miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cuarenta: El Entusiasmo

Tal como una relación de pareja, la paternidad va tomando la forma de una carrera sin final en la que, más que llegar primero, importa mantener un ritmo constante, parejo, que evite cualquier merma en la calidad de nuestro desempeño.

Suena sencillo, pero nuestra propia humanidad se convierte en el obstáculo más grande para superar. Está en nuestra naturaleza aquello de los estados de ánimo cambiantes que, mezclados con nuestro carácter, van impactando en cada decisión que tomamos y, especialmente, en eso que llamamos entusiasmo.
Nos reímos con los niños, porque se aburren fácilmente con cada actividad que emprenden y, al fin y al cabo, a nosotros nos pasa lo mismo (con ciertos matices).

Hay lunes en que nos sentimos incapaces de cualquier cosa, y algunos viernes en que estamos dispuestos a desafiar a todo lo que se interponga entre nosotros y nuestros sueños.
Cambiamos, dentro de una estabilidad general que nos caracteriza. Cambiamos y, a veces, no nos da el ánimo –ni el cuerpo- para sentarnos a jugar con nuestro hijo o para tomar un libro y leerle una historia. Hay veces en que, simplemente, quisiéramos tirarnos sobre una cama y ser atendidos porque creemos merecerlo.

Pero sucede que, por una u otra razón, estamos solos con él. Nuestra pareja sigue trabajando; salió con sus colegas a la despedida de alguien o está en otro lugar de la casa, haciendo algo necesario e indispensable.  No tenemos más remedio que respirar hondo, recuperar fuerzas (no me pregunten desde qué lugar) y pensar que el “show debe continuar”.
El entusiasmo, por ende, se puede (re) construir. Los padres –rápidamente- aprendemos que no necesariamente es espontáneo…que se puede trabajar mentalmente sobre nuestra energía y entregar lo que nuestros hijos nos exigen de manera inocente.  Y muy justa.

Ya sé lo que piensan. Es fácil escribir sobre esto…al menos, mucho más que llevarlo a la práctica. Soy consciente de aquello y creo, además, este texto me ha resultado como una suerte de ejercicio de reflexión postergada. Una que seguramente no haré la próxima vez que esté cansado.

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