Cuando comencé a escribir bajo el rótulo de Papá en Rodaje
(hace más de 6 años), lo hice desde la más absoluta convicción de que el camino
hacia convertirme en padre consistía en un aprendizaje sin fin. El tiempo me
sigue confirmando aquello, poniéndome a prueba cada día, con desafíos de
diversa magnitud y características cambiantes.
Aprendo y busco aprender de manera consistente sobre esas
ideas que en algún momento levanté desde el sentido común: desde la lógica de
un hombre que entiende la PATERNIDAD como una forma de vida, y también desde el
prisma de un hijo que admira –todavía- muchos aspectos del estilo de mi propio
papá (quien casualmente, hoy cumple un año más. Te quiero, viejo).
Sin saber sobre Igualdad de Género, quise instalar ideas
frescas en el mundo de las masculinidades; derribar mitos; romper con ciertos
moldes que se han ido traspasando con demasiada precisión entre generaciones. En
ese esfuerzo seguiré hasta que me quede suficiente energía, pues quedan muchos
pasos por avanzar hacia una crianza equilibrada, en que la corresponsabilidad
de madres y padres se vuelva una realidad.
Lo dije en columnas, en entrevistas, en libros: “los
hombres no somos ayudantes, somos pares”. En Chile, sin embargo, resta mucho
para tomar conciencia de esa paridad. Casi la totalidad de mujeres que trabajan
de forma remunerada deben tomar en consideración que la sociedad las considera
las primeras responsables de los niños e, incluso, de los familiares enfermos y
dependientes.
“¿Y tu señora no puede llevarlo al médico?”, le pregunta un
jefe cada día a un colaborador hombre que desea permiso para llevar a su hijo a
un control. “¿No los baña tu señora?”, le dice un amigo a otro que le cuenta
que está apurado por llegar a su casa para estar con sus hijos. Hemos
normalizado –y lo seguimos haciendo- los roles a tal punto que hay mujeres que
asumen un alto nivel de carga personal porque están convencidas “que lo hacen
mejor con los niños”.
Y tenemos, por supuesto, un alto porcentaje de hombres que
aprovechan de manera egoísta este escenario. Lo hacen aquellos casados o en
pareja, como también aquellos divorciados o solteros con hijos pequeños. “Lo vi
la semana pasada…”, piensa en algún lugar un papá separado, mientras deshace un
compromiso con su pequeño, para privilegiar algún espacio personal, tan
legítimo como reagendable.
¿Estamos los hombres a la altura de lo que la paternidad
nos pide? ¿Lo hemos estado históricamente, acaso? Niñas y niños esperan de
nosotros un nivel de cariño y atención alto y permanente, tal como el que les
entregan sus madres (o al menos, la gran mayoría de ellas).
Somos y podemos ser más que solo una presencia de
autoridad: podemos jugar a la pelota y las muñecas; podemos leer cuentos y
arropar por la noche; podemos pasear de la mano y reírnos de las cosas simples;
podemos dar respuestas a las cientos de preguntas de cada día; podemos cocinar
(o pedir) la comida más exquisita, por el solo gusto de compartirla…
Estoy claro de que cambiar no es sencillo.Pero les puedo
adelantar que “querer cambiar” sí lo es. Pasa por hacerse consciente, cada vez
que podamos, de la posición de privilegio en que hemos estado, por el solo
hecho de ser hombres y haber sido criados en un contexto en que nuestras madres
eran nuestro mundo y respondían a todas nuestras solicitudes. Justo es entender
que todo lo que ellas hacen, podemos hacerlo también.
El mundo cambió, es hora de que nosotros también lo hagamos,
comprendiendo y valorando la experiencia de ser padres. Y todavía más que eso:
las responsabilidades que conlleva el rol, desde que vemos nacer a nuestros
hijos, hasta que dejamos este mundo, idealmente, antes que ellos.
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