Hay cosas que ya no me sorprenden del mundo
organizacional. Existen características del mundo laboral chileno que son
comunes, estemos donde estemos, que pueden aparecer antes o después, pero que
van señalando una manera general que tenemos para hacer las cosas. Hay en esos
elementos algunos que podríamos llamar “positivos” y otros más bien “negativos”,
que nos impiden conseguir los logros que nos vamos proponiendo como personas,
áreas o instituciones.
Uno de los más recurrentes, por estar presente en hechos
que impactan cada cierto tiempo en los medios, dice relación con la
responsabilización. O esa capacidad que tenemos las personas para “hacernos
cargo” de aquello en lo que teníamos un rol. Nos cuesta, en situaciones límite,
asumir que hemos fallado, o que hemos dejado de hacer cosas que el resto esperaba
de nosotros, pues así lo habíamos comprometido. Muchos memes que circulan por
Internet abordan esta situación de manera cómica: la mayoría de las veces
estamos buscando culpables, sin preocuparnos de diseñar las soluciones. Algunas
de esas soluciones, la verdad, jamás se concretan. El mundo sigue andando, porque parchamos y nos
metemos en otros temas, sin haber cerrado los anteriores.
Desde hace algunas semanas, he leído sobre cierto
movimiento de padres y madres, denominado “La Tarea es Sin Tarea”, que busca
principalmente, acabar con aquella herramienta histórica que los profesores han
utilizado como uno más de los recursos para el logro de los aprendizajes. Ayer,
he leído –con un poco de escozor, debo reconocer- que un par de diputados
pretenden presentar un Proyecto de Ley para erradicar las “tareas para la casa”
del mundo educativo. Esto, sustentado en la idea principal (cito textual) de: “fortalecer
el vínculo de los padres con sus hijos”. A partir de esa premisa, me pregunto, ¿son las
tareas las responsables de haber destruido ese vínculo?
La respuesta, desde mi punto de vista, es un no rotundo.
Es más, en muchos hogares de este país la denostada “tarea para la casa”, representa
el único punto de encuentro semanal de padres con sus hijos. Privilegiando –legítimamente,
sin duda- ciertos espacios laborales; la asunción de responsabilidades mayores;
la posibilidad de ganar un mejor sueldo; una cantidad de padres no menor hoy llega a casa con el único objetivo de
comer algo y descansar, siendo el encuentro con sus niños una cuestión de
segunda o tercera importancia.
¿Cuántos de esos padres que hoy se quejan de la cantidad
de tarea que tienen sus hijos, escogieron el colegio en base a una lógica
absolutamente orientada al objetivo académico (SIMCE, PSU)? ¿Tiene sentido que
hoy estén pidiendo a esos mismos planteles educativos que reduzcan un nivel de
exigencia que ellos mismos querían para sus hijos? ¿Cuántos de ellos tienen una
“nana” que pasa todo el día con los niños, al punto de bañarlos y acostarlos en
la noche?...He ahí uno de los varios factores que llevan años masacrando el “vínculo
padres e hijos”…
Un reportaje publicado por La Tercera el pasado 30 de
abril, habla de “padres empoderados”, por haberse organizado contra este “problema”
que son las tareas. ¿Están realmente empoderados un grupo de padres que, en vez
de conversar directamente con el profesor de sus hijos para alinear
expectativas sobre las tareas, prefiere armar un grupo en redes sociales para
eliminarlas?
Las tareas no son un problema. Y sí, aunque suene clisé,
son una oportunidad. La tarea es un camino de aprendizaje cuyo contexto, tan
especial, la hace diferente del trabajo que se aborda en un salón de clases. A
través de la tarea, los niños entienden conceptos como la investigación; la
resolución de problemas; la capacidad de tomar decisiones; las maneras que
tenemos de pedir ayuda a los demás y, volviendo a los dos párrafos iniciales:
van incorporando esas competencias maravillosas que llamamos compromiso y
responsabilización.
