El
vértigo de esta época muchas veces me ha sorprendido en “modo automático”
cuando, llegando a casa desde mi trabajo, me aboco a la labor de dar la cena a
Darío, vestirlo, bañarlo y acostarlo.
No
es que me ocurra siempre. Solo que soy consciente de que hay días en que mis capacidades
están muy cerca del límite y resulta infructuoso luchar contra el estado de
agotamiento en que me dejan algunas jornadas intensas.
Y
como las muestras de destrucción física y anímica son evidentes, es inevitable
que Darío me observe con extrañeza, intuyendo que algo no anda como de
costumbre.
De
esta forma, ante un profundo suspiro o un laaaaaargo quejido de mi parte, él
hace un alto en sus actividades habituales (jugar con trenes; armado de
rompecabezas u bailes desenfrenados junto a la música de “Tarzán”), me mira con
compasión y me dice: “Papá, ¿Estás bien?”
Hay
pocos bálsamos que recuperen el cuerpo (y la mente) de una manera tan rápida y
efectiva, como esa breve frase, emitida desde la inocencia, pero también desde
el conocimiento adquirido respecto de mí y la forma en que me comporto cada
tarde.
Darío
ya sabe que existe una dinámica cotidiana, en que él se va al Jardín y luego a
casa, mientras mamá y papá tienen que ir
a trabajar. Y que hay dos días especiales cada semana, en que “el jardín está
cerrado”…en los que “los papás no fueron a trabajar”…y en los que el tiempo
(por lo bien que la pasamos), se pasa más rápido que de costumbre.
Romper
esa rutina ahora, marca la diferencia. Y no podemos desaprovechar las
oportunidades para hacerlo. Ya me lo decía una de las “tías” del Jardín, una
vez que me pedí el día y pasé a buscar a Darío en persona: “a veces, vale la
pena hacer algunos esfuerzos, cuando se puede”, me dijo, sin intención de
condenarme por mi estilo de vida, sino que más bien, ayudándome a abrir mis
sensores al momento que estaba viviendo.
La
emoción en su rostro y el abrazo que me dio, dijeron mucho más acerca del
gesto, que aquello que yo podía haberme imaginado. Y estoy seguro, por lo que les contaba antes,
de que él tenía –y sigue teniendo- muy claro lo que pasa por mi corazón. En ese
momento, no podía estar mejor.
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