Cada “Prueba de Selección a la Universidad”, implica la
reactivación en Chile de un debate camino a ser permanente, respecto a la
calidad de la educación que se está entregando a los niños en las escuelas de
nuestro país. Y es que un grueso de la población –incluyendo a varios
declarados expertos- asume que los resultados obtenidos en dicho examen hablan
exactamente sobre dicha “calidad”, aunque en la práctica, la relación entre
ambos esté lejos de ser directa.
¿Es el colegio con mejor promedio en una prueba de
selección, el “mejor colegio”? Pues, claramente, no. Ese
juicio depende, necesariamente, de aquello que como observadores estemos
considerando para el análisis.
Si nos preocupa primordialmente el futuro ingreso de nuestros
hijos a la universidad, muy lógicamente nos interesará saber cómo le ha ido durante
los últimos años en ese ámbito al
colegio que estamos eligiendo. La pregunta que no nos estamos haciendo durante
ese proceso -consciente o inconscientemente- es si el acceso a la educación
superior es lo "único" que nos interesa.
¿Es tan trascendental el asegurar el acceso a la
universidad, como para perder de vista todo aquello que conlleva la educación
de nuestros hijos? En 12 años de asistir
regularmente a la escuela, tenemos miles de oportunidades para:
- Abordar nuestro comportamiento ético.
- Perfeccionar la manera en que nos relacionamos con los
demás.
- Desarrollar nuestra capacidad para resolver
inconvenientes (me niego a usar la palabra "problema" a priori).
- Aprender a "inventar" y volvernos
voluntariamente creativos.
- Conocer nuestro contexto socio cultural y describirlo
de manera crítica y propositiva.
- Etc, etc, etc
En 12 años de escolaridad, ¡nos vamos volviendo PERSONAS!
Y si dedicamos el tiempo y la actitud necesarios, es muy probable que
integremos algún día ese grupo que llamamos BUENAS PERSONAS, a quienes todavía
reconocemos en nuestro diario vivir, como individuos valorables y dignos de
nuestra amistad, aun cuando no se los digamos todo el tiempo.
¿De verdad será tan bueno reducir esos 12 maravillosos
años de descubrimiento, al resultado promedio de una Prueba de Selección? ¿En
qué momento perdimos de vista todo aquello que no es un número, pero aportó a
lo que somos?
Incluso
concediendo esa máxima del "si no se puede medir, no se puede
mejorar", habría posibilidades de medir, cualitativamente, todo aquello
que señalo más arriba. El SIMCE lo hace de manera superficial, pero no hay
padres que pregunten por ello, en la práctica...
Personalmente, creo que diversos factores (que ya
profundizaré en otra columna), nos han llevado a poner la carreta delante de
los bueyes; a considerar un puntaje como un objetivo intransable y a reducir
con ello, las posibilidades de crecimiento emocional de nuestros hijos. ¿En qué
momento cambiaremos ese rumbo? Por el momento, mi esperanza está en abrir el
debate.
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