Nos hemos puesto soberbios. ¿Será la época que vivimos,
será el contexto en que crecimos? ¿Será que el acceso a tanta información, todo
el tiempo, nos hace creer que somos algo que no somos?
Lo cierto es que los papás de hoy nos ufanamos de saber
mucho sobre todo. Y en la práctica, sabemos muy poco, y apenas sobre cosas contadas
con los dedos de las manos. Aprendemos, sin duda, de manera vertiginosa, pero
estamos lejos de ser capaces de dar lecciones, o convertirnos en guías para
otros padres.
En lo cotidiano, no somos conscientes de nuestras
incompetencias. Y más aún, estamos invadiendo el terreno de quienes saben, se
dedican profesionalmente a una actividad y lo llevan haciendo por mucho tiempo.
Como los profesores.
¿Qué pasó desde que éramos nosotros los alumnos, y el
espacio educativo era respetado y observado con admiración por nuestros padres?
¿Por qué creemos que podemos influir o interferir con lo que ocurre en los
salones de clases en que están nuestros hijos?
No se trata de un fenómeno nuevo, sino la confirmación de
algo que ya se venía atisbando en los últimos años. Hoy lo que estamos viviendo
es una crisis (siempre pensando en ese concepto como una posibilidad de
cambio), de la que ni una parte, ni la otra, nos hemos hecho cargo de manera
plena.
La película que vieron; la manera en que se han tratado
ciertos temas; las dinámicas para el aprendizaje: todo es susceptible de
cuestionamiento por parte de los padres y/o apoderados, a través de grupos de
Whatsapp en los que cada vez se resuelve menos lo urgente, y se abordan mucho
más temas vinculados a los contenidos y la docencia misma. Y son grupos en los
que, a veces, han logrado incluir al (la) profesor (a).
¿Dónde está el límite de ambos mundos? No existe uno que
esté rigurosamente señalado. Más bien son las mismas personas las que vamos
acordando una manera de relacionarnos, para beneficio mutuo. Es esa dinámica
social la que hace crisis hoy, al reconocer la incomodidad de los maestros en
un rol cada vez más “fiscalizado” y menos valorado; y por otro lado, padres
desatados, creyendo que “estar cerca de los niños” significa meterle presión a
los profesores por las vías disponibles, de manera que no se les exija
demasiado; que se les enseñe de una forma o se les evalúe de otra.
En Chile, gran síntoma de aquello fue el desaparecido
movimiento “La Tarea es Sin Tareas”, que bajo eslóganes que apuntaban a una
preocupación por el tiempo libre de los niños, lograron instalar un tema en la
opinión pública, con escaso sustento académico real, más allá de la experiencia
de países del primer mundo. Pasado el boom, y logrado el objetivo en la comuna
de Las Condes, dicho grupo de padres archivó su motivación, su nombre y su
energía, para volver a lo propio.
Sigo esperando que, como padres, nos miremos al espejo de
manera crítica, reconozcamos los errores cometidos hasta acá y nos pongamos
manos a la obra en lo que debiese ser nuestro rol natural, como apoyo a la
labor abnegada y única que realizan los docentes, para los aprendizajes de
nuestras criaturas.
Sigo esperando que un grupo de padres se una bajo causas
del tipo “¿Cómo le ayudo, profe?”; “Por la educación de nuestros hijos”; “Llegamos
temprano a casa, para crecer junto a nuestros niños”, y otras tantas en las que
nosotros debemos asumir el protagonismo. ¿De veras nos cuesta tanto?
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