martes, 14 de enero de 2025

Ciento Treinta y Dos: Tan lejos, tan cerca


Existe un largo trecho entre eso que conocemos como “sobreprotección” y lo que entendemos como “lejanía parental”. En ese enorme espacio yace una diversa acuarela de matices respecto a la posición que asumimos como madres/padres en la relación con nuestros/as hijos/as.

¿Por qué hablar de esto se vuelve importante en estos tiempos? Porque las autonomías de niños y jóvenes se han modificado profundamente, en comparación con las vividas por nosotros, los adultos responsables de este presente. Están pasando mucho tiempo solos, resolviendo cotidianamente desafíos, situaciones y obstáculos sin acompañamiento de mamá o papá.

Están conectados a redes casi de manera permanente, accediendo a información que desconocemos. Asumiendo cosas como “ciertas”, por el solo hecho de haberlas recibido de parte de alguien de su círculo de amistad. Están viviendo emociones y aprendiendo a administrarlas, casi en silencio, porque cerca no hay nadie de confianza para compartirlas.

¿Dónde hemos decidido permanecer, como adultos? ¿Dónde somos capaces de estar? (si estamos sobrepasados laboralmente). Como al comienzo de esta columna ya se ha dicho, resulta relevante ser conscientes de que en este caso –como en la vida misma- nada es tan blanco ni tan negro. Que podemos movilizarnos en ese vínculo, para estar cerca cuando sea necesario. Y tomar distancia, cuando reconocemos certezas de que hay cosas que andan bien.

Se entiende que no podamos estar en todas. Y también, que podemos estar en las relevantes, detectando señales de riesgo; evitando que ciertas influencias les afecten; cortando de raíz dolores que, en otra circunstancia, no habría sido posible ver. Estando, a veces, lejos. Y en las que importan, mucho más cerca.

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