viernes, 17 de enero de 2014

Sesenta y Ocho: Yo soy tu Amigo Fiel

Caminando a la parada del bus, el sábado pasado, pasamos por una casa relativamente conocida: “Ésta es la casa del Vallejos, papi”, me dijo Darío y agregó “él es mi amigo del Jardín”.

A partir de esa frase, cientos de imágenes y personas desfilaron por mi memoria. No se equivoca la gente que me describe como una persona de muchos amigos, siento que tengo muchos, de mundos diferentes, con sus particularidades…con historias más extensas algunos, otras más recientes.

A mi amigo más antiguo, Javier, lo conocí en kindergarden, cuando apenas teníamos 5 años. Increíble que hayan pasado treinta, y sigamos tan unidos como antes. De hecho, espero verlo mañana otra vez, a propósito de la invitación de otro gran camarada, con el que también nos une un antiguo vínculo.

“Es muy lindo tener amigos”, le dije a Darío. “Hay que cuidarlos mucho, porque ellos siempre están cuando uno los necesita”. Y me respondió con una de sus frases más recurrentes de estos días: “Sí, claro que sí, papá”.
Con el estilo de vida de estos tiempos, cuesta cada vez más mantener y enriquecer las relaciones de amistad.

Quizá si en eso nos han ayudado bastante las redes sociales, al mantenernos al tanto de lo que pasa con las personas que queremos. Gracias a eso, precisamente los reencuentros no parten desde cero, y podemos profundizar en aquellos aspectos más relevantes de lo que nos está pasando.

Claro, la tentación de descansar en lo superficial que leemos en los muros de Facebook o los posteos de Twitter es grande. Pero siempre está en nosotros la decisión de romper con la comodidad de una pantalla de computador, para cambiarla por lo fascinante de un abrazo, un apretón de manos, un café o una cerveza mirándonos a los ojos.

Los amigos tienen ese encanto del conocimiento mutuo, de la memoria común, de la evolución del lazo. Porque, hay que decirlo, mis amigos han cambiado mucho…tal como yo también lo he hecho ante su percepción.  Inevitable no juzgar sus decisiones –es tan humano hacerlo- y a veces compartir ese juicio con ellos. Otras, simplemente escuchar, para no romper con el ímpetu ajeno o exponernos a un conflicto innecesario, dado el respeto que nos tenemos.

Ante los amigos, esos de verdad, nos mostramos desnudos, despojados de superficialidades y máscaras temporales. Con la confianza y tranquilidad de que ellos siempre sabrán lo que nos pasa, aun cuando no tengamos ganas de hablar. O decidamos hablar de otra cosa, solo para evadir lo que nos atormenta.

También es un hecho ineludible que todos tengamos una categoría de “amigos perdidos”, por diferentes razones. Nuestras decisiones muchas veces separan los caminos que parecían estar tan unidos en cierto momento. También hay “incidentes” que generan alejamientos breves, temporales o definitivos.  Situaciones que solo el esfuerzo de uno de los dos lados logrará resolver.

Dice la canción principal de Toy Story: “yo soy tu amigo fiel, tienes problemas…yo también, no hay nada que no pueda hacer por ti y estando juntos, todo marcha bien, pues yo soy tu amigo fiel”. Y no puede ser más cierto desde mi propia experiencia, pues mis amigos son mi “campo de fuerza”, el espacio en el que me siento protegido, donde me doy cuenta de que eso que tanto me atormentaba, en realidad, puede resolverse.

No por nada, en esa gran trilogía de Pixar, la amistad de Woody y Buzz se sobrepone a la envidia (del vaquero por el juguete nuevo), la traición (producto de la envidia), la desilusión (del astronauta ante el derrumbe de su sueño espacial), el paso del tiempo (y el crecimiento de Andy), el peligro de uno de los dos (con el secuestro de Woody)…


Me da la impresión de que cuando dos almas deciden concientemente apoyarse, no hay poder (ajeno a ambas) que sea capaz de separarlas. La amistad tiene ese encanto, esa emoción de la entrega voluntaria y total a riesgo de salir herido, pero con la oportunidad de hacer historia, dentro de la propia historia.

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