martes, 10 de mayo de 2016

Noventa: Elogio de la Tarea

Hay cosas que ya no me sorprenden del mundo organizacional. Existen características del mundo laboral chileno que son comunes, estemos donde estemos, que pueden aparecer antes o después, pero que van señalando una manera general que tenemos para hacer las cosas. Hay en esos elementos algunos que podríamos llamar “positivos” y otros más bien “negativos”, que nos impiden conseguir los logros que nos vamos proponiendo como personas, áreas o instituciones.

Uno de los más recurrentes, por estar presente en hechos que impactan cada cierto tiempo en los medios, dice relación con la responsabilización. O esa capacidad que tenemos las personas para “hacernos cargo” de aquello en lo que teníamos un rol. Nos cuesta, en situaciones límite, asumir que hemos fallado, o que hemos dejado de hacer cosas que el resto esperaba de nosotros, pues así lo habíamos comprometido. Muchos memes que circulan por Internet abordan esta situación de manera cómica: la mayoría de las veces estamos buscando culpables, sin preocuparnos de diseñar las soluciones. Algunas de esas soluciones, la verdad, jamás se concretan.  El mundo sigue andando, porque parchamos y nos metemos en otros temas, sin haber cerrado los anteriores.

Desde hace algunas semanas, he leído sobre cierto movimiento de padres y madres, denominado “La Tarea es Sin Tarea”, que busca principalmente, acabar con aquella herramienta histórica que los profesores han utilizado como uno más de los recursos para el logro de los aprendizajes. Ayer, he leído –con un poco de escozor, debo reconocer- que un par de diputados pretenden presentar un Proyecto de Ley para erradicar las “tareas para la casa” del mundo educativo. Esto, sustentado en la idea principal (cito textual) de: “fortalecer el vínculo de los padres con sus hijos”.  A partir de esa premisa, me pregunto, ¿son las tareas las responsables de haber destruido ese vínculo?

La respuesta, desde mi punto de vista, es un no rotundo. Es más, en muchos hogares de este país la denostada “tarea para la casa”, representa el único punto de encuentro semanal de padres con sus hijos. Privilegiando –legítimamente, sin duda- ciertos espacios laborales; la asunción de responsabilidades mayores; la posibilidad de ganar un mejor sueldo; una cantidad de padres no menor  hoy llega a casa con el único objetivo de comer algo y descansar, siendo el encuentro con sus niños una cuestión de segunda o tercera importancia.

¿Cuántos de esos padres que hoy se quejan de la cantidad de tarea que tienen sus hijos, escogieron el colegio en base a una lógica absolutamente orientada al objetivo académico (SIMCE, PSU)? ¿Tiene sentido que hoy estén pidiendo a esos mismos planteles educativos que reduzcan un nivel de exigencia que ellos mismos querían para sus hijos? ¿Cuántos de ellos tienen una “nana” que pasa todo el día con los niños, al punto de bañarlos y acostarlos en la noche?...He ahí uno de los varios factores que llevan años masacrando el “vínculo padres e hijos”…

Un reportaje publicado por La Tercera el pasado 30 de abril, habla de “padres empoderados”, por haberse organizado contra este “problema” que son las tareas. ¿Están realmente empoderados un grupo de padres que, en vez de conversar directamente con el profesor de sus hijos para alinear expectativas sobre las tareas, prefiere armar un grupo en redes sociales para eliminarlas?

Las tareas no son un problema. Y sí, aunque suene clisé, son una oportunidad. La tarea es un camino de aprendizaje cuyo contexto, tan especial, la hace diferente del trabajo que se aborda en un salón de clases. A través de la tarea, los niños entienden conceptos como la investigación; la resolución de problemas; la capacidad de tomar decisiones; las maneras que tenemos de pedir ayuda a los demás y, volviendo a los dos párrafos iniciales: van incorporando esas competencias maravillosas que llamamos compromiso y responsabilización.

¡Así aprendimos nosotros! La mayoría de los libros que acompañaron mis búsquedas y lecturas escolares se fueron desde la casa de mis padres a la mía, por nostalgia y porque deseaba que mi hijo tuviera una alternativa real a Google. Y he llenado la casa de más libros, porque creo firmemente que las respuestas están en el mejor buscador que existe: nosotros.

Como en cada tema vinculado a educación, veo y leo citas a Finlandia y su modelo, a todas luces, admirable.  Como toda sociedad, la finesa ha recorrido un camino extensísimo en su evolución (algunos olvidan que era tierra de saqueadores, unos tales “vikingos”): sus capacidades de hoy no estaban “en su sangre” y tuvieron que replantearse cientos de veces el camino  para llegar donde están hoy, en que descansan sobre hábitos instalados y en que el trabajo consiste en protegerlos y profundizarlos.

¿Tenemos un rol los profesores en este debate? Sin duda. Como cualquier actividad humana, la tarea –sea cual sea- debe tener un sentido. Así funcionamos como seres humanos y por eso el mito de Sísifo nos resulta tan elocuente: las tareas que emprendemos son por un algo, al que adherimos o estamos dispuestos a adherir, en virtud de un beneficio final, para mí o para quienes me rodean. Los docentes estamos llamados a cuidar la tarea como una herramienta crítica para gatillar cierto tipo de aprendizajes, y no como una forma de mantener el tiempo de los niños ocupado, o dar una imagen de exigencia que, en realidad, podemos plasmar en otro tipo de acciones educativas.

Hasta acá, no me queda claro si el movimiento para eliminar las tareas está representando a todos los segmentos de padres del país. ¿Qué pasa con los papás de menores ingresos, obligados a trabajar en horarios muchas veces inhumanos? ¿Mamás y/o papás que tuvieron –y tienen- que criar solos/as a sus niños? ¿Se están quejando ellos de la cantidad excesiva de tareas que reciben sus niños?  Mi hipótesis es que ellos están mucho más cerca de lo que pasa con sus niños que el resto, incluso, con las limitantes que tienen en el día a día. Más ahora, con gratuidad en el acceso y en los textos escolares, entienden de una forma distinta la oportunidad que significa educarse. Y valoran lo importante que son los profesores y sus estrategias para ese proceso.

Más allá de disentir -en el fondo y en la forma- con este activismo circunstancial de algunos padres, mi invitación es a valorar este debate; tomar las riendas del rol que nos compete a cada grupo en este ámbito de acción (profesores, padres, alumnos) y hacer cosas sencillas que permitan modificar el panorama en el más breve plazo: ¿Ir a la reunión de apoderados? ¿Revisar cuadernos y libros de los niños? ¿Conversar con ellos cada vez que se puede? ¿Dejar de lado ese anhelado ascenso o el diplomado en la universidad de moda, para llegar a la hora que corresponde a casa? Ideas hay muchas, tantas como protagonistas diferentes.

Si la preocupación es el “vínculo padres e hijos”, construyamos algo juntos primero que todo, desde una premisa positiva y no al revés, planteando de manera un poco soberbia que “la tarea es sin tarea”.

Podemos hacer juntos un movimiento para que las empresas modifiquen su horario laboral y termine más temprano o en horarios diferenciados; podemos empujar un Proyecto de Ley que cree las vacaciones laborales en invierno (como tienen en tantas partes del mundo);  podemos insistir para que los papás tengamos un período de posnatal superior a los cinco breves días actuales. En fin, tantas ideas que podrían ir en beneficio de ese “tiempo familiar” que se ha puesto como excusa para destruir a la “tarea”. Algo tan noble, tan inofensivo y tan potencialmente enriquecedor como la tarea.











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