martes, 14 de enero de 2025

Ciento Treinta y Cuatro: El Desafío Enorme de Sorprender

La época que vivimos tiene cosas extrañas. Más bien, nos parecen raras a quienes ya estamos en otra etapa de “madurez” en la vida. Es la lógica de los cambios generacionales. Quienes somos mamás y papás hoy, estamos llamados a descifrar a hijos e hijas en códigos y maneras de hacer a las que no estábamos acostumbrados.

Y en un mundo que corre cada día más rápido, cuesta bastante. Más que las nuevas palabras o las nuevas costumbres propias de la juventud de siempre, tiene que ver con la exigencia que nos hace esta realidad, sobre la experiencia de existir en este mundo.

Cada día más nos cuesta sorprendernos con aquello que nos rodea. Muchas de las cosas que veíamos en películas o series son hoy una realidad con la que la infancia y los jóvenes conviven, asumiendo que siempre hay un camino fácil para alcanzar aquello que están buscando.

No es la Internet, ni las Pantallas, ni el Streaming. Es la reflexión que yace bajo la tecnología y la sociedad del conocimiento: ¿para qué querría hacer algo, si ya está todo hecho? La amenaza y el enemigo más reciente se llama Inteligencia Artificial y se instaló rápidamente como una tentación a la mano. Una herramienta mágica que lo responde todo. Que es capaz de evitarnos “la fatiga de pensar”.

Es inevitable y obligatorio que asumamos con propiedad ese rol de mediadores que ya habíamos comentado en estas páginas hace algún tiempo. Que entendamos que nuestra ausencia puede ser catastrófica para el desarrollo de niñas y niñas, al no verse desafiados, ni sorprendidos por una realidad que tiene que resultarles tan atractiva, como para querer descubrirla. Y no tener miedo a equivocarse en ese esfuerzo.

Ciento Treinta y Tres: Urgente, Criar Buenas Personas

La ética es la rama de la filosofía que estudia la conducta humana: lo correcto y lo incorrecto (y las razones para ese acuerdo). ¿Por qué la definición? Porque en esta época da la impresión de que hemos perdido de vista la importancia de transmitirla y enseñarla como parte del ejercicio de la crianza.

Es un hecho: niños y niñas no nacen “buenos” o “malos”. Sí nacen con la capacidad de aprender a discernir entre ambos mundos, incluso desde muy temprana edad. ¿Quién les enseña? Básicamente, su entorno, representado por la familia y el colegio.

Si el entorno falla–como tristemente sucede a diario en nuestra sociedad, por diversas razones- tendremos futuros adultos atraídos por el delito como camino válido para sus vidas. Una tragedia constante, que debería convertirse en un desafío a superar de manera colectiva.

Si el entorno tiene la capacidad, el tiempo, la formación y no pone foco en la enseñanza de la ética (por razones que también resulta urgente conversar), las consecuencias serán similares, con la diferencia de que nos estaremos preguntando “¿cómo pudo ocurrir esto acá?”.

Bullying; abuso sexual; uso perverso de la tecnología para denigrar a otras personas. Tres ejemplos de situaciones que han ocurrido últimamente en espacios supuestamente privilegiados. La familia parece no estar ¿por qué? El colegio parece no haber levantado las alertas a tiempo ¿por qué?

Durante los últimos 15 años, filosofía ha estado a punto de desaparecer del currículum escolar. aunque felizmente, la resistencia de unos pocos ha sido tozuda. Aun así, resulta urgente profundizar en la escuela para resolver los dilemas que enfrentan nuestros hijos/as por estos días.

¿Y por casa, cómo andamos? Comentar nuestro día; discutir el fondo de una película o de una noticia en conjunto; abrir conversaciones profundas en la mesa. ¿Realizamos acciones conscientes para que nuestros niños/as resuelvan problemas de índole ética? Para formar juicio y pensamiento crítico, no bastan el Hombre Araña o la Mujer Maravilla. Hacen muchísima falta papá y/o mamá.

Ciento Treinta y Dos: Tan lejos, tan cerca


Existe un largo trecho entre eso que conocemos como “sobreprotección” y lo que entendemos como “lejanía parental”. En ese enorme espacio yace una diversa acuarela de matices respecto a la posición que asumimos como madres/padres en la relación con nuestros/as hijos/as.

¿Por qué hablar de esto se vuelve importante en estos tiempos? Porque las autonomías de niños y jóvenes se han modificado profundamente, en comparación con las vividas por nosotros, los adultos responsables de este presente. Están pasando mucho tiempo solos, resolviendo cotidianamente desafíos, situaciones y obstáculos sin acompañamiento de mamá o papá.

Están conectados a redes casi de manera permanente, accediendo a información que desconocemos. Asumiendo cosas como “ciertas”, por el solo hecho de haberlas recibido de parte de alguien de su círculo de amistad. Están viviendo emociones y aprendiendo a administrarlas, casi en silencio, porque cerca no hay nadie de confianza para compartirlas.

¿Dónde hemos decidido permanecer, como adultos? ¿Dónde somos capaces de estar? (si estamos sobrepasados laboralmente). Como al comienzo de esta columna ya se ha dicho, resulta relevante ser conscientes de que en este caso –como en la vida misma- nada es tan blanco ni tan negro. Que podemos movilizarnos en ese vínculo, para estar cerca cuando sea necesario. Y tomar distancia, cuando reconocemos certezas de que hay cosas que andan bien.

Se entiende que no podamos estar en todas. Y también, que podemos estar en las relevantes, detectando señales de riesgo; evitando que ciertas influencias les afecten; cortando de raíz dolores que, en otra circunstancia, no habría sido posible ver. Estando, a veces, lejos. Y en las que importan, mucho más cerca.

Ciento Treinta y Uno: Quejarse es Quererse

Algunas columnas atrás escribí acá acerca de la inevitable imperfección materna/paterna. Por supuesto, quienes hemos elegido este camino de manera consciente y lo amamos de corazón, lo damos todo para acercarnos al óptimo.

Aunque tenemos claridad de que a veces, no es suficiente. Y nos duele. Sufrimos, de cierta forma, cuando creemos no estar a la altura.

¿Y cuando estamos cansados? ¿Cuándo deslizamos una queja, un suspiro de agotamiento porque la cabeza y el cuerpo no dan más? No faltará por ahí quien comentará, con escasa empatía: “Ya, pero tú quisiste tener hijos/as”; “No deberías quejarte tanto, si tu elegiste ser papá/mamá”.

Elegimos cientos de opciones en la vida. Algunas de ellas, maravillosas en momentos, también pueden terminar trayéndonos cansancio o aburrimiento.

Somos seres humanos, no máquinas. Lo que un día nos resulta luminoso e inspirador, al siguiente puede parecernos una carga imposible de sobrellevar. Amamos a nuestros/as hijos/as y eso no quita que, de vez en cuando, queramos tener un “descanso” de la crianza. Que añoremos un pequeño recreo para una labor que es continua y exigente.

¿Quejarse es no querer? Por el contrario, quejarse esporádicamente es señal de amor propio, de que aún nos reconocemos como personas conscientes de nuestra individualidad. Nada tiene de “malo” o de “perverso” mirarnos a nosotros/as mismos a través de esa queja, para evitar “anularnos” en medio de un camino en que lo que somos va desapareciendo demasiado, en ocasiones.