Le atribuyen a Albert Einstein una frase que me
identifica plenamente: “Dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre
los demás; es la única manera”.
Ya he comentado acá los beneficios y los riesgos que
conlleva el hecho de que estemos en una vitrina permanente frente a nuestros
hijos. Están cada vez más pendientes de todas nuestras acciones, y lo más
relevante: las consideran justificadas por el solo hecho de que las emprenda
uno de sus padres. Por tanto, están “autorizados” para repetirlas.
Ayer, cuando por fin pudimos ir al cine a ver la esperada
“Guardianes de la Galaxia”, me hizo una pregunta sobre uno de los personajes,
que no supe responder. El me replicó: “Papá, tú sabes, eres un gran experto,
porque sabes mucho de leer”.
Me reí espontáneamente, pero al instante sentí que me
habían endosado uno de los halagos más maravillosos de los últimos tiempos. Mi
propio hijo, confiaba ciegamente en mi conocimiento, obtenido en algo que me ve
hacer mucho, y que hacemos mucho juntos, también. LEER.
¿Es posible que pueda dejarle un legado más maravilloso
que la valoración de los libros como fuente inagotable de saber y de respuestas
para esas preguntas que nos hacemos día a día?
Luego de 13 años de trabajo, unos 10 de formación
universitaria y los 12 de la educación general, llega finalmente un momento en
que mi experticia y competencias son valoradas de una manera diferente,
significativa. Tanto, que me emociona todavía darme cuenta lo que represento
para un niño de cinco años. Y el desafío que significa estar a la altura de esa
visión.
Somos modelos, en todo sentido. Y más allá de que nos
guste o no, se trata de un hecho que va aparejado con la paternidad. Más que
verlo como una carga, me he dado cuenta de que he elegido verlo como una
oportunidad…
Una oportunidad para sentar las bases de la formación
integral de mi pequeño…las primeras y más sólidas piedras de la construcción
que algún día llamaremos, “educación”.
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