Estarán de acuerdo conmigo en describir a nuestra
sociedad chilena -como la mayoría de las de occidente- como una sociedad
construida desde la lógica patriarcal. Una estructura según la cual, las
mujeres históricamente han debido nadar río arriba, contra una corriente que en
ciertas épocas ha sido casi irremontable.
Hoy, mucho más que antes, la mayoría coincidimos -y somos
conscientes- de que se trata de un paisaje que nos gustaría cambiar. Y no por
razones antojadizas, sino porque estamos construyendo una convicción colectiva sobre
las injusticias que trae consigo, en diversos ámbitos de la vida, la situación
desmedrada de la mujer.
Estamos siendo más cuidadosos que antes. Y aunque
algunos, de vez en cuando, reclamen que se exagera; que ciertas mujeres se han
vuelto demasiado radicales ("feminazis", les llaman en ocasiones,
para menospreciar su posición); que hay cosas sobre las cuales no debiéramos
cuestionarnos; que hay "chistes" que no tienen por qué molestar...La sensación
final, es que los pequeños pasos dados, han sido consistentemente hacia
adelante.
Nos falta mucho, sin duda. Pero sabemos que los cambios
culturales profundos se dan de manera lenta, no se logran de un año a otro. Ni
siquiera, de una década a otra. Muchas veces, se van construyendo desde los
detalles; desde el espacio personal: como en esa antigua historia de
inspiración sobre los albañiles en pleno trabajo, en que uno solamente ve una
pared y su compañero es capaz de pensar en la catedral de la que será parte.
¿Desde dónde empezamos a hacer nuestro aporte para un
cambio hacia la equidad, entonces? Mi humilde opinión de hombre, es que desde
lo cotidiano: modificando -para mejor- nuestras maneras de abordar aquello que
hasta acá, había sido invisible: el privilegio de nacer "varón", en
una sociedad en que esa situación fortuita, facilita tanto las cosas.
Como padre, el cambio comienza desde la convicción sobre
el rol transformador del mundo que le cabe a nuestros hijos. Su educación, en
ese sentido, es clave para que en el mediano plazo las mujeres puedan tener las
oportunidades, el trato y los sueños que merecen como personas habitantes de
este mundo y participantes activas de la sociedad.
¿Suena obvio? La realidad se ha encargado de demostrar
que nada es tan evidente en temas de género. Que seguimos repitiendo acciones y
omisiones de nuestros padres y abuelos, algunas veces sin darnos cuenta. Otras,
de una forma torpemente consciente. Que vivimos una época de riesgos latentes
de retroceso cultural, siendo la muestra palpable el gran poder del reggaeton
como herramienta de comunicación masiva de un mensaje de menoscabo hacia la
mujer. Mientras las personas minimizan la gravedad, por ejemplo, de que la
mayoría de las fiestas de cumpleaños infantiles lo tengan como música de
fondo...
En tiempos de la llamada "posverdad", viene
siendo oportuno creer y convencerse definitivamente acerca de la capacidad del
lenguaje para ir construyendo y transformando las realidades en que nos
desenvolvemos. Somos y vamos siendo, aquello que expresamos en nuestras
conversaciones de todo tipo.
Los hombres de estos años somos esa charla espontánea del
metro y aquella al costado de una parrilla, mientras se cocina el asado. Somos
ese chiste sexista en la oficina, como también ese chat de ex compañeros del
colegio/ trabajo en el que se comparten megas y megas de pornografía, sin que
nos detengamos a pensar demasiado bajo que lógica funciona dicho intercambio. Somos
el cántico absurdo de una barra, referenciando al sexo como sometimiento o al
rival en términos de lo femenino...y también somos los que nos levantamos a
fumar un cigarrillo luego del almuerzo familiar, en vez de hacerlo para lavar
los platos sucios...
¿Estamos pensando en quiénes queremos ser como hombres y
padres? O mejor aún, ¿estamos pensando en cómo queremos que sean nuestros hijos
o hijas? Estamos bastante a tiempo para actuar, para rectificar y para
sentirnos satisfechos del modelo que nuestros niños están mirando. Y no por
aquel repetido y vago argumento de que tenemos hermanas, parejas, o mamás, sino
porque cuando hablamos de mujer, hablamos de un otro con los mismos derechos
que convertimos histórica -e injustamente- en exclusivos.
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