¡Así aprendimos nosotros! La mayoría de los libros que
acompañaron mis búsquedas y lecturas escolares se fueron desde la casa de mis
padres a la mía, por nostalgia y porque deseaba que mi hijo tuviera una
alternativa real a Google. Y he llenado la casa de más libros, porque creo
firmemente que las respuestas están en el mejor buscador que existe: nosotros.
Como en cada tema vinculado a educación, veo y leo citas
a Finlandia y su modelo, a todas luces, admirable. Como toda sociedad, la finesa ha recorrido un
camino extensísimo en su evolución (algunos olvidan que era tierra de
saqueadores, unos tales “vikingos”): sus capacidades de hoy no estaban “en su
sangre” y tuvieron que replantearse cientos de veces el camino para llegar donde están hoy, en que descansan
sobre hábitos instalados y en que el trabajo consiste en protegerlos y
profundizarlos.
¿Tenemos un rol los profesores en este debate? Sin duda.
Como cualquier actividad humana, la tarea –sea cual sea- debe tener un sentido.
Así funcionamos como seres humanos y por eso el mito de Sísifo nos resulta tan
elocuente: las tareas que emprendemos son por un algo, al que adherimos o
estamos dispuestos a adherir, en virtud de un beneficio final, para mí o para
quienes me rodean. Los docentes estamos llamados a cuidar la tarea como una
herramienta crítica para gatillar cierto tipo de aprendizajes, y no como una
forma de mantener el tiempo de los niños ocupado, o dar una imagen de exigencia
que, en realidad, podemos plasmar en otro tipo de acciones educativas.
Hasta acá, no me queda claro si el movimiento para
eliminar las tareas está representando a todos los segmentos de padres del
país. ¿Qué pasa con los papás de menores ingresos, obligados a trabajar en
horarios muchas veces inhumanos? ¿Mamás y/o papás que tuvieron –y tienen- que
criar solos/as a sus niños? ¿Se están quejando ellos de la cantidad excesiva de
tareas que reciben sus niños? Mi
hipótesis es que ellos están mucho más cerca de lo que pasa con sus niños que el
resto, incluso, con las limitantes que tienen en el día a día. Más ahora, con gratuidad
en el acceso y en los textos escolares, entienden de una forma distinta la
oportunidad que significa educarse. Y valoran lo importante que son los
profesores y sus estrategias para ese proceso.
Más allá de disentir -en el fondo y en la forma- con este
activismo circunstancial de algunos padres, mi invitación es a valorar este
debate; tomar las riendas del rol que nos compete a cada grupo en este ámbito
de acción (profesores, padres, alumnos) y hacer cosas sencillas que permitan
modificar el panorama en el más breve plazo: ¿Ir a la reunión de apoderados?
¿Revisar cuadernos y libros de los niños? ¿Conversar con ellos cada vez que se
puede? ¿Dejar de lado ese anhelado ascenso o el diplomado en la universidad de
moda, para llegar a la hora que corresponde a casa? Ideas hay muchas, tantas
como protagonistas diferentes.
Si la preocupación es el “vínculo padres e hijos”,
construyamos algo juntos primero que todo, desde una premisa positiva y no al
revés, planteando de manera un poco soberbia que “la tarea es sin tarea”.
Podemos hacer juntos un movimiento para que las empresas modifiquen
su horario laboral y termine más temprano o en horarios diferenciados; podemos
empujar un Proyecto de Ley que cree las vacaciones laborales en invierno (como
tienen en tantas partes del mundo); podemos
insistir para que los papás tengamos un período de posnatal superior a los
cinco breves días actuales. En fin, tantas ideas que podrían ir en beneficio de
ese “tiempo familiar” que se ha puesto como excusa para destruir a la “tarea”.
Algo tan noble, tan inofensivo y tan potencialmente enriquecedor como la tarea.
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