Dicen que una de las competencias relevantes para
desenvolverse con éxito en esta época
tiene relación con nuestro lado emocional. Sucede que después de muchos
años de obsesión con el “contenido” y la “información”, el mundo cayó en la
cuenta de que existían ciertas capacidades y habilidades que no se estaban
enseñando ni en la escuela ni en la universidad, y que estaban marcando la
diferencia.
Junto con ese descubrimiento, nos saturaron de nuevas
teorías y conceptos, desde la Inteligencia Emocional hasta el Liderazgo,
intentando dar con la fórmula que permitiera suplir las brechas que muchos
tenían en términos de su manejo interpersonal.
Independiente de la visión que cada uno tenga respecto de
estas teorías, hay una cuestión concreta y tangible: hubo un paradigma que se
modificó y hoy las emociones (así como
su control y manejo) han adquirido un protagonismo que para muchos puede ser
incómodo.
¿Cómo funcionan las emociones en los niños? A través de
Darío, he podido darme cuenta de que –igual que con el lenguaje- están en un permanente
aprendizaje. Y también he notado que, de
manera natural e inconsciente, los adultos estamos pendientes de lo que sucede
en relación a su ¿corazón?...e incluso, limitamos ciertos ámbitos de su
reacción frente al mundo.
“Es muy triste”, me dice Darío cada vez que ve Toy Story
2 y Jesse, la vaquerita, canta la canción con la historia del abandono que
sufre de su antigua dueña. La Andrea
corre a explicarle que se trata de una tristeza pasajera, que después ella
estará feliz con Andy y sus amigos…
Mi posición –y se lo he dicho a la Andrea varias veces-
es que prefiero dejarlo sentir aquello que el reconoce como espontáneo. De
alguna forma, creo que su aprendizaje en este sentido se verá potenciado si le
toca enfrentar varias y diversas situaciones, sobre las cuales hará su propio
juicio. Uno que no tenga nuestra carga emocional.
Personalmente, creo provenir de un mundo más triste que “alegre”.
Y mi propio proceso de reconciliación con estas emociones, me llevó varios años
y dificultades que hoy recuerdo con cariño. Con la ternura de quien logra
mirarse ignorante e incompetente, pero consciente de que hubo procesos
necesarios, casi imprescindibles, para ser el que soy ahora.
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