¡Qué difícil ser intermediario entre la realidad y un
niño hoy en día! Tengo la sensación de que, más que en cualquier otra época,
nada es lo que parece. No me alcanza esta columna para mencionar la cantidad de
razones que han generado este escenario, pero sí puedo dar cuenta de lo
complejo que es para un pequeño comprenderlo.
Y no me refiero a tecnología o comunicaciones, que bien
sabemos los jóvenes manejan mucho mejor que nosotros. Hablo del tipo de
sociedad que hemos estado construyendo desde hace 30 o 40 años, en la cual cada
día las cosas fluyen más rápido que durante el anterior. Y a través de otros
códigos.
Nos desenvolvemos en una sociedad de "consumo"
(¡cómo negarlo!) en que los éxitos y fracasos se miden en relación a la pérdida
o ganancia de dinero, o en relación al peldaño que logramos alcanzar en las
escalas que nos hemos dado el trabajo de inventar.
Se nos transmite la importancia de estar preparado para
competir y hacerlo derechamente por el número uno. Vemos en la familia, en el
colegio, en la tv, personas obsesionadas por ser los mejores, a cualquier
costo, avasallando a cualquiera que se interponga.
¿Y los niños? Observan, analizan y muchas veces, imitan.
Por mi lado, la apuesta es postergar al máximo el encuentro de Darío con estos
códigos. Quiero que juegue, que instintivamente tome sus propias decisiones,
todo el tiempo que sea posible.
Alguien me contaba el otro día, las veces que su hijo
había sido el “primero del curso”. Mientras lo miraba respetuosamente,
alegrándome de su orgullo, me ponía a pensar ¿el primero en qué? Claro, en
resultados académicos. E inmediatamente, volvía a preguntarme, ¿sería eso lo
que yo querría para Darío? Muy probablemente, no.
Puede que me preocupe si las notas son bajas o muy
fluctuantes, pero en ningún caso espero que su esfuerzo esté orientado a
superar a todos sus compañeros. Más me importan las metas a corto plazo, los objetivos
que él mismo se impondrá, pero para superarse a sí mismo. No para recibir
premios ni un reconocimiento tan vacío, que en la vida adulta sea simplemente,
un vago recuerdo.
Tal como me pasa a mí, a los treinta y tantos, creo que
Darío recordará más los juegos en el patio; los paseos de curso; las peleas y
reconciliaciones con sus amigos; las travesuras que hizo y otras en las cuales se negó a participar…en
definitiva, todas esas pequeñas decisiones que en esa etapa son tan
trascendentales, que marcan nuestra evolución como personas. Y que van
construyendo una esencia que, cuando somos adultos, el mundo busca destruir, de
muchas formas distintas.
Mientras no hemos perdido la consciencia de lo que está
ocurriendo, luchamos con pasión por mantener parte de eso que fuimos. Y esa batalla permanente que mantenemos algunos (todavía, creo que me anoto en el esfuerzo), es lo que hoy llamamos idealismo.
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