A cierta edad, cuando descubrimos diferencias notorias
entre lo que pensamos y lo que piensan los demás, vamos estableciendo
afinidades y cercanías mucho más profundas con las personas. Nos damos cuenta
también de que existen ciertos círculos de relación en que estamos
imposibilitados de elegir con quienes nos vinculamos, como pueden ser la
universidad, el trabajo y, especialmente, al interior de la familia.
En la elección de nuestras acciones y reuniones con
otros, va apareciendo un juicio a veces inconsciente, respecto de aquellos con
quienes mejor nos sentimos. Y quienes más creemos que aportan a nuestra
sensación de felicidad.
Durante la infancia, y hasta bien entrada la pubertad,
ese tipo de juicios no existen. Ni menos, existen los prejuicios respecto de
los otros. Eso hace que los niños vivan de manera genuina y completa la alegría
de compartir con personas que puede que algún día sean completamente
diferentes, en todo ámbito de cosas. Son capaces de adaptarse con tal facilidad
que sus “amigos de juego” varían de uno a u otro día, sin que exista percepción
alguna de traición o de fidelidad.
Para los papás que tenemos a un hijo en edad escolar,
aparece para quedarse un nuevo círculo de personas que nos acompañarán un buen
rato en la vida. Esas personas que acá en Chile llamamos “Padres y apoderados”,
y que son nuestros pares conformando un colectivo complementario en la
educación de los niños, el cual se suma a Profesores, Directivos, Funcionarios
y Alumnos del establecimiento que hemos elegido.
¿Cuál es nuestro papel en las interacciones que se
generan junto a los otros padres del curso? ¿Es esta relación una “obligación”,
más que una “oportunidad”, para muchos de nosotros? Estamos en una edad
compleja, hemos definido una manera de ver el mundo más o menos estable y
relacionarnos exitosamente con gente nueva representa un desafío mayor.
En encuentros de padres, hasta acá, me ha tocado ver de
todo: personas que toman palco sobre lo que pasa; personas que buscan espacios
de participación activa; personas que van al choque porque tienen la tendencia
a imponer ideas; personas que durante todo un año, prefieren abstenerse de dar
una opinión. Todas las actitudes son legítimas, por cierto, aunque unas más que
otras, redundan en consecuencias positivas para nuestros niños.
Podemos ser actores relevantes del aprendizaje de los
pequeños, si encontramos el lugar correcto para aportar con nuestras
experticias. Y si entendemos que las diferencias son parte de la vida, así como
también lo es la adaptación a los contextos. Nos irá bien, de seguro, si comprendemos
que nuestras ideas son buenas, aunque no sean las mejores; que no vamos a una
reunión de padres a convencer a los demás, sino a establecer acuerdos; que
dentro del círculo de pares, es altamente posible que encontremos personas con
mucha afinidad, con quienes podamos compartir nuevas y enriquecedoras
experiencias en 12 años de escolaridad.
Esta columna no pretende dar una lección, sino extender una
invitación. Podemos ser felices en un ambiente en que no todos nos van a “gustar”
como personas; pero en donde todos, sin excepción, perseguimos un bien común,
que se trasunta en la alegría y los logros de nuestros niños. Estamos para ser catalizadores,
no para ser obstáculos, y es bueno recordarlo cuando llegue el milésimo mensaje
de un grupo de Whatsapp que un padre del curso abrió para compartir información
relevante, poniendo a prueba nuestra paciencia…
No hay comentarios:
Publicar un comentario