viernes, 12 de julio de 2013

Sesenta y Seis: Los Juegos de Antes

Anoche veía en televisión un reportaje sobre los juegos infantiles que han ido cayendo en el olvido, en beneficio de nuevos estímulos, “más modernos” o “más tecnológicos”. El periodista hacía la prueba de exponer a niños de hoy a los juegos de antes, como saltar la cuerda; el run run (botón que giraba gracias a un cáñamo) o el nunca bien ponderado trompo.

Inicialmente, desconocían el objetivo de cada juego, pero ante la invitación a probar, accedían de buena gana al “ensayo y error”, para entender su funcionamiento. Y lo más llamativo de todo: terminaban participando entusiasmados y en grupo.

¿Es la infinidad de estímulos que existen hoy para los niños, la causa de que ellos ya no jueguen como nosotros lo hacíamos antes? Es simple responsabilizar a lo que nos rodea, por el camino que siguen nuestros hijos, o las preferencias que van teniendo en la vida. Ya he comentado en este espacio lo relevante de nuestro rol más allá del cuidado básico…generando contextos y paisajes en que ellos puedan desenvolverse.

Toda decisión que tomamos en cuanto al acceso de los niños a diversas experiencias, tiene una ganancia y un costo. Encender el televisor, por ejemplo, nos presenta siempre esa disyuntiva ¿Será bueno que vea tanta tele? ¿Será bueno este programa para él? ¿Lo premio porque se ha portado muy bien?

Querámoslo o no, hay que reconocer que como padres hemos utilizado la tele más de alguna vez para generarnos espacios de tranquilidad: en alguna reunión de amigos; en algún espacio de trabajo desde casa o, simplemente, en la búsqueda de intimidad…

La tentación, a partir de esos resultados, es grande. Y hoy a la tele se han sumado herramientas como el computador, las consolas, los celulares…Los esfuerzos que hacemos con la Andrea, siguen orientados a no perder el control ni la autocrítica. No abusar de los recursos y apelar a ellos cuando sea absolutamente necesario. Y también, a postergar lo más posible el encuentro de Darío con una Wii, Xbox o PlayStation…

¿Por qué los niños del reportaje no conocían los juegos tradicionales de “calle”? No es porque prefieran una consola…Más bien fueron sus padres los que escogieron por ellos.

Lo hicieron al no dedicar tiempo a la transferencia de su propia experiencia infantil (voluntaria o inconscientemente); al no estimular el gusto por jugar con los amigos cara a cara, cansarse y llegar todo sudado y sucio a casa, para recibir un reto de mamá…Al no sentarse en casa con los niños para jugar una hora de Monopoly, reír y comer papas fritas…

Uso y valoro diversas herramientas tecnológicas. Y reconozco que muchas veces he caído en la perversión del tecleo mientras comparto con la Andrea y mi hijo…pero aún no me he rendido a la locura. Sigo teniendo claro la trascendencia de estar piel con piel con mi mujer, de reír dibujando y corriendo con mi hijo en casa…Y tantas otras opciones gratuitas y tanto o más trascendentes que aquello que en ocasiones nos quita el sueño.

sábado, 29 de junio de 2013

Sesenta y Cinco: No Me Importa Dormir

A través de las redes sociales, me he enterado de la masiva devoción que por estos días, existe por dormir. Y, más específicamente, por dormir hasta tarde.

En lo personal, tengo algunas mañanas más complicadas que otras, a la hora de despertar. Pero esas fluctuaciones pasan más por la proyección mental que hago del día que comienza, que por horas de sueño que me hayan quedado pendientes.

Hoy, más que siempre, siento que duermo lo justo y necesario (entre seis y siete horas) y que no demoro demasiado en asumir una mirada optimista y positiva de lo que está por venir. Más todavía, si se trata de un sábado o un domingo…Y no porque no me guste mi trabajo…Solo que me gusta más mi familia…

¿Siestas? Ya ni recuerdo lo que son…la Andrea las había eliminado mucho antes de llegar Darío, por esa obsesión que tiene de estar siempre haciendo algo. Si me ve tranquilo, pensando en la nada misma…deberé atenerme a las consecuencias.

