Aunque tenemos claridad de que a veces, no es suficiente. Y nos duele. Sufrimos, de cierta forma, cuando creemos no estar a la altura.
¿Y cuando estamos cansados? ¿Cuándo deslizamos una queja, un suspiro de agotamiento porque la cabeza y el cuerpo no dan más? No faltará por ahí quien comentará, con escasa empatía: “Ya, pero tú quisiste tener hijos/as”; “No deberías quejarte tanto, si tu elegiste ser papá/mamá”.
Elegimos cientos de opciones en la vida. Algunas de ellas, maravillosas en momentos, también pueden terminar trayéndonos cansancio o aburrimiento.
Somos seres humanos, no máquinas. Lo que un día nos resulta luminoso e inspirador, al siguiente puede parecernos una carga imposible de sobrellevar. Amamos a nuestros/as hijos/as y eso no quita que, de vez en cuando, queramos tener un “descanso” de la crianza. Que añoremos un pequeño recreo para una labor que es continua y exigente.
¿Quejarse es no querer? Por el contrario, quejarse esporádicamente es señal de amor propio, de que aún nos reconocemos como personas conscientes de nuestra individualidad. Nada tiene de “malo” o de “perverso” mirarnos a nosotros/as mismos a través de esa queja, para evitar “anularnos” en medio de un camino en que lo que somos va desapareciendo demasiado, en ocasiones.
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