lunes, 29 de agosto de 2011

Veintisiete: El Pasado no se fue (2da Parte)

Con todo esto de los flashbacks, de veras que he logrado posicionarme en momentos inimaginables de mi infancia. Ello ha traído consigo, por cierto, la inevitable comparación entre mis proyecciones naif y lo que estoy viviendo de adulto.

He recordado, por ejemplo, las ganas que tenía de crecer y ganar plata, para comprar todo el catálogo de Playmobil, que admiraba una y otra vez, desde la Navidad en que recibí el set de safari.

Pensaba también, en esas injusticias que sentía que se daban con mi segmento etario (niños) y las ganas de lograr representatividad para ese grupo (alentado por el despertar democrático del país). Pensaba en proyectos "revolucionarios", como horarios escolares flexibles; vacaciones prolongadas y muchos, pero muchos derechos de acceso a jugar...

Y en la ansiedad por crecer y lograr tantas cosas para las que estaba limitado, también vivía imaginando como me vería de adulto. La sobredosis de TV me había impulsado a formar un dibujo de mí que, incluso solía poner en el papel: un  personaje de chaqueta, lentes, barba y pelo algo desordenado...

Veía el dibujo, hecho con lápiz de mina, como un futuro deseado, en que salía a "rodar tierras" (como en las historias que leía cada noche) sin demasiados planes y, más que cualquier cosa, con ganas de vivir aventuras y situaciones que desafiaran mi osadía…

Me acuerdo cuántas veces leía a Salgari o a Verne, hasta altas horas de la noche y soñaba que tripulaba un barco explorador, como científico, viviendo épocas de descubrimientos y grandes viajes.


Hoy observo a Darío y, de a poco, de a poco, me fijo en cómo sus ideas no tienen límites. Cómo, a partir de elementos sencillos y rústicos, es capaz de levantar un mundo que tiene comienzo, desarrollo y final (cuando se aburre…).  Y siento algo de nostalgia por mí –no puedo evitarlo- al caer en la cuenta de que silenciosamente he sido derrotado por las estructuras y clasificaciones, convirtiéndome en un personaje mucho más convencional que el de esos dibujos, al que no lo detenía nada, ni nadie.

Darío representa esperanza, en ese sentido. Esperanza de recuperar la parte de mí que dormía y que, desde hace poco más de dos años, ha venido despertando de manera gradual. Como a través de este blog, donde intento crear y plasmar un mundo, el mío (que quizá sea el de muchos), sin mayor ambición que la del relato…mismo mágico motor de esos libros que marcaron mi infancia, o las películas que cada tarde me invitaban a creer que yo también estaba destinado a algo increíble.




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