Cuando comencé a escribir este blog, mi hijo tenía dos
años. Y con la Andrea vivíamos de manera frenética, por los cambios que había
significado su llegada. Bellos momentos son ahora en nuestra memoria, y han
sido reemplazados por otros instantes cotidianos, también cargados de
significado y de belleza, pero en un sentido bastante más reflexivo y menos
intenso, o vertiginoso.
No hay edades más simpáticas o más inolvidables, como
para poder clasificar la infancia de nuestros hijos. Todas las etapas
representan desafíos y entregan recompensas intangibles que, como padres,
sabemos guardar siempre en algún lugar de nuestro corazón (tiene más Gigas de
lo que podríamos imaginar).
En 8 años no me he vuelto más sabio, pero sí menos
incompetente, aunque a veces tenga que lidiar con mi torpeza intrínseca. Me
sigo equivocando como papá y esposo, pero todavía cuento con almas que saben y
son capaces de perdonar mis caídas. No voy por la vida dando lecciones, pero sí
contando historias, cuando hay personas de confianza que me piden compartirlas.
Siento que soy padre y me llena el alma ser consciente de
esa felicidad cada mañana y en ese minuto antes de cerrar los ojos para dormir –de
manera automática, a estas alturas de la vida- pero también siento que sigo
siendo hijo y me hace feliz tener a mis padres aún cerca de mí, como para
nutrirme de su experiencia y, sobre todo, de su cariño.
Son 8 años de paternidad que, gracias al cielo, he
recorrido de la mano junto a una mujer excepcional, que agradezco nunca haya
sido mi amiga, sino siempre una compañera con la libertad para cuestionar
permanentemente todo; como para no estar de acuerdo conmigo; como para tomar
decisiones por su propia cuenta, cuando fuese necesario, en virtud de la
confianza que tenemos.
Por estos días veo a Darío con ojos diferentes. Hemos
estado más cerca que siempre, según mi percepción, en cuanto a compartir cosas,
conversar, darnos tiempo para nosotros. Y hay un par de momentos de la jornada
en que no puedo evitar abrazarlo, con ganas de retener esos segundos para
siempre: en la mañana, cuando lo dejo en la escuela y corre por el pasillo
hasta su sala…y en la noche, cuando se lava los dientes, se pone el pijama y
alcanzamos a leer la parte del libro en que estamos avanzando…
Dice un amigo al que quiero harto, “uno es feliz con tan
poco”…y creo que tiene razón, pero no en lo literal de la frase, sino en la
segunda lectura de la misma: tenemos a mano la posibilidad cierta de disfrutar
y reír por aquellas certezas diarias que nos brindan los afectos…y olvidarnos
por un buen rato de los inconvenientes aburridos, que a veces nos torturan, y
que solemos llamar quién sabe por qué razón, “problemas”…
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