“Las Damas Primero”, dice Darío antes de subir al bus que nos llevará al
Metro. Las señoras y señoritas (antes de hacer caso a su invitación) siempre
le quedan mirando, asombradas, como si fuese un fenómeno de la naturaleza tan
solo por decir esa frase. Yo sé la enseñé, al igual que le mostré los asientos
naranjos que en cada bus están destinados a personas de la tercera edad, pero
que pocos respetan.
Lo cierto es que, más allá de lo especial que es para mí, mi hijo es un
niño como cualquiera de cinco años. A mis ojos, siento que se diferencia de los
demás en virtud del análisis que hace de los cientos de estímulos que recibe
todo el tiempo y, también, a través de las cosas que hemos podido compartir con
él, por considerarlas importantes.
Una de esas cosas ha sido el trato hacia la mujer, como una figura
central y digna de atención. Como la representación de la dulzura y el
fin último de nuestras acciones, además de una presencia digna de nuestro mejor
esfuerzo caballeresco (a estas
alturas de lo que escribo, a más de alguna “feminista militante” que esté
leyendo, le debe haber dado urticaria, o espasmos, por considérame el ser más sexista que habita en la Tierra por estos días).
A propósito de la ácida crítica feminista que seguro me caerá encima, no
puedo dejar de compartir con ustedes mi sensación de que avanzamos de manera
vertiginosa hacia nuevos radicalismos (el mundo es cíclico), no solo en el
tratamiento de los géneros, sino en todo tipo de ámbitos (cómo no recordar el
ejemplo que nos dan cierto tipo de “animalistas”, que llevan sus creencias al
extremo)...Pero me parece que habrá tiempo de abordarlo en una columna
diferente...Por mi lado, decir que siempre escapo de los extremos, pues creo
mucho más en los matices.
Darío y yo decimos “Las Damas Primero”, porque así me lo enseñaron y
porque sigo creyendo que en esa convención –absurda para muchas/os- vamos
generando algo especial y diferente en nuestras relaciones cotidianas. Porque
mi sensación es que una mujer (esposa, madre, amiga, compañera de trabajo)
sigue valorando este tipo de gestos, entendiéndolos como una demostración de
cariño y respeto, más que un resabio arcaico de esa idea de "sexo
débil" que creo todos estamos de acuerdo, no es tal.
Con nuestros abuelos, siento que ocurre algo similar. A menudo me dice
Darío: "Papi, ¿por qué esas personas ocupan los asientos naranjos?" y
me cuesta explicarle que existe gente que se siente con mucho más derecho que
el resto para ocupar un asiento en el transporte público, por delante de
mujeres; mujeres embarazadas o mayores. Pero aún...suelo ver universitarios de
20 años corriendo cuando el Metro abre sus puertas, para poder
"agarrar" un asiento y tener la posibilidad de "aprovechar"
el viaje jugando Candy Crush o alguna otra distracción alojada en la inmensidad
de sus smartphones de última generación...
Me encanta que Darío sepa que nos falta mucho para tener derecho a un
asiento. "Somos jóvenes y tenemos energía" repite siempre conmigo y
es la verdad...¿De qué deberíamos estar cansados a los 36 o a los 5 años, si
hay personas que han hecho un recorrido de vida tres veces más intenso que el
nuestro?
Creo que una de las maneras de cambiar el mundo desde nuestro humilde
espacio personal, pasa por reconocer el valor que tienen los demás. Más todavía
si son personas que lo han dado todo. Pasa por darle trabajo a personas que,
precisamente por tener más de 50 años, tienen mucho por aportar
todavía...¡Saben mucho más que nosotros!...Pasa por cosas tan sencillas como
decir la "señora", en vez del peyorativo "la vieja"...Pasa
por recordar que lo que nos pasa, no es lo más importante, sino una historia
más, en un mar de millones de historias...
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