viernes, 31 de enero de 2014

Sesenta y Nueve: Fin de Ciclo

Esta mañana fuimos a dejar a nuestro hijo por última vez a su Jardín desde hace dos años. En marzo comenzará una nueva aventura, en una escuela, con otros desafíos, otras ilusiones, pero probablemente, la misma fuerza infantil que muchas veces nos asombra, por inagotable.

Le dijimos que había que despedirse, decir gracias a los amigos y a las tías. Por supuesto, aún no dimensiona la magnitud de esta partida y del cambio en sí mismo, pero quizá sea mejor. Para él es natural este paso y está entusiasmado con la idea de un colegio que tiene una cancha de fútbol, una sala de música, juegos infantiles…

Para nosotros, un cerro de melancolía. Preparamos este momento, de alguna manera, comprando algunos obsequios para las “tías”, que entregamos al comienzo del día. También un mensaje por correo electrónico, dando las gracias por esta etapa que dejamos atrás.

En las salas de su Jardín, Darío vivió parte importante de su niñez como creemos debe ser: jugando, compartiendo, siendo feliz...ese sencillo, pero a veces complejo objetivo, que le recordamos cada mañana al despedirnos.

En tiempos en que la sociedad corre veloz, queriendo que los niños vayan al mismo ritmo, su Jardín fue un oasis para quienes entendemos el crecer como un descubrimiento natural, como un pausado encuentro con lo que nos rodea.

Hoy dimos las gracias por los cariños, por la preocupación, por los besos, los consuelos...por despertar en los niños la ilusión y el deseo por el conocimiento, como una puerta para sentirse mejores...pero no en comparación con los demás, sino con ellos mismos.

Dimos gracias por el énfasis en entregar "competencias" a los niños, en vez de "información". Hoy Darío, más que "saber", "sabe hacer"...y sus manos siempre están ansiosas por transformar el mundo, tal como también esperamos esté su corazón.


Nos da pena, porque como dice una canción: “no podemos detener el tiempo, que se escapa entre nuestros dedos frágiles”. Los niños crecen, aunque a veces tengamos la tentación de “congelarlos” en un momento de sus vidas. El crecimiento es inevitable y lo mejor es disfrutarlo…más allá de que luego de cerrar la puerta, nos subiéramos al auto con la garganta apretada y los ojos vidriosos…

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