Esta mañana fuimos a dejar a nuestro hijo por última vez
a su Jardín desde hace dos años. En marzo comenzará una nueva aventura, en una
escuela, con otros desafíos, otras ilusiones, pero probablemente, la misma
fuerza infantil que muchas veces nos asombra, por inagotable.
Le dijimos que había que despedirse, decir gracias a los
amigos y a las tías. Por supuesto, aún no dimensiona la magnitud de esta
partida y del cambio en sí mismo, pero quizá sea mejor. Para él es natural este
paso y está entusiasmado con la idea de un colegio que tiene una cancha de
fútbol, una sala de música, juegos infantiles…
Para nosotros, un cerro de melancolía. Preparamos este
momento, de alguna manera, comprando algunos obsequios para las “tías”, que
entregamos al comienzo del día. También un mensaje por correo electrónico,
dando las gracias por esta etapa que dejamos atrás.
En las salas de su Jardín, Darío vivió parte importante
de su niñez como creemos debe ser: jugando, compartiendo, siendo feliz...ese
sencillo, pero a veces complejo objetivo, que le recordamos cada mañana al
despedirnos.
En tiempos en que la sociedad corre veloz, queriendo que
los niños vayan al mismo ritmo, su Jardín fue un oasis para quienes entendemos
el crecer como un descubrimiento natural, como un pausado encuentro con lo que
nos rodea.
Hoy dimos las gracias por los cariños, por la
preocupación, por los besos, los consuelos...por despertar en los niños la
ilusión y el deseo por el conocimiento, como una puerta para sentirse
mejores...pero no en comparación con los demás, sino con ellos mismos.
Dimos gracias por el énfasis en entregar "competencias"
a los niños, en vez de "información". Hoy Darío, más que
"saber", "sabe hacer"...y sus manos siempre están ansiosas
por transformar el mundo, tal como también esperamos esté su corazón.
Nos da pena, porque como dice una canción: “no podemos
detener el tiempo, que se escapa entre nuestros dedos frágiles”. Los niños
crecen, aunque a veces tengamos la tentación de “congelarlos” en un momento de
sus vidas. El crecimiento es inevitable y lo mejor es disfrutarlo…más allá de
que luego de cerrar la puerta, nos subiéramos al auto con la garganta apretada
y los ojos vidriosos…
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