Hace tiempo que no me llevaba una sorpresa grande,
conversando con otros padres. Fue en una reunión laboral, sobre políticas de
prevención de drogas y alcohol en el trabajo. Claro, es un tema que da para
mucho, y desde el eje de la charla, salieron diversas aristas, respecto a las
diferentes adicciones que podemos llegar a tener los adultos. Entre ellas, a
los medicamentos con características de “sicotrópico”.
Conversando y conversando, una de las asistentes planteó
que este punto, en particular, no solo toca a los adultos, sino también a los
niños, dada la tendencia actual de los colegios (según ella), de resolver
cualquier situación considerada “anómala” en el comportamiento de los niños, a
través de medicamentos (la mayoría de ellos, potenciales generadores de “dependencia”).
Quedé estupefacto. ¿De verdad es esto una tendencia? ¿Por
qué no hemos hecho nada para cambiar esta situación? La conversación continuó
con quejas y más quejas sobre este tema, con frases como “los colegios ya no
son capaces de resolver nada” o “los profesores ya no aceptan a ningún niño que
salga de cierto estándar de comportamiento”. Bueno, pregunté yo, “¿Por qué no
los cambian de colegio? Si a mí me sugieran medicar a Darío, lo sacaría de
inmediato de ese lugar”.
Las dos mamás que abordaron este tema me quedaron mirando
con rostro extrañado y, casi al mismo tiempo, me dijeron: “Porque en todos los
colegios es lo mismo”. Entendiendo que el motivo de la reunión era otro, decidí
no prolongar el debate más allá de esa conclusión tan radical que, de ser
verdad, yo desconocía. Y decidí plantearla acá, como una inquietud para
compartir y socializar.
Estimados papás y mamás: no creo ser el dueño de la
verdad absoluta (con respecto a ningún tema), pero me da la impresión de que,
si hay un porcentaje de nosotros que estamos dejando que nuestros hijos se “droguen”
periódicamente, algo estamos haciendo mal. Y muy mal. No solo como padres, sino
también como educadores; como administradores de un sistema educativo y, por cierto,
también como país.
¿En qué momento un niño inquieto se convirtió en un
problema para los adultos? Como profesor, solo puedo decir que me avergüenza
que un sistema supuestamente educacional valide acciones “correctivas” y “médicas”
para un niño que, simplemente, hace lo que los niños hacen: moverse. Y peor aún, que exista un porcentaje de padres
que normalicen estas recomendaciones, asumiéndolo como una cuestión común y
generalizada.
¿Qué razones llevan a madres y padres a aceptar una
realidad ficticia como ésta? ¿Por qué ceder sin condiciones a una exigencia unilateral
sostenida por argumentos completamente cuestionables?
Lamentablemente, debo decir que muchos papás han puesto
tanta confianza, tanta fe en el nombre, prestigio y “marca” de un colegio, que
son capaces de perdonarles todo, con tal de que sus niños sigan ahí. Muchos
sueñan con colegios “de alcurnia” para su descendencia y postulan con un par de
años de anticipación para poder ser parte de ese mundo que representa la
posibilidad de un “roce diferente” y una presunta “opción de ascender en la
escala social”. Y en ese afán, están dispuestos a renunciar a todo.
Niños tristes; niños agotados; niños enfermos; niños con
tratamiento…Pero con padres felices por el logro de sus pequeños estén donde
ellos querían que estuvieran. Un escenario perverso, todavía muy silenciado,
del que existen varios responsables y cómplices, pero un solo culpable:
nosotros, pues somos los que tomamos las decisiones con respecto a nuestros
hijos.
Si nos pusiéramos todos de acuerdo, y ninguno de nosotros
aceptara que el director, profesor, orientador o psicólogo del colegio nos
pidiera medicar a nuestros niños, ¿Podrían ellos seguir profundizando en dichas
prácticas? ¿Por qué estamos dejando que ellos hagan, o puedan hacer, lo que
estiman conveniente? ¿En qué momento dejamos de hacer nuestro “trabajo de papás”,
para convertirnos en meros observadores?
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