaterial) y el deseo permanente de seguir siendo sorprendido por la alegría (como diría el gran C.S.Lewis).

Cada mal día, cada tentación de ser devorado por la tristeza, fue oportunidad para recordar (y para que él me recordara), una de las frases que siempre le repito: “Siempre es pronto para darse por vencido”.

Y acá estoy, mirando hacia adelante, en el sexto día del “año”. Con muchas ganas de no darme por vencido. Con muchas ganas de romper con las profecías autocumplidas y hacer de mi destino algo más a “nuestra medida”. Con ganas de querer a la Andrea de una manera diferente, y que ella lo sienta, y ambos sepamos que dimos vuelta la página que traía las cosas negras.


Para mí (espero contagiar a quien se cruce por mi camino), es tiempo de encender luces. Tiempo para cambiar el futuro que no escribimos aún. Y disfrutar, agradecidos, de lo bueno de estar juntos.