Al Pelao lo conocí hace casi dos años, por una cuestión bien
circunstancial. Lo contacté para aportar a un festival de hip-hop que estaba
organizando junto a un grupo de jóvenes de Lo Hermida (aquella histórica
población de esfuerzo en Peñalolén). Pasé a dejarle algunas cosas, me recibió
con cariño (y mucho respeto), me presentó al equipo y me contó con entusiasmo
las iniciativas que estaban empujando como comunidad.
Había en el ambiente una energía que contagiaba, una efervescencia que
me encantaría ver en tantos jóvenes que hoy veo demasiado enfocados en
cuestiones pasajeras, por sobre aquello que conlleva una promesa implícita de
trascendencia. Esas acciones que dejan huella.
Quedamos contactados por Facebook aquella vez y me gustaba enterarme de
las cosas que seguía haciendo por las personas, por la cultura, por cambiar el
mundo. Me encantaba leer que había un festival tras otro; que había una peña
tras otra; que había gente como él, haciendo cosas por pintar este paisaje con
colores diferentes.
Hace algunas semanas, en la revisión cotidiana de posteos, fui viendo
aparecer lamentables señales de despedida por parte de sus amigos en la red,
los cuales me convencieron de la triste noticia de su partida. A mí, en lo
personal, me costó caer en la cuenta de que ya no estará más. Todavía me
cuesta.
El Pelao era un cabro bueno, alegre, le daba esperanza a muchos a su
alrededor, y seguro su repentina y definitiva ausencia les tocó en lo más
profundo. Por lo que he seguido leyendo a través de Facebook, estoy seguro de
que esos amigos y cercanos tomarán en cuenta lo que compartieron con él para
seguir impulsando con fuerza su música, su baile, sus rimas, cualquiera sea su
arte...Espero que el Pelao, desde el lugar del universo en que está, siga
siendo inspiración para todos ellos.
Desde que esto ocurrió–y con genuino dolor- le he dado vueltas a este
final inesperado, pensando en qué pudimos haber hecho, en qué se pudo haber
hecho para que el camino fuera diferente, para que las cosas siguieran otro
curso. Para que el Pelao se mantuviera entre nosotros, modificando
luminosamente las vidas de tantos.
Fue inevitable pensar en Nicolás Scheel (alumno del Colegio Alianza
Francesa, fallecido tras una serie de decisiones apresuradas tomadas por parte
de su entorno escolar inmediato), porque desde una realidad socioeconómica
completamente diferente, él también estaba cambiando el mundo, volcando su veta
social con quienes lo necesitaban y enseñando a quienes venían detrás de él.
Quienes no lo conocíamos, nos enteramos sobre su compromiso al leer diversos
perfiles de su vida publicados tras su suicidio y la –necesaria- polémica que
su absurda muerte trajo consigo.
Nicolás, como muchos niños de su edad (17), era frágil, vulnerable, en
una sociedad exigente y en un espacio social cuyas características lo eran
especialmente, por cuestiones ligadas a la tradición y la clase social. A raíz
de una reacción totalmente desmedida de su establecimiento para una falta menor
(porte de una cantidad ínfima de marihuana), los miedos latentes en el muchacho
fueron dando paso, lamentablemente, a una decisión irreversible. Una que cambió
para siempre las vidas dentro de su familia y, por cierto, dentro de su
colegio, que no volverá a ser el mismo.
Mientras todo esto ocurre, continuamos corriendo de un lugar a otro, en
la vorágine sin pausa de nuestra agenda cotidiana. Nos tomamos la cabeza al
enterarnos de hechos como éstos, pero al día siguiente, seguimos con lo
nuestro, ignorando la oportunidad de parar la máquina y reflexionar sobre lo
ocurrido. ¿Tenemos algo que ver con lo que pasa a nuestro alrededor? De alguna
forma, llevamos décadas aislándonos, cortando los lazos que nos unen a los
demás. Las redes sociales nos han ayudado a “mantener el contacto”, para
refugiarnos en nuestra individualidad, nuestro espacio, que protegemos de
manera tan férrea e inconsciente.
¿En qué momento llegamos a desconectarnos a tal nivel, que no nos enteramos
que hay personas cerca de nosotros que nos necesitan? ¿En qué momento asumimos que
“estar bien”, pasaba necesariamente por un buen sueldo, una buena casa o un
buen auto? Sigue habiendo vida más allá de las posesiones materiales, por más que
el escenario intente convencernos de lo contrario.
Hoy ni el Pelao ni el Nico están y este mundo -muchas personas en este
mundo- extrañarán su presencia. La vida sigue, dicen, pero es lindo que, no
importa cuán pocos seamos, nos detengamos a pensar en eso que como sociedad nos
falta para cuidar a los Pelaos o a los Nicolás de manera que se sientan
acogidos, queridos, protegidos...para que nos entregaran más de su enorme
corazón por muchos años. Para que dejemos de farrearnos aquello que deja
huella.
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