domingo, 23 de febrero de 2014

Setenta: El Árbol de la Vida

Hace una hora he regresado de un viaje de algunos días al sur de Chile. Lo disfrutamos mucho, especialmente porque pudimos compartir con parte importante de la familia y, más aún, con dos personas en particular: los bisabuelos vivos de Darío.

Un verdadero regalo ha sido permitir que quienes hicieron posible nuestra existencia puedan disfrutar de este encuentro la mayor cantidad de veces posible. Aunque, claramente, ya no sea en las condiciones generales que a todos nos hubiese gustado.

Los años no pasan en vano y mi abuela materna, de 93, y mi abuelo paterno, de 87, están en las postrimerías de su recorrido por este mundo. Por más que me duela escribirlo. Por más que mis ojos se vuelvan vidriosos cada vez que lo recuerdo.
Es natural que no estén bien de salud. Es natural que a veces me reconozcan y otras no. Es natural, también, que deba hablarles muy cerca del oído para que puedan entenderme.

Mi trabajo -como siempre que me relaciono con gente mayor- ha sido estar a la altura. Con cariño y mucho corazón, estoy estrujando estos últimos años de vínculo físico, para que el recuerdo se sienta vivo, que perdure, no solo en mí, sino también en mi mujer y mi hijo. Para devolver todo eso que hicieron por mí, a través de su trascendencia.
¿Si estoy preparado para su partida? En ningún caso. ¿Si lo estaré? Definitivamente, no. Tengo claro lo que viene, sin duda, pero muy distinto es proyectar mi reacción, mi emoción, sobre un hecho que he deseado postergar durante toda mi vida. Nadie quiere pasar por el trance de la pérdida de un ser querido, por más que comprendamos que nuestros abuelos serán los primeros en partir.

Me despedí de ellos con el dolor intrínseco del desconocimiento sobre lo que vendrá. ¿Volveré a verlos? ¿Tendré la felicidad de estar sentado a la mesa con ellos, tal como fue en estos últimos días? La angustia me dejó con la garganta y el corazón apretado, mientras conducía por la autopista para volver a mi propia rutina, en mi ciudad, con mi circunstancia...y mi propio camino hacia donde ellos están hoy (hasta el médico que hoy vio a mi abuela nos repitió: "todos vamos hacia allá...").
Qué complejo resulta aceptar que otros ya no puedan estar, ni ser, lo que fueron en un momento. Y qué incertidumbre pensar en el futuro próximo, cuando seamos nosotros -nuestra generación- los protagonistas de las decisiones respecto de nuestros padres, si es que ellos no pueden hacerlo por sus propios medios...Tal como hoy, solo pido lograr estar a la altura.

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