Ha sido un fenómeno, qué duda cabe. En apenas 8 capítulos, esta serie de
Netflix nos ha hecho vibrar, emocionarnos, volver mental -y emocionalmente- a
una época maravillosa de fines del siglo pasado. Años de asombro, de
descubrimiento y de disfrutar de cosas y situaciones sencillas, en contraste a
la actual vorágine de estímulos a las que estamos sometidos, tengamos la edad
que tengamos.
La historia y las acciones están ancladas en el recuerdo y la referencia
reconocible colectivamente por todos quienes fuimos niños o jóvenes en esa
época. En ese sentido, funciona de una manera impecable y nos tiene deseando
fervientemente que Eleven y el resto de los chicos nos acompañen mucho tiempo
más.
Para quienes somos padres, ese ejercicio de nostalgia tiene una extensión
aún mayor, pues abarca una serie de cuidados elementos de esta serie, que
describen una relación con el entorno que hoy extrañamos para nuestros hijos:
los juegos de rol; los walkie-talkies; las bicicletas; las aventuras afuera de
casa...
Los tiempos cambiaron y hoy la mayoría de las cosas que viven nuestros
niños están ocurriendo bajo nuestros techos, y las razones son múltiples,
aunque la más influyente, sin duda, tiene que ver con el acceso común y
cotidiano a tecnología que en los 80 solo imaginábamos.
"Estoy aburrido", dicen frecuentemente nuestros niños de hoy y
en gran medida somos los padres los culpables de haberlos hecho sentirse
dependientes de una serie de elementos de época, al punto de usar esa frase sin
pensar, sin analizar las cientos de opciones que tienen a su alcance. En ese
sentido, uno de mis esfuerzos recurrentes con Darío hoy está siendo la
generación de invitaciones inesperadas y simples, que impliquen dejar de lado
televisión y celulares, por ejemplo, y contemplen más directamente el uso de la
creatividad y la imaginación.
Funciona. Y en un espectro bastante amplio. Se impresionarán de lo que
se puede conseguir desde las buenas ideas y la voluntad/capacidad de seducir a
los niños en base a ellas. Los pequeños son naturalmente receptivos a aquello
que contemple desafío, juego, aprendizaje entretenido: llegado el momento (el
umbral que separa la negación del encanto), olvidarán de buena gana lo que
querían obcecadamente en un principio, entregándose a la nueva aventura
propuesta.
¿Qué implica eso para nosotros, los adultos? Básicamente, esfuerzo
creativo y de tiempo. Algo que podría sonar tan sencillo, pero que hoy se ve
complicado de manera constante y recurrente por una infinidad de excusas que,
justificadas o no, estamos dispuestos a inventar para eludir la responsabilidad
de ser padres capaces de modificar un “mundo” a nuestro alcance.
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