A través del colegio de Darío, fuimos invitados a una
interesante charla sobre la crianza y las relaciones que establecemos como
padres, con nuestros hijos. La oradora, una connotada profesional del ámbito,
autora de numerosos libros que son éxito en nuestras librerías y que abordan
las dificultades que enfrentamos los adultos en un proceso tan desafiante como
el crecimiento de nuestros niños.
Aprendí varias cosas, me identifiqué con otras cuantas. Con
la Andrea nos reímos de buena gana con varias de sus intervenciones, pues ponía
en una perspectiva bastante absurda muchas de nuestras incertidumbres, evidenciando
nuestras incompetencias…
Pese a lo positivo de la experiencia, al salir me quedó
dando vuelta una sensación más bien extraña. Me estaba llevando importante
nuevo conocimiento para la crianza de Darío, pero también me daba cuenta de que
la mirada, en general, estaba siempre planteada desde el control, desde la
opción que tenemos de encauzar “a tiempo” a nuestros hijos, para que logremos vincularnos
con ellos de manera exitosa.
Pero no había en su relato nada sobre la motivación;
sobre el desarrollo personal; sobre la estimulación del potencial y las
virtudes de cada niño… ¿Sería posible? Y pensé también que no era un problema
de ella como estudiosa, académica y escritora. Era un problema de nosotros,
como sociedad, que exigimos soluciones para “problemas” que nosotros mismos
hemos creado.
Añoramos el control, porque lo perdimos –según nosotros-
a manos de una nueva generación, más empoderada, pero menos respetuosa, más
soberbia y mucho más desafiante de lo que nosotros mismos fuimos. Se nos fue de
las manos la relación con nuestros hijos y tendemos a responsabilizar de ello
al entorno, a los amigos, a los medios de comunicación.
Nadie más que nosotros ha sido responsable de esa
transformación, que hoy nos complica y nos obliga a contratar a profesionales competentes
en el tema, para que asesoren a nuestros hijos en su crecimiento. Nosotros, con
nuestro estilo de educación, inventamos directamente el “déficit atencional”; los
“problemas de aprendizaje” e, incluso, algo de lo que hoy conocemos como “bullying”.
Bajo ese nuevo escenario, era lógico que un grupo de
personas, provenientes de diversos ámbitos del conocimiento, llenara los vacíos
que nosotros mismos habíamos generado como padres. Y nos devolviera algo del control que había
desaparecido, creando un equilibrio de necesidades y prestaciones que hoy el
común de las personas considera más o menos, “normal”.
Escribo esto desde el “nosotros”, pues también soy padre.
Y no me considero el mejor. Pero también lo escribo desde la consciencia de lo
que ocurre y la convicción de estar haciendo las cosas de manera muy distinta
con Darío. En consecuencia con mi alma
anticuada, me gustan las normas y las defiendo en su justa medida, pero no son
más importantes que las “alas” que entregamos a los niños para que puedan
desarrollar sus cualidades, gustos y consolidar su autoestima.
Correr riesgos; desafiar a la autoridad; romper con lo
establecido, son conceptos íntimamente ligados a la energía infantil y juvenil.
Nuestro trabajo hoy, más que contener, es encauzar…y ayudar a que ellos puedan
encontrar las mejores vías de desarrollo para su energía y creatividad.
¿Y el control? Para mí, no hay fórmula probada…Para mí,
en realidad, es la consecuencia del tiempo que dedicamos a ellos; la cercanía
que establecemos en esa relación y la confianza que vamos sembrando a lo largo
de los años. Y, por cierto, eso de no olvidar que por más intimidad y “buena
onda” que tengamos con nuestros hijos, no somos, ni seremos sus “amigos”. Desde
que nacieron y para siempre, seremos sus padres.
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