Caminando a la parada del bus, el sábado pasado, pasamos
por una casa relativamente conocida: “Ésta es la casa del Vallejos, papi”, me
dijo Darío y agregó “él es mi amigo del Jardín”.
A partir de esa frase, cientos de imágenes y personas
desfilaron por mi memoria. No se equivoca la gente que me describe como una
persona de muchos amigos, siento que tengo muchos, de mundos diferentes, con
sus particularidades…con historias más extensas algunos, otras más recientes.
A mi amigo más antiguo, Javier, lo conocí en
kindergarden, cuando apenas teníamos 5 años. Increíble que hayan pasado
treinta, y sigamos tan unidos como antes. De hecho, espero verlo mañana otra
vez, a propósito de la invitación de otro gran camarada, con el que también nos
une un antiguo vínculo.
“Es muy lindo tener amigos”, le dije a Darío. “Hay que
cuidarlos mucho, porque ellos siempre están cuando uno los necesita”. Y me
respondió con una de sus frases más recurrentes de estos días: “Sí, claro que
sí, papá”.
Con el estilo de vida de estos tiempos, cuesta cada vez
más mantener y enriquecer las relaciones de amistad.
Quizá si en eso nos han
ayudado bastante las redes sociales, al mantenernos al tanto de lo que pasa con
las personas que queremos. Gracias a eso, precisamente los reencuentros no
parten desde cero, y podemos profundizar en aquellos aspectos más relevantes de
lo que nos está pasando.
Claro, la tentación de descansar en lo superficial que
leemos en los muros de Facebook o los posteos de Twitter es grande. Pero
siempre está en nosotros la decisión de romper con la comodidad de una pantalla
de computador, para cambiarla por lo fascinante de un abrazo, un apretón de
manos, un café o una cerveza mirándonos a los ojos.
Los amigos tienen ese encanto del conocimiento mutuo, de
la memoria común, de la evolución del lazo. Porque, hay que decirlo, mis amigos
han cambiado mucho…tal como yo también lo he hecho ante su percepción. Inevitable no juzgar sus decisiones –es tan
humano hacerlo- y a veces compartir ese juicio con ellos. Otras, simplemente
escuchar, para no romper con el ímpetu ajeno o exponernos a un conflicto
innecesario, dado el respeto que nos tenemos.
Ante los amigos, esos de verdad, nos mostramos desnudos,
despojados de superficialidades y máscaras temporales. Con la confianza y tranquilidad
de que ellos siempre sabrán lo que nos pasa, aun cuando no tengamos ganas de
hablar. O decidamos hablar de otra cosa, solo para evadir lo que nos atormenta.
También es un hecho ineludible que todos tengamos una
categoría de “amigos perdidos”, por diferentes razones. Nuestras decisiones
muchas veces separan los caminos que parecían estar tan unidos en cierto
momento. También hay “incidentes” que generan alejamientos breves, temporales o
definitivos. Situaciones que solo el
esfuerzo de uno de los dos lados logrará resolver.
Dice la canción principal de Toy Story: “yo soy tu amigo
fiel, tienes problemas…yo también, no hay nada que no pueda hacer por ti y estando
juntos, todo marcha bien, pues yo soy tu amigo fiel”. Y no puede ser más cierto
desde mi propia experiencia, pues mis amigos son mi “campo de fuerza”, el
espacio en el que me siento protegido, donde me doy cuenta de que eso que tanto
me atormentaba, en realidad, puede resolverse.
No por nada, en esa gran trilogía de Pixar, la amistad de
Woody y Buzz se sobrepone a la envidia (del vaquero por el juguete nuevo), la
traición (producto de la envidia), la desilusión (del astronauta ante el
derrumbe de su sueño espacial), el paso del tiempo (y el crecimiento de Andy), el
peligro de uno de los dos (con el secuestro de Woody)…
Me da la impresión de que cuando dos almas deciden concientemente
apoyarse, no hay poder (ajeno a ambas) que sea capaz de separarlas. La amistad
tiene ese encanto, esa emoción de la entrega voluntaria y total a riesgo de
salir herido, pero con la oportunidad de hacer historia, dentro de la propia
historia.
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