Hace años –desde que nació nuestro hijo- que no tengo la oportunidad de dormir hasta tarde durante un fin de semana. Y hablo muy en serio cuando les digo que no lo echo de menos (algo que, claramente, no comparte la Andrea, que siempre ha tenido una relación especial con las sábanas).

Darío es de los que despierta a la misma hora de lunes a lunes. Y me ha transmitido esa costumbre casi religiosamente.  Y es así que tanto el sábado, como el domingo, me encuentro cerca de las 7.30 al pie del cañón, duchado, vestido y disponible para hacerme cargo de los pendientes “hogareños”, comenzando por el desayuno.

“Ya habrá tiempo para dormir, cuando muera”, suelo repetirle a la Andrea, citando una frase que leí no sé donde, ni cuándo, pero que me identifica en esta etapa de la vida. Más que en cualquier momento, hoy siento que si duermo, me estaré perdiendo de algo importante.


Otra cosa que agradecer a mi hijo…la valoración permanente del tiempo. Su consideración como un tesoro, imposible de desperdiciar y la consciencia profunda de que cada decisión es importante, porque involucra segundos…minutos…horas…

viernes, 14 de junio de 2013

Sesenta y Cuatro: El Día del Padre

Las madres son expertas integrales en su labor y está bien que así sea. Saben qué hacer en los casos más extremos y más aún, son capaces de anticipar posibles problemas o dificultades respecto de sus hijos y darse maña para no perder de vista a su pareja (aunque está claro con quien acudirán en caso de priorizar)

Su regazo nos recibe sin condiciones cada vez que nos sentimos abatidos, o cuando simplemente, requerimos que nos mimen con el plato de comida que más nos gusta, o con esa frase que huele a “mentira blanca”, para darnos a entender que todo está bien. O que todo mejorará.

La paternidad, a la luz de la descripción anterior, asoma como algo bastante más caótico e intuitivo. Eso, por lo menos, desde mi humilde experiencia de cuatro años en este “trabajo”.

Creo que sigo buscando una “identidad” paternal, frente a Darío. Y así como adherí a cierto estilo el primer o segundo año de su vida, hoy busco nueva maneras de vincularme con él, y adivinar la manera en cómo me ve dentro de nuestra casa…¿Soy la autoridad, como lo fue mi viejo? ¿Soy el que acoge y la Andrea es la “policía”? ¿Soy un amigo…un compañero de juegos?

Puede que nuestra presencia y aporte de padres no sean tan visibles ante la opinión y tradición pública. Pero no es menos cierto que cada vez que se acerca un nuevo día del padre, caemos en la cuenta de lo especial que es la relación que hemos establecido con nuestro progenitor; de cómo gran parte de lo que somos tiene que ver con lo que ellos nos entregaron (muchas veces, indirectamente) y cómo pasaron para nosotros de ser héroes con grandes poderes, a personas de carne y hueso, capaces de tomar grandes decisiones. Trascendentales decisiones.

Me cuesta ver muchas cosas que el ojo femenino logra apreciar milimétricamente. Principalmente, eso que llamamos el ahora…la realidad tangible. Como papá, estoy más pendiente de soñar, de alucinar con las posibilidades de aprendizaje que están al alcance de Darío, de visualizar todo lo que lo está a su alcance, en términos de influencia.

Espero no estarles confundiendo. No es mi idea de padre pensar en Darío en una vía para satisfacer mis propias ilusiones truncadas (aunque el ego nos empuje permanentemente hacia ello). En realidad, me hago cargo de una vieja frase que leí alguna vez, y que me identifica plenamente en esta búsqueda: la mente de Darío no es un recipiente para llenar, sino una lámpara para iluminar…


Hoy siento que cambié todas esas ilusiones iniciales, por una sola ilusión: la de que logre ser una gran persona (bajo su propio análisis!!) y que en ese camino mi recompensa sea la emoción. ¡Porque desde que soy esposo y padre, a esa emoción permanente, le llamo “vida”!