domingo, 10 de septiembre de 2017

Noventa y Nueve: Educar para la Igualdad de Género

Estarán de acuerdo conmigo en describir a nuestra sociedad chilena -como la mayoría de las de occidente- como una sociedad construida desde la lógica patriarcal. Una estructura según la cual, las mujeres históricamente han debido nadar río arriba, contra una corriente que en ciertas épocas ha sido casi irremontable.

Hoy, mucho más que antes, la mayoría coincidimos -y somos conscientes- de que se trata de un paisaje que nos gustaría cambiar. Y no por razones antojadizas, sino porque estamos construyendo una convicción colectiva sobre las injusticias que trae consigo, en diversos ámbitos de la vida, la situación desmedrada de la mujer.

Estamos siendo más cuidadosos que antes. Y aunque algunos, de vez en cuando, reclamen que se exagera; que ciertas mujeres se han vuelto demasiado radicales ("feminazis", les llaman en ocasiones, para menospreciar su posición); que hay cosas sobre las cuales no debiéramos cuestionarnos; que hay "chistes" que no tienen por qué molestar...La sensación final, es que los pequeños pasos dados, han sido consistentemente hacia adelante.

Nos falta mucho, sin duda. Pero sabemos que los cambios culturales profundos se dan de manera lenta, no se logran de un año a otro. Ni siquiera, de una década a otra. Muchas veces, se van construyendo desde los detalles; desde el espacio personal: como en esa antigua historia de inspiración sobre los albañiles en pleno trabajo, en que uno solamente ve una pared y su compañero es capaz de pensar en la catedral de la que será parte.

¿Desde dónde empezamos a hacer nuestro aporte para un cambio hacia la equidad, entonces? Mi humilde opinión de hombre, es que desde lo cotidiano: modificando -para mejor- nuestras maneras de abordar aquello que hasta acá, había sido invisible: el privilegio de nacer "varón", en una sociedad en que esa situación fortuita, facilita tanto las cosas.

Como padre, el cambio comienza desde la convicción sobre el rol transformador del mundo que le cabe a nuestros hijos. Su educación, en ese sentido, es clave para que en el mediano plazo las mujeres puedan tener las oportunidades, el trato y los sueños que merecen como personas habitantes de este mundo y participantes activas de la sociedad.

¿Suena obvio? La realidad se ha encargado de demostrar que nada es tan evidente en temas de género. Que seguimos repitiendo acciones y omisiones de nuestros padres y abuelos, algunas veces sin darnos cuenta. Otras, de una forma torpemente consciente. Que vivimos una época de riesgos latentes de retroceso cultural, siendo la muestra palpable el gran poder del reggaeton como herramienta de comunicación masiva de un mensaje de menoscabo hacia la mujer. Mientras las personas minimizan la gravedad, por ejemplo, de que la mayoría de las fiestas de cumpleaños infantiles lo tengan como música de fondo...

En tiempos de la llamada "posverdad", viene siendo oportuno creer y convencerse definitivamente acerca de la capacidad del lenguaje para ir construyendo y transformando las realidades en que nos desenvolvemos. Somos y vamos siendo, aquello que expresamos en nuestras conversaciones de todo tipo.

Los hombres de estos años somos esa charla espontánea del metro y aquella al costado de una parrilla, mientras se cocina el asado. Somos ese chiste sexista en la oficina, como también ese chat de ex compañeros del colegio/ trabajo en el que se comparten megas y megas de pornografía, sin que nos detengamos a pensar demasiado bajo que lógica funciona dicho intercambio. Somos el cántico absurdo de una barra, referenciando al sexo como sometimiento o al rival en términos de lo femenino...y también somos los que nos levantamos a fumar un cigarrillo luego del almuerzo familiar, en vez de hacerlo para lavar los platos sucios...

¿Estamos pensando en quiénes queremos ser como hombres y padres? O mejor aún, ¿estamos pensando en cómo queremos que sean nuestros hijos o hijas? Estamos bastante a tiempo para actuar, para rectificar y para sentirnos satisfechos del modelo que nuestros niños están mirando. Y no por aquel repetido y vago argumento de que tenemos hermanas, parejas, o mamás, sino porque cuando hablamos de mujer, hablamos de un otro con los mismos derechos que convertimos histórica -e injustamente- en exclusivos.








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