viernes, 27 de julio de 2012

Cincuenta y Seis: Neofobia

Nunca les hablé de comida (aunque terminaré hablando de otra cosa), pues en tres años y medio no había sido jamás un problema. Hasta ahora.

Todo apunta a que estamos a las puertas de un periodo normal del desarrollo de cada niño, coincidente con su mayor conciencia respecto del mundo que lo rodea,  que los lleva a “filtrar” todo lo que los adultos les ofrecemos.

En definitiva, se termina esa confianza “ciega” de los dos primeros años, en que aceptamos todo lo que nuestros padres definen y nos acercan, para entrar en el interminable periodo de decisiones respecto a nosotros mismos.

La hora de almorzar y cenar se ha vuelto un martirio (para un lado y otro). Darío, como nunca antes, examina plato y cuchara frente a él y establece juicios radicales respecto a la oferta gastronómica.

Leía un estudio que demuestra que existe una aversión de nuestra especie (humana) hacia ciertos elementos naturales que, por apariencia o experiencia histórica, tendemos a rechazar por “peligrosos” o “eventualmente venenosos” (¿Espinaca? ¿Acelga? ¿Brócoli?).

Pensé que quizá pasa lo mismo con los miedos: los hemos construido y heredado como humanidad, con algunos matices, pero siempre en torno a los mismos elementos…los monstruos, las arañas, los fantasmas…De hecho, Darío los identifica como “dignos de temor” y dentro de sus juegos grita, haciéndose el asustado…

Más que temerle a lo “nuevo” –a esto llaman neofobia- le tememos a cosas que como conciencia colectiva, conocemos de sobra. Quizá, desde hace miles de años.

¿Qué podrían argumentar los defensores del galopante individualismo de estos años? Para mí, este descubrimiento no hace sino reforzar la idea de que, por mucho que queramos aislarnos y tomar decisiones respecto a nuestro entorno cercanos, estamos profundamente vinculados.

Somos lo que vemos en el espejo, pero también somos el enjambre de emociones fruto de lo que nos rodea. Lo que sucede en Katmandú, Sarajevo, Bakú o Guadalajara puede no “importarnos” en términos conscientes, pero créanme, terminará por agregarse a nuestra historia de mundo como un antecedente más, que irá moldeando (aunque sea insignificantemente) el prisma a través del cual nos miramos en cuanto seres humanos.






martes, 3 de julio de 2012

Cincuenta y Cinco: Todo Fríamente Calculado


Me pasa por estos días, en que nos estamos jugando con la Andrea por tener un segundo hijo, que giramos mucho en torno a fechas y cálculos que nos permitan tener éxito en el objetivo planteado. Paralelamente, Darío ha crecido y se acerca el momento de tomar algunas decisiones en torno a su futuro. Una, en particular, dice relación con la escuela donde comenzará su educación "formal".

Como el pequeño heredero nació en mayo, se encuentra en el temido "limbo" del periodo de ingreso al año académico correspondiente. ¿Lo recibirán en pre-kinder? ¿O tendré que esperar al ciclo siguiente, lo que implicará que Darío se convierta en el "mayor de su curso"?
Me dijo mi madre el otro día: "hay muchas parejas que todo eso lo planifican". Yo no la creía, pero he visto cómo la obsesión por la educación de los niños supera todo límite, por lo que no es de extrañar que sea cierto también.

Y me puse a pensar si en la campaña actual para traer un hermano/a a Darío, no debería considerar esos elementos, de alguna forma.  Lo conversé con la Andrea y, al fin al cabo, solo quedamos de acuerdo en algo que ella considera relevante (y la apoyo plenamente): que su ginecólogo de “cabecera” estuviera en Santiago en la fecha calculada para el parto. Bueno, hace un mes pasamos ese umbral.

¿Lo demás? Bueno, más allá del lógico interés por tener ahora una niña (no un deseo, sino más bien, una oportunidad), todo lo demás lo estamos dejando en manos de la de Naturaleza (yo le llamo Dios, llámele ud. como desee), sobre todo, pensando que la llegada de Darío nos costó un año y algo de esfuerzos, lágrimas y conflictos internos que, perfectamente, pudieron llevarnos a un quiebre definitivo.

En este rato, más que calcular su futuro, estoy concentrado en dimensionar el mío junto a dos hijos y mi pareja desde hace 12 años.  A analizar, de alguna manera, ¿qué tan preparado estoy para este desafío doble (en definitiva, nunca tengo una respuesta para esto)? o, dicho de otra forma, ¿qué tan dispuesto estoy a embarcarme en una aventura que duplica tantos afanes de mi existencia? Hasta el momento, la respuesta sigue siendo: inocente y sinceramente, dispuesto.

jueves, 14 de junio de 2012

Cincuenta y Cuatro: Papá feliz, repite


Me preguntaban, hace poco, cómo había comenzado esto.  Y como ha pasado el tiempo, me demoré un tanto en responder. Sí, recordé que surgió como una idea lanzada al boleo en un asado con amigos, donde dije “¿Saben qué? Voy a escribir sobre mi paternidad…y la historia se va a llamar Papá en Rodaje”.

Me encantaba ese nombre.  Probablemente, mucho antes de tener en mente algo para escribir, simplemente había pensado en el concepto, y sobre él, construí mis ganas de volver a contar historias. Algo que solía hacer tan seguido, pero que había dejado un poco de lado, por una u otra razón.

Pero volví con todo, y con tanto que contar, que en algún momento llegué a quedarme sin aliento. Es que también me motivaba la idea de llenar un evidente vacío sobre el rol masculino en el proceso de tener un hijo. En cada librería, por ejemplo, faltan estantes para los libros que hablan de la maternidad y que han sido escritos por mujeres. Algunos de ellos son de carácter médico; otros, miradas muy personales; otros, más graciosos…pero el 99% ligado a quien –cómo no reconocerlo- es la protagonista de la llegada de un nuevo ser al mundo.

Papá en Rodaje, de esta forma, se fue convirtiendo, además de válvula de escape para su autor; en una esquina de debate, comentarios y consejos con madres y padres del resto del mundo, que están viviendo el mismo proceso, pero en su propio estilo. Y ese encuentro de ideas, no podía ser más enriquecedor.

Se viene mi cuarto Día del Padre y las dudas persisten: ¿Estoy capacitado para esto? La experiencia, no cabe duda, alivia y reconforta, pero no termina por convencernos de que podemos ser exitosos en este desafío, de los más difíciles que existen.

Aun así, ¡qué les puedo decir! He convencido a la Andrea de ir por otro heredero/a (ojalá que, en este rato, no haya desistido). Creo que, ahora que hemos regresado a un relativo punto de equilibrio, es tiempo de ponerle nuevamente condimento a nuestra existencia; complementar los necesidades lúdicas de Darío y exponernos, como padres, a desafíos que se parecerán mucho a los anteriores, pero que de seguro vendrán cargados de una cuota de dificultad adicional que nos hará sudar. Ya les contaré cómo nos